Atilio Borón.- Días atrás se dio a conocer la nueva Estrategia de Seguridad Nacional (ESS) propuesta por el presidente Donald Trump para su actual administración. Es evidente que en este mandato las prioridades de la Casa Blanca han sufrido una mutación fundamental, a tono con los enormes desafíos que plantea la inocultable declinación del poderío de Estados Unidos en la economía y la política internacionales y la irreversible consolidación de un sistema internacional multipolar. Esto se comprueba muy fácilmente con sólo comparar la actual con las anteriores ediciones de la ESS en las cuales América latina y el Caribe -invisibilizadas tras la anodina expresión de “Hemisferio Occidental”- ocupaban el último lugar en las prioridades del imperio y apenas si eran mencionadas una o dos veces a lo largo del texto. Hoy los países de Nuestra América sobresalen en la nueva “hoja de ruta” diplomática como la región más importante del planeta para Washington.
Esto es algo que el autor de esta nota venía afirmando desde hace mucho tiempo cuestionando las declaraciones y documentos procedentes de Washington que sistemáticamente subestimaban la enorme importancia de esta parte del mundo pese a ser un emporio de recursos naturales de todo tipo. El discurso desdeñoso, y por momentos racista, de los portavoces del imperio establecía este orden de prioridades en la agenda de la política exterior estadounidense, con alguna que otra ocasional variante en el vértice de la escala según las turbulencias del momento: la región más importante era Medio Oriente, por su petróleo y por la presencia de Israel como un portaaviones terrestre de EE.UU.; luego venía el Asia Pacífico, especialmente después del despegue económico de China y la presencia de dos cruciales aliados como Japón y Corea del Sur; en tercer lugar Europa, por la común tradición cultural, las relaciones comerciales y la barrera militar creada por la OTAN para frenar “la perpetua vocación expansionista de Rusia”; en cuarto lugar Asia Central, perversa “madriguera” del fundamentalismo islámico y el terrorismo yihadista y recién en un módico quinto lugar venían Latinoamérica y el Caribe, siempre que no estallara un grave conflicto o una crisis humanitaria en África en cuyo caso la atención de los funcionarios del Departamento de Estado relegarían a nuestra región al sexto y último lugar. Este relato oficial que al rebajar la importancia de Latinoamérica y convencer a muchos gobernantes, intelectuales y formadores de opinión de que nuestra región nada valía, que poca o nula gravitación tenía en la escena internacional, facilitaba la aceptación gozosa de las migajas que ocasionalmente Washington arrojaba por estas costas a cambio de las cuales algunos gobiernos se convertían en indignos peones del amo imperial.
La ESS del primer Trump (2017-2021) reflejó el cambio producido en el sistema internacional, sobre todo el irresistible ascenso de China y el retorno de Rusia a las grandes ligas. Como fiel espejo de ese proceso China apareció por primera vez al tope de las prioridades, con 33 menciones, seguida por Rusia con 25 y Europa con 30 y apenas dos menciones destinadas al “Hemisferio Occidental”. Pero en la nueva versión de la ESS nuestra región aparece mencionada en 25 ocasiones, apenas una menos que China (26) y a dos de Europa (27). Al evaluar la incidencia geopolítica de las distintas macrorregiones del planeta para la seguridad nacional de EE.UU. el primer lugar se lo lleva el “Hemisferio Occidental”. Esta centralidad sin precedentes de América latina remata en la exaltación de la Doctrina Monroe y la introducción del “Corolario de Trump” a dicha doctrina que establece que Washington debe “restaurar la preeminencia estadounidense en el ‘Hemisferio Occidental’ y proteger nuestro territorio nacional y nuestro acceso a geografías clave en toda la región. Negaremos a competidores no hemisféricos (léase China, Rusia, India e Irán) la capacidad de posicionar fuerzas u otras capacidades amenazantes, o de poseer o controlar activos estratégicamente vitales, en nuestro Hemisferio. De este modo se pondrá coto a la migración irregular (“invasiones de hordas enemigas”, según Trump) y se asegurarán las “cadenas de suministros esenciales” a lo que se agrega que todo lo cual exigirá un replanteo de nuestra presencia militar en la región. Y, más adelante, se denuncia que “competidores no hemisféricos” (como los arriba mencionados) han realizado importantes incursiones en nuestro Hemisferio, tanto para perjudicarnos económicamente en el presente como para hacerlo estratégicamente en el futuro. Permitir estas incursiones sin una respuesta firme es otro gran error estratégico estadounidense de las últimas décadas. Y el correctivo para dicho error es “una redefinición de las alianzas, y los términos bajo los cuales brindamos cualquier tipo de ayuda deben estar condicionados a la reducción de la influencia externa adversaria, desde el control de instalaciones militares, puertos e infraestructura clave hasta la compra de activos estratégicos en sentido amplio”.
En otras palabras: al asumir seriamente el inexorable debilitamiento de su poderío global el imperio contrataca y lo hace apretando las clavijas en su reserva estratégica y ahuyentando a las potencias extracontinentales que actúan en la región, como si tal cosa fuera posible. Tarea rayana en lo imposible, más allá de la vocación colonial de gobiernos como los de Argentina, Ecuador y El Salvador, para nombrar los tres casos más despreciables, y de las duras realidades de la economía mundial. La centralidad de China en la economía global no se disuelve con documentos oficiales. Si el total del intercambio comercial entre ese país y toda América latina en el año 2000 era del orden de los 12 mil millones de dólares, el año pasado llegó a los 518 mil millones de dólares, y posicionóy al gigante asiático como un socio comercial absolutamente irremplazable para la mayoría de los países del área, y en muchos casos como el mayor inversor en la región. Trump puede estar muy confiado en su “Corolario”, pero en un mundo tan estrechamente interconectado como el actual las duras realidades de la economía y la política mundiales no tardarán en frustrar -o morigerar en buena medida- sus intentos restauradores. Incluso gobiernos que se enorgullecen de su indigna sumisión a los dictados de Washington, como el de Javier Milei, están atravesados por una enorme cantidad de vínculos y proyectos forjados con numerosos “competidores no hemisféricos” que muy difícilmente podrían ser cortados sin producir un descalabro económico, político y diplomático de grandes proporciones.
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