Norelys Morales Aguilera.- El secuestro —porque no puede llamarse de otra manera— de un petrolero venezolano por parte de Estados Unidos vuelve a desnudar la esencia de un orden internacional que hace tiempo dejó de sostenerse en principios y normas. Lo que presenciamos es piratería moderna, ejecutada a plena luz del día, con confesión incluida y el silencio cómplice de quienes presumen defender un “mundo basado en reglas”.
Max Blumenthal lo ha explicado con contundencia: la guerra de Trump contra Venezuela y sus maniobras para manipular procesos electorales en Honduras encajan perfectamente en la “Época de Oro” que él describe: un entramado de élites ultrarricas que utilizan a los militares como si fueran una milicia privada para extraer valor de un sistema capitalista en crisis. No hay eufemismos posibles.
A esto se suma el análisis de Glenn Diesen, quien señala que Washington roba un petrolero mientras la Unión Europea maniobra para legalizar el saqueo del fondo soberano ruso. Cuando los imperios entran en declive, las reglas desaparecen: queda solo la fuerza y el privilegio.
Tanto así que la escena roza el absurdo:
—Reportero: “¿Qué pasa con el petróleo en ese barco?”
—Trump: “Lo guardamos, supongo.”
La Convención de Montego Bay define como piratería los actos ilegales de violencia o depredación cometidos con fines privados en alta mar. Difícil no notar el espejo. Pero a la autoproclamada “comunidad internacional” parece no incomodarle la contradicción: al contrario, la normaliza.
No sorprende que voces jurídicas como la del abogado Rubén Gisbert afirmen que Estados Unidos practica abiertamente la piratería, desmontando el mito de que existe un derecho internacional universal. Greg J. Stoker va más lejos y habla de piratería y asesinato en alta mar, recordando que este acto forma parte de un intento deliberado por asfixiar económicamente a Cuba.
Y mientras tanto, Trump amenaza:
“Colombia será la siguiente que ataquemos… Petro será el siguiente.”
Todo esto mientras agentes de la DEA y la CIA son arrestados en México por vínculos con el narcotráfico. Un guion repetido: acusar a otros para justificar agresiones.
La respuesta latinoamericana ha sido clara.
El canciller cubano Bruno Rodríguez denunció “el vil acto de piratería” y la violación flagrante de la libertad de navegación. Venezuela hizo lo propio, calificándolo como “robo descarado” y acto de “piratería internacional”, recordando que el propio presidente estadounidense confesó el asalto.
No hay espacio para la ingenuidad.
Si los poderosos imponen las reglas solo cuando les convienen, no existe un orden internacional: existe un desorden estructurado para justificar su dominación.
Y cada acto como este lo demuestra con mayor crudeza.
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