Norelys Morales Aguilera.─ La transparencia de las aguas que rodean el archipiélago cubano, el azul del cielo y las brisas calientes del verano, quedaron atrás el 7 de septiembre, cuando trenes de olas avanzaban al hurcán Irma con categoría 5, la máxima con vientos de 250 km/h o superiores, el más potente que en 80 años azotaría a Cuba. En las costas de Guantánamo, al oriente, veían las nubes engregreciéndose y el mar se mostraba picado.
Ya no había dudas sobre lo pronosticado por los meteorólogos locales, que son la primera línea de defensa junto a la información oportuna, para un territorio caribeño, que ha probado saber hacer de puño cerrado. Las noticias llegadas de las Antilla Menores y otras islas vecinas, fueron un preludio conmovedor de que esta vez poco quedaría ileso en tierras cubanas.
Después de 72 horas de azote directo, hasta el domingo 10 de septiembre, era imposible saber si preocupó más lo que sobre cada quien se abatía, o las incertidumbres que se fueron consumando, por la incomunicación entre amigos y familiares o los bienes que dejaron detrás un millón y más de evacuados, o si habían sido correctamente resguardados los alimentos y otros insumos, como los médicos, para esas amargas horas y las que sobrevendrían.
La única confianza, inequívoca, fue la experiencia de que el conocimiento previo para ponerse a buen resguardo, podría rebasar la arremetida de un demonio de la naturaleza, al que había que hacer frente, sin alternativa posible. Como otras veces y en tantas circunstancias: una pelea cubana contra los demonios.
Ahora que el huracán consumó su camino destructivo hacia La Florida, y antes de dar testimonio de estragos y recuperación desde vivencias y emociones, apunto el sentimiento de asombro ante nuestra propia cotidianeidad, porque la mayoría abrumadora de los pobladores cubanos, sin distingo de edades o jerarquías de cualquier tipo, están haciendo lo que deben y todo lo que pueden ¡Eso es heroísmo! ¡Heroísmo sublimado!
No hay comentarios.:
Publicar un comentario