Cárcel de algoritmos

Fernando Buen Abad Domínguez.─ Ahora resulta, también, que los conceptos con que transitamos las “redes sociales” son, en virtud de los programas sensibles de la w.w.w., una forma del encierro del cual “no se sale” porque es un encierro, digital, ideológico y comunicacional. Se trata de dispositivos ciber-sensibles capaces de enlazar y “circunscribir” redes o conjuntos de palabras (e imágenes) entre usuarios coincidentes, para crear marejadas de ideas encerradas en sus propios mantos semánticos. No sorprende tratándose de tecnología ideada por la burguesía para comerciar globalmente. E-Comerce le llaman.

“Del latín medieval algorismus, y este epónimo del matemático y filósofo persa al-Jwārizmī (الخوارزمي), a su vez llamado así por ser nativo de Corasmia. Compárese guarismo… Conjunto secuencial, definido y finito de reglas para obtener un determinado resultado en la realización de una actividad.” ( https://es.wiktionary.org/wiki/algoritmo )

Se fabrican a destajo “trolls”, “fakes” y “bots” en cuanto reducto sea posible manipular sin ser visto. Son una plaga y una calamidad cuya trascendencia sólo comienza a ser vista según genere “inconvenientes por espionaje o por siembra de pruebas falsas luego de quedar, un mensaje, encerrado en cárceles con rejas digitales invisibles.

Con los espejismos democráticos creados por internet, proliferaron argucias y vigilancias y a la información y crearon un caldo de cultivo descomunal infestado por dispositivos de control y represión semántica aplicados sistemáticamente para hacer negocios disfrazados de “política”. Cada día las evidencias se multiplican porque los usuarios reciben “la misma información” a pesar de estar en las más diversas “redes” y porque, más de una vez, los círculos en los que quedan encerrados son puntos “ciegos” para neutralizar “movilizaciones” twitteras. Parece que sólo hablamos entre un “nosotros” creado artificialmente.

Por ejemplo. Hay dispositivos diseñados para analizar nuestra conducta semántica en el contexto de nuestros contactos. Eso lo demuestra fácilmente la publicidad que de inmediato nos inunda cuando escribimos, por ejemplo, un correo electrónico o un mensaje en las redes. La cosa empeora cuando decimos que nos ha “gustado” algo en especial. Una cuenta, una concepto una imagen…entonces los algoritmos se adueñan de nuestros “espacios” virtuales para dejarnos encerrados en lo que ellos consideran el mundo de nuestros “pares”. Todo eso sin consultarnos.

Somos víctimas de publicistas y de servicios de inteligencia sin saber exactamente cuál es cuál, o cómo se diferencian. Con sus algoritmos ellos dan mayor importancia a los conceptos y núcleos que creen fiables y enlazan a webs de espionaje de datos con mentiras, informaciones manipuladas, rumores y calumnias para favorecer (especialmente) la difusión de noticias falsas y la creación de prisiones algorítmicas ideológicas. Imponen su visión del mundo encerrándonos y alejándonos de aquello que cuestiona sus ideas. Es un impacto invisible de la tecnología que fabrica burbujas ideológicas con algoritmos capaces incluso de intervenir contenidos emocionales e hibridarlos con las noticias falsas con otros algoritmos capaces de detectarlas y difundirlas mejor en sectores de usuarios más sensibles a esa fórmula que a su vez han sido encerrados en calabozos digitales a medida con base en el “big data”.

Hay “usuarios” que se han hecho adictos voluntariosos a las noticias no veraces. Con algoritmos se rastrea y se enlaza la proclividad de algunos que ya no necesitan del engaño porque se auto engañan y crean feligresías de la falacia como expresión de un estado alterado de relación con la realidad y como ejemplo de una “cultura” basada en patologías informativas de nuevo género que son mutaciones semióticas en un campo de lucha plagado con infecciones ideológicas muy letales.

Para combatir ese delito de lesa humanidad, nos urgen, por ejemplo, grupos de investigación multidisciplinarios que aborden este problema como un problema de Cultura y Comunicación íntimamente relacionado con problemas de salud mental y saludo pública en general. Habría que revolucionar la producción de los algoritmos para que en lugar de encriptar su origen y su fecha de creación ayudaran a garantizar la veracidad de una información, su responsabilidad social, sus autores, sus usos y sus intereses de clase con precisión de datos y códigos éticos con diferenciación entre informar y opinar.

Que las máquinas no decidan qué “verdades” debemos conocer ni con qué “círculos” de usuarios debemos ser enclaustrados para que terminemos hablando entre “iguales” bajo la lógica de que somos colectivos de consumidores promedio con modos de pensar “similares”. Porque ese es el negocio tarde o temprano. Para vendernos libros religiosos o “progres”, para vender este o tal tabaco, para un vestuario u otro… para encajarnos un dispositivo ideológico, electoral, dogmático o consumista.

Los algoritmos de mercado (mercadológicos) constituyen una forma de la “inteligencia artificial” diseñados para agilizar las ventas de toda la chatarra burguesa que circula en el “e-comerce” y no solamente el espionaje para la represión física e intelectual. Incluso Google y Facebook han reconocido el uso y el abuso de los algoritmos y ya han ideado lavadoras de conciencia burguesa que se sustentan en una pretendida actitud ética en el manejo de información. Pero siguen espiando y vendiendo la información básica que la dictadura del mercado necesita para vaciar sus bodegas y saturarnos con crédito bancarios hasta la asfixia. Consumismo barnizado veracidad de publicistas.

También el modo de producción tecnológica debe ser escrutado en el contexto de la Guerra Económica que la burguesía ha desatado para dominar las relaciones de producción y todos sus campos emocionales. Necesitamos una revolución cultural que además de combatir la producción, distribución y consumo de informaciones falsas, consolide el derecho social a la Cultura, la Comunicación y la Información emancipadas y emancipadoras. Que habilite a los pueblos a controlar directamente la producción de la tecnología en sus “hardware” y en sus “software”. Revolucionar la producción de los algoritmos para garantizar un proyecto de igualdad e integración hacia una alfabetización mediática capaz de ayudar a desarrollar tecnología soberana y habilidades pertinentes para democratizar la producción de la información. De inmediato.

Fernando Buen Abad Domínguez
Rebelión/Instituto de Cultura y Comunicación UNLa

https://www.alainet.org/es/articulo/188699

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