Que Estados Unidos espía a amigos y enemigos no es ninguna novedad y mucho menos desde que se airearon los documentos de Wikileaks y Edward Snowden se convirtió en un prófugo que en su rocambolesca huida recorre el mundo en busca de un difícil asilo ante la persecución implacable del gobierno norteamericano, que lo considera un peligroso criminal por desvelar altos secretos de Estado.
Ahora se ha destapado que Obama, acusado por los republicanos de no tener para enfrentarse al enemigo, personalizado por Vladimir Putin y un comunismo recidivo y estratégicamente localizado en Ucrania, intentó desestabilizar al gobierno de Cuba a través de la creación de una red social cuyo objetivo era la agitación política contrarrevolucionaria y el derrocamiento de Raúl Castro. El denominado twitter cubano estaba financiado con fondos públicos aportados por empresas tapaderas y fantasmas y era similar a intentos idénticos ensayados sin éxito en Afganistán, Paquistán o Venezuela, donde hubo que clausurar estos medios ante el escándalo diplomático y la descarada evidencia de la operación, que violaba la legalidad internacional en un burdo intento de desestabilización de naciones soberanas.
Todo esto en un país que se pone como ejemplo de libertad y democracia y que se dispone a aprobar normas y leyes que abren la puerta al denominado Internet de dos velocidades, que viola los principios de no discriminación e igualdad que hasta ahora imperaban en la Red y que condena a quien no pague a ser un ciudadano de segunda, con acceso limitado a las nuevas tecnologías que ya han cambiado el mundo globalizado, distinguiendo entre el acceso premium a la información que se difunde por las redes sociales y un acceso para pobres, que únicamente podrán disfrutar de los contenidos filtrados por las grandes potencias.
Es lo que se ha dado en llamar guerra no convencional y que probablemente sea el campo de batalla de las confrontaciones del futuro. En el caso de Ucrania parece evidente que la desinformación o la difusión de noticias interesadas produce una tergiversación de la realidad que nos induce a considerar que Rusia está animando la confrontación bélica con un renovado espíritu imperialista. En realidad sucede todo lo contrario; la OTAN, que debería haber desaparecido tras la caída del muro de Berlín y el fin de la Guerra Fría, se expande por el este y acorrala a una Rusia que hace años que enterró el comunismo mientras que la Unión Europea asiste como convidada de piedra a una ceremonia de la confusión auspiciada desde Estados Unidos para garantizar el control militar y económico de la región. En lugar de garantizar la seguridad y apostar por la vía del diálogo, la OTAN es un elemento provocador y fuente de inestabilidad, una irresponsabilidad que puede provocar una guerra. /Editorial Cambio 16
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