Carlos Luque
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Las llamadas redes sociales le han hecho creer a muchos – a demasiados – que pueden escribir en ellas como hablan en la sala de su casa. Que además, ello democratiza la vida social. Olvidan que estos medios se regalan como la libertad pero funcionan como instrumentos de control. Que son un señuelo para que al morder el anzuelo, te conviertas en la presa. Que son burbujas donde mientras más libre te crees, más incomunicado estás. Claro es que toda burbuja se puede romper. Se logra cuando haces de ellas un uso inteligente, cuando dispones del punzón adecuado y lo sabes manejar.
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No todos se percatan del ardid comunicacional. Y sin embargo, es bien sencillo. El poder económico desigual entre las potencias y las llamadas regiones periféricas, o más crudamente, entre élites explotadoras y naciones sometidas, provoca innumerables dificultades para el equilibrio de la gobernabilidad en los países que intentan la independencia y la soberanía verdaderas, así sea la política, aunque difícilmente la económica total. Que son la mayoría de los países del llamado tercer mundo.
En los países capitalistas de la periferia, el imperialismo desvía la lucha de los pueblos hacia el blanco de los políticos nacionales sometidos por el Capital endógeno y por los satélites atados a los intereses comunes del Capital exógeno. Es lo que ocurre hoy en la mayoría de los países sudamericanos, pero también en varios países del sur de Europa, con las diferencias de rigor.
En los países que han intentado o persisten en soltarse de las cadenas del sometimiento global, y construir un tipo de proyecto contestatario al capitalismo, una parte de su población dirige contra sus gobiernos las consecuencias de un orden de cosas creadas por la agresión imperialista. Es un recurso que tiene magnífico resultado: te creo dificultades, pero tu población te hará responsable de ellas. Es el resumen de aquellas cínicas declaraciones de un norteamericano: crear desesperación, necesidades insatisfechas, una larga expectativa de acceder al modelo de consumo capitalista, pero serás el culpable y el blanco de las protestas por ellas.
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Tras más de 60 años de intentarlo, en Cuba no ha dado los resultados esperados. Pero no absolutamente. Sin dudas, algunas consecuencias debía tener. Y las ha tenido en las partes más blandas de la población.
El 59 revolucionario comenzó a crear una plataforma social macro, mediante, primeramente, la educación universal y gratuita, la salud, la asistencia social, el trabajo, y el acceso a derechos inéditos antes, que igualaba las oportunidades de ascenso y desarrollo personales. Pero en la esfera micro, familiar, y del entorno de relaciones, el punto de arrancada imponía límites que debían ser superados por el esfuerzo y la lucidez individuales, más la resolución de los fenómenos disruptivos o traumáticos que se presentan en las biografías de toda individualidad. Y aunque las políticas socialistas fueran sinergia favorable para lograrlo, era inevitable que las oportunidades no fueran aprovechadas por igual. Los patrones de conducta y aspiraciones de realización son parcialmente heredadas en la interioridad familiar y social. A ello hay que sumar las ingentes dificultades impuestas por la agresión que se debían sortear para garantizar las condiciones materiales de los sectores que en la arrancada del 59 eran los más desfavorecidos.
La jugada era, y es, perfecta. Impedir el desarrollo, provocado también por los errores inducidos, los condicionados por el férreo dogal, o por los propios inevitables de toda ruta inédita. Tensar al máximo la brecha entre las expectativas de la sociedad y los resultados que se podrían obtener. Y a la vez, mostrar la vitrina engañosa del acceso a la abundancia para todos, pero si se abandonaba el camino erróneo y se adoptaba el “correcto”. Además del éxodo migratorio, crear la impresión del fracaso de una utopía.
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Ha sido tan obcecado y feroz la aplicación del recurso, tan intensa y continuada la agresión, que ello es medida de algo que, por tan natural, se nos escapa de la percepción inmediata: la igualmente enorme y heroica realización cubana de algo calificado como más grande que nosotros mismos: esta revolución que no cesa de revolucionarse a sí misma.
Pero igualmente enormes son las dificultades del momento. Cuando el país venía aplicando con cautela un largo y riesgoso proceso de transformación en órdenes vitales de la vida social y económica, una administración recrudece la agresión al máximo posible y, a la vez, explota una pandemia que estremece toda la arquitectura económica nacional y mundial. En el caldo de cultivo de las condiciones de posibilidad que venían sembrando más de 60 años de arduo bloqueo estadounidense, florece también la incomprensión de círculos de personas que se presentan como socialistas, pero dirigen la responsabilidad de las consecuencias, como apuntábamos más arriba, sólo o preferentemente a errores internos, sólo imputables al proyecto socialista. Era, y sigue siendo, uno de los frutos esperados por nuestros enemigos.
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Se entrelazan y confunden, entonces, la crítica necesaria, lúcida y útil, con la que esperan los agresores que se dirija a reales o presuntos errores de la política interna. Y cuentan para ello con los medios digitales, además de con los traidores o mercenarios a sueldo que no faltan nunca en semejantes circunstancias. No casualmente, a pesar del recrudecimiento del bloqueo, jamás se ha bloqueado para Cuba, no totalmente, el acceso a la red de redes.
Es el caballo de Troya más efectivo para que los explotados se ataquen a sí mismos, para que se disparen en el pie, y para poner a los países en una encrucijada cada vez más laberíntica para los países que el imperialismo ataca: la crítica es necesaria, pero la facultad, el talento y la información necesarias para hacerla útil y no un fuego amigo, no es abundante.
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Por ello asistimos hoy a ese episodio lamentable de personajes con una ruta de vida revolucionaria, o de apoyo a la revolución, que no logran resolver el acertijo. Manejar la crítica atendiendo a las dificultades que Bertolt Brecht aconsejaba vencer. Sobre todo, pero en combinación con todas, la IV:
I. Valor de escribir la verdad;
II. la sagacidad de reconocer la verdad;
III. el arte de hacer a la verdad manejable como arma;
IV. el juicio de escoger a las personas en cuyas manos la verdad se hace efectiva, y
V. la maña de propagar la verdad entre muchos.
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