Foto tomada de Imágenes de Google con efecto |
Por cortesía del autor lo publica el blog Isla Mía, en medio de un nuevo episodio de migración cubana, insegura y desordenada, influida por la Ley de Ajuste Cubano y la política llamada "pies secos-pies mojados", que garantiza a los nacionales de la Isla, prerrogativas que no tiene ningún otro migrante en el mundo.
Florentino ya no es Florentino
A, nosotros, los muchachos de entones, nos distinguía saludarlo a su paso, erguido sobre su adornada bicicleta con aquel estilo suyo, ni arrogante ni sumiso. Siempre estuvo solícito a organizar un jueguito de softbol a la piña o a darnos una mano para entrar a ver a un familiar al hospital de Sagua la Grande, donde era un destacado trabajador.
Florentino siempre fue Florentino. Y no digo fue porque se haya muerto, sino porque ya sobre la tierra, y con el mismo nombre, hay otro hombre.
A los 59 años se le ocurrió la idea de abandonar el país de forma ilegal, digo se le ocurrió o “se les ocurrieron”. Lo cierto es que el día 22 de septiembre, al filo de las 7:30 de la noche, se lanzó al mar, por la zona de El Santo, Villa Clara, en un chapín* de 5,38 metros de eslora (largo) y 1,5 de manga (ancho). No iba solo. Cinco hombres, tres mujeres y dos niños desafiaban el estrecho de la Florida, sepulcro náutico de tantos cubanos.
A dos millas de Punta Higuereta (salida costera del rio Sagua la Chica) una turbonada hizo palidecer a Florentino, sumido en su primera navegación, pues sus vacaciones en la playa de Uvero, las gastaba jugando dominó, su hobby preferido. El agua envalentonada entró por la proa, justo por donde él estaba. Una ola gigante envolvió la carcomida cáscara de nuez y esta cedió a la mar furiosa las tablas del fondo y los pasajeros.
Florentino se vio de pronto entre el agua, el horror, y el desespero. No alcanzaba ver a su hijo Sandy, de 11 años, ni a Maira su mujer. Luego los vio aferrados a una tabla y entre el chapaleteo, los gritos, y las olas, iniciaron la batalla por la supervivencia.
Pero, la mayor tragedia ocurría a unos metros de la embarcación Odalys entregaba el vigor de sus 29 años a salvar a su hija Leide, que ese mismo día cumplía cinco años de edad.
Ella, con la niña moribunda, comenzó a nadar hacia un cayo cercano. En la mitad del trayecto se la amarró al mismo vientre que la engendró. La tormenta arreció de nuevo y en uno de esos forcejeos contra la corriente sintió como el cuerpecito inerte se le zafó del cuerpo y miró horrorizada como se perdía en la garganta verdinegra del mar.
Cuando tocó la tierra firme, sobre las angustias de un mangle, entre alaridos y sollozos, vio pasar la agónica noche de septiembre.
Florentino por su parte recibía el aliento de su hijo, pero sabía que su mujer iba languideciendo. A las cuatro de la madruga un hombre le informó que ya estaba ahogada y la amarró a una tabla de la chalana. Una sacudida partió la soga y el mar, como a la niña, también se la tragó.
Una lancha de guardafronteras los socorrió. Florentino no cabe de agradecimiento por el trato que le dieron. Él fue revolucionario hasta hace poco y conoce la humildad del verde olivo.
En el barrio lo recibieron con una pena inmensa en cada rostro y sin rencores. Él no debió lanzarse al mar, pero lo hizo, ahora está sumamente arrepentido: “Que nadie más haga esta locura”, repite una y otra vez.
Florentino ya no es Florentino. Sin embargo él debería en lo adelante entregarse en alma y corazón a cuidar a su hijo de 11 años y hacerlo un hombre digno, como lo es él, y revivir aquellos tiempos felices de la Playa Uvero, donde en la partida más reñida del dominó chocaba contra la mesa el vaso de alcoholifán y ante nuestros rostros boquiabiertos, siempre se pegaba con el doble nueve.
(*) lanchas pequeñas usadas por pescadores, así nombradas en la región centro norte de Cuba
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