El
coronel se refería así al modo equivocado en que sus hijos-subalternos
arrastraban a las niñas y niños amarrados por la espalda hacia una de
las hermosas “micros” policiales que adornan nuestra capital. Los
“hijos”, tal vez habituados a que la gente camine hacia adelante, donde
tienen los ojos, insistían en que estos adolescentes fueran de frente en
las escaleras y no de dorso, golpeándose los talones y tobillos en los
peldaños, como les instruía pacientemente su “papá”.
Una
de estas micros -¿diseñadas tal vez por la casa Pininfarina?- se detuvo
tapando el portón metálico de la Municipalidad, donde los que se iban
presos “a la inversa” se habían apretado unos con otros, abrazados y
asustados del trato que les esperaba a manos de estos guardianes de la
paz social. De este modo, los transeúntes apostados en la Plaza de Armas
-y que parecían estar de acuerdo con la ocupación- no tendrían que
pasar el día reflexionando sobre quien sabe qué cosas: la elegancia está
hecha de detalles, y el coronel de eso se ve que sabe.
“Mi
general” -se lamentaba el coronel al teléfono- “los estudiantes están
muy agresivos. Se resisten, y hasta han tirado escupos” a sus muchachos,
ataviados con casco, visera y blindaje corporal. Imposible saber qué
decía mi general al otro lado, pero no sería aventurado afirmar que no
fue una frase del tipo: “hijo, son adolescentes, dialogue con ellos,
allane el camino para que nadie salga maltratado”. Eso queda para
pusilánimes como Guido Girardi, no para los gallardos herederos de César
Mendoza.
Tal conclusión se desprende
de los gritos destemplados de muchachos y muchachas inmovilizadas en el
pavimento por cinco y más policías, para amarrar sus muñecas firmemente
por la espalda con unos delgados cables de plástico, que también
servían para levantarlos, en una especie de elongación extrema y
forzada.
Una chica vestida de morado,
con la cara aplastada contra unos peldaños, fue objeto de este
procedimiento por parte de dos hijos y una hija del coronel. Ella
gritaba “no soy delincuente, soy estudiante”. Es difícil saber si había
delincuentes allí, pero seguro que -de haberlos- se preguntarían qué ley
dice que a ellos sí habría que beneficiarlos con las elongaciones
forzadas. De todos modos la niña, sin entender, les espetó a sus
benefactores el siguiente epíteto: “pacos culiaos”. Tras esto, fue
alzada de las muñecas amarradas y arrastrada “a la inversa” hacia la
salida lateral.
Es de dudar que esta
decisión, tras el trayecto por todo el edificio de la Municipalidad
hasta las Pininfarinas apostadas en la calle 21 de Mayo (que es un paseo
peatonal), haya contribuido a su bienestar posterior, ya sin la molesta
presencia de una cámara que registraba todo el episodio.
Un
canoso, fornido y cincuentón funcionario municipal le confesó a uno de
los adolescentes que tenía muchas ganas de pegarle. Esto en presencia de
y con la aparente aprobación de la Administradora Municipal, doña María
Troncoso, quien había colaborado, en calidad de guardián de la puerta,
en mantener aislados a dos estudiantes que habían ido a proteger su
lienzo colgado del balcón de la sala del Concejo Municipal.
Troncoso
es una mujer que se las trae. Segundos después de la confesión
pugiística del funcionario, en vez de reprenderlo, como hubiese esperado
un burócrata normal, intentó destruir la cámara de El Ciudadano por
haberla grabado. Poco después diría que ella tiene perfecto derecho a
agredir a los periodistas, pues registrar los acontecimientos “lo único
que hace es alentar un conflicto que ya está lo suficientemente
alterado”.
¿Será que sin la cámara no
se habrían llevado a los niños “a la inversa” ni amarrados con cables?
¿No les habrían enterrado las rodillas en la espalda para que no
molestaran? ¿Será que sin cámaras habría prevalecido el diálogo y la
buena voluntad? Un reportero se pregunta en estos casos si todo lo que
ocurrió no es, en realidad, culpa de su trabajo. De ser asi, la señora
Troncoso tiene todo el derecho a golpear y destruir esos costosos
equipos, no faltaba más.
Otro que
comparte esta escuela de pensamiento es un capitán de apellido Reyes. Él
y una flaquita tenienta advirtieron al reportero que por instrucciones
del jefe de prensa de la Municipalidad, los periodistas no pueden
informar desde el edificio comunal (comuna, según el diccionario de la
Real Academia, es una “forma de organización social y económica basada
en la propiedad colectiva”, pero eso sería tema de un doctorado).
- ¿Dónde se puede informar?
- ¡Afuera!
- ¡Afuera!
- Pero cómo, si afuera no pasa nada, la noticia está aquí.
Nada,
el concepto de noticia del capitán Reyes es definitivamente diferente a
casi todas las escuelas periodísticas conocidas. Es de preguntarse qué
diría el buen Reyes si al sintonizar las noticias, la televisión le
mostrara una pared, una piedra, un perro dormido, un auto estacionado,
una ventana abierta (o cerrada), unos autos parados en la luz roja, o
una señora comprando lechugas y pepinos, sólo porque un especialista
como él resolvió que la cámara tiene que estar en otro lado.
Este
Reyes también se las trae. Cuando nadie miraba, se interesó por la
cámara. Debe ser un aficionado a los videos. Por suerte no la
pudo mirar, pero ojalá vea El Ciudadano TV, para decirles a sus hijos, henchido de orgullo: ”el papá está en la tele”. [Alejandro Kirk/El Ciudadano]
1 comentario:
¡Mirá lo que nos estamos perdiendo por no haber presentado el Mauri su candidatura a presidente! ¡Porque, me imagino que el 60% de los argentinos PRO lo hubiéramos votado!
Y ahora tendríamos un gobierno tan lindo Y entretenido como los chilenos ... Hubiera estado linda Argentina ...
Pero no. Ahora andamos calientes con el anarcocapitalismo ése ... mientras el mundo SE NOS CAGA DE RISA.
Saludos
Tilo, 70 años
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