El Sísifo de hoy arroja la piedra como arma de combate

Carlos Luque.─ El lenguaje, y el político sobre todo, está lleno de las trampas del eufemismo malabarista y embaucador. En política, cuando lo que está en juego es el poder, cuando los intereses contrapuestos que pretenden el poder político y económico detienen por un momento el lenguaje y las acciones de la confrontación directa, una de las partes pide o sugiere el paréntesis del “diálogo”, de sentarse a negociar. Lo vemos a menudo allí en las sociedades en que sobrevive el poder económico capitalista torpedeando a los eventuales gobiernos que pugnan por revolucionar algo: la bolivariana de Venezuela, la ciudadana de Ecuador, por sólo dos ejemplos.

Así, el “diálogo”, como los altisonantes llamados de los grandes falsos relatos liberales de la democracia, la igualdad, la libertad y la fraternidad,  - cuando cada uno de ellos son imposibles quimeras si sólo una parte de la sociedad accede a la riqueza de todos-, el diálogo es un pretexto para tomar aire o aprovechar una coyuntura, o evitar otra. En Venezuela, si la oposición pro imperialista evalúa que la coyuntura es propicia al gobierno, hace oídos sordos al llamado de la negociación, se niega a participar en las elecciones, u organiza guarimbas. Porque allí hay algo importante que negociar: unos cómo derribar al poder y conservar los privilegios para seguir dominando la economía retomando el poder político, otros cómo mantener el poder adquirido justamente en las urnas.

En Cuba, hasta el momento, no existe una dimensión crítica suficiente de sectores que hayan logrado, al acumular poder económico independiente y privado, desafiar al poder político socialista. Si logran tenerlo, lo harán. Como no existe, ese papel lo asumen los organizadores externos de mano del Departamento de Estado usamericano, sus distintas entidades financistas al efecto, captando a los eventuales personajes y personajillos internos, atados a la ambición de raspar un poco en la olla de los recursos que aquellos ponen a la disposición del mejor postor, o la iniciativa más o menos audaz. Por eso asistimos de vez en vez al espectáculo de acciones y filiaciones de individuos de toda laya: desde marginales o terroristas hasta artistas sin obra con ella, pasando por aspirantes a comunistas y revolucionarios desencantados, que de pronto viven y estudian en el norte, después de varios episódicos cursos de formación en instituciones que se “preocupan” por las democracias de este mundo que no sea la de sus propios países o aquellos en que el asesinato se ha convertido en la nueva normalidad.

En ese juego todos apuestan a la misma baza: una larga agresión, intensificada precisamente en el momento en que una pandemia hiere profundo al mercado y las economías mundiales, tiene necesariamente que erosionar mentes y voluntades. Una carrera de resistencia en que se espera que el corredor de fondo desfallezca. Al fin y al cabo, no es que nadie sepa qué es el socialismo, sino que resulta una tarea dificilísima levantar una construcción en medio de un vendaval huracanado y persistente de 60 años, y a la postre, el albañil que lo intenta se cansará, o eso se espera, como Sísifo de llevar su roca sobre el lomo desollado a la cima una y otra vez, de poner el ladrillo, derribado una y otra vez. 

Esa es la historia y el objetivo último de la agresión a Cuba: una paciente espera porque te canses de poner tu ladrillo y fundir la argamasa, una y otra vez: y no sólo la posible fatiga: es que siempre se podrá decir al final y mientras tanto también dirán, que la pared no la tumba el viento de la agresión, sino que eres un mal albañil. Así, el intento socialista y la propiedad  que no sea privada, o la democracia que no sea la del capital, se ha ganado – le han atribuido – la fama de ser un mal albañil. Y no sólo lo repiten los estudiosos, artistas o doctores – ¡oh sorpresa!- que han estudiado, o viven, o frecuentan universidades, simposios y eventos con quienes sostienen que el albañil es un fracaso, bajo el amparo sutil e indirecto de esos  que de hecho meten sus garras a cada rato en cualquier país para hacer fracasar hasta al capitalismo que no les guste. No. Eso es bastante natural, porque esos eventos, simposios, estudios y becas jamás podrían pagarlos de sus bolsillos. Y además, cómo seguir recibiéndolos, si cuando te atrevas a una crítica moderada al capitalismo, a Trump y no al sistema de fondo, haces la clásica coyunta equilibrista: el fascismo y el estalinismo, el ni-ni, la crítica al emperador y a la burocracia estatal puestas en el mismo fiel y con el mismo peso, etc., etc. No sólo esos repiten la monserga del fracaso. Es que va penetrando en el imaginario de aquellos que van a perder, hasta la vida y la dignidad, cuando en verdad decidan poner el último ladrillo de resistencia y valor y escuchen como en la aventura homérica el cántico de las sirenas.

Sólo los gobiernos que se oponen al capitalismo, tienen un constante verdadero diálogo con su sociedad. El de Cuba ha sido la espina dorsal de esa casi mágica capacidad de millones de cubanos por insistir en poner el hombro una y otra vez y no desfallecer. Es su fuerza, a la vez que su debilidad. ¿Por qué?

En las sociedades capitalistas el principio es que cada uno vaya a su aire. Al abandono le llaman libertad. A la igualdad de oportunidades el mercado "igualador" y el crédito esclavizador. Si sopla un huracán, exhortan a la gente a que se protejan lo mejor posible. Si aprieta la economía, dan el paquetazo, contraen una deuda “soberana” que no pagarán las fortunas privadas, sino los ajustes fiscales, el dinero público, y sigue la vida. Al fin y al cabo eres “libre” y, además de la engañifa, debes pagarlo caro por “serlo”. Los gobernantes rinden cuentas una o dos veces al año. El capitalista no tiene que salir en la TV a dar explicación de por qué aumentó el desempleo, o subieron los precios, o la inflación,  a exhortar, a levantar voluntades, a inspirar, a persuadir. Todo lo eso lo sustituye por el empleo o el desempleo, el ejército de los desocupados, y la competencia feroz entre los esclavos que se disputan el grillete. El político, sí, y mucho, pero para decir y prometer lo que los estudios del mercado del voto le han indicado que puede levantar su valor en la bolsa de las elecciones. 

Y son países que tienen mucha menos dificultades o salen de un ciclo y otro de crisis, porque no están bloqueados, ni en listas negras. Total, cuando se libren del molesto Lula, o el poco amable Correa, cuando asesinen a Allende o encarcelen al molesto y "populista" de turno, ya correrán otra vez las inversiones, se llenarán las vitrinas, aumentarán los créditos, y el hombre común respirará otra vez hasta el próximo ahogo, y así transcurrirá su existencia hasta su propio miserable fin.

En un país que pretende el socialismo cada paso del gobierno es un intento por sortear una zancadilla, una agresión, un bloqueo, una persecución, un atentado, un traidor, un desencantado, un mercenario titulado que habla del fracaso, y pide elecciones y vivir "normal". Levanta un hospital y faltan las medicinas. Siembra, y bloquean los recursos para recoger la cosecha. Adquieres un equipo de cualquier índole, y un capitalista compra todas las piezas de repuestos. Respiras, y te producen un vacío de oxígeno en el espacio. A ello súmale el error, porque nadie en este mundo puede luchar contra los elementos desatados sin que la falta de sosiego y la turbulencia mundial no lo lleve a errar, sobre todo cuando no se tiene la ventaja subjetiva del capitalismo, que es exacerbar el individualismo y la competencia, el egoísmo y la banalidad, sino que apela a lo mejor del ser humano que tiene que florecer, además, en medio de las dificultades y las vitrinas de la falsa opulencia de los enemigos. 

Y sin embargo, el político cubano, el funcionario, el responsable, tiene una y otra vez que explicar, dialogar, cargar con la responsabilidad incluso de lo que no ha podido hacer bien, y no sólo de lo que no ha sabido hacer bien. Por eso digo que el diálogo es la fuerza de Cuba, además de convertirse en un riesgo que no tiene que asumir su enemigo. Y sin embargo, nuestra historia revolucionaria es un constante intercambio de los responsables del gobierno con todos.

El plan enemigo de apoderarse nuevamente de Cuba contaba, y cómo contaba, con el cansancio del arquitecto, con la fatiga de Sísifo y el lecho de Procusto. La persona tiene que estirar sus huesos para que quepa en el lecho del mercado, hasta reventar. Contaba con el cambio generacional, con los traidores y con los desencantados, con la ambición y el individualismo, con el espejismo de la superioridad de su cultura dominante en los medios, el arte, las películas, la música, su tecnología, la moda, las aspiraciones, y hasta en sus muñequitos y juguetes; contaba paciente con las demandas gremiales y estrechas de miras, con los errores propios o los provocados, con el caos coyuntural que alimentara el desequilibrio interno hasta el paroxismo, con la ausencia de Fidel y hasta con el joven doctor que gozó de la gratuidad y el amparo, el aspirante a artista,  o la joven feminista, que se creen a si mismos demócratas y fraternos, aunque aprovechen sin rubor lo que no es democracia, y hasta lo que es imperialismo, en otros lares, mientras le permitan adquirir un título para después tratar de “mejorar” la vida política de su pueblo desde la atalaya de la comodidad de sus abstracciones, mientras no se percatan, oh pobres de espíritu aunque no de letras, que están repitiendo y están bregando por lo que otros oídos quieren escuchar y otros arquitectos de los infiernos quieren destruir; contaban  con la fatiga del corredor de fondo y con esas flaquezas humanas…

Y por sobre todo, contaban con su dinero y con tácticas viejas, pero remozadas que han aplicado con éxito en varios países de este mundo. Lo que no contaban era con cierta y todavía mayoritaria parte de un pueblo que aprendió a leer, a pensar y que ha tenido geniales pedagogos, aun levantando una y otra vez una construcción contra huracanes, con un Sísifo que no regresa dócilmente a la base de la montaña a levantar su roca nuevamente hacia la cima, sino que sabe arrojarla al rostro que conviene vencer. 

Y que por lo tanto aprendió a distinguir qué es un diálogo entre constructores y qué no. A diferenciar quién dialoga en medio del bregar común, y quien aprovecha una coyuntura delicada en que millones se juegan su destino, para luchar sus propias estrechas ambiciones. Y en consecuencia actuaremos los cubanos atentos.

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