De una cultura del conocimiento y su posible apropiación se puede pasar sin mayor solución de continuidad a una cultura de la superficialidad. Si la verdad no cuenta y solo importa la “post” verdad, ¿cómo orientarse? Las TICs (tecnologías de la información y la comunicación) permiten ambas vías: el pensamiento crítico y la más ramplona banalidad. En tal sentido, se ha hablado, entonces, de intelicidio (Mario Roberto Morales). Pareciera que las redes sociales contribuyen mucho a eso: el olvido (¿o la muerte?) del pensamiento crítico. Los filtros y los distintos dispositivos informáticos existentes permiten falsear/procesar/manipular la realidad a punto de hacer desaparecer la verdad: no hay verdad, hay solo post verdad. Es decir: una pura ilusión. En la virtualidad se puede ser y hacer cualquier cosa. ¿Cuál es la verdad? No importa: solo importa el efecto que se logra con estas realidades virtuales técnicamente bien manipuladas: soy gordo pero aparezco delgado, tengo arrugas pero aparezco con rostro lozano, soy calvo pero aparezco con melena, no sé qué decir pero opino cualquier cosa sin la menor vergüenza, un mago prestigioso hace “desaparecer” la estatua de La Libertad en Nueva York, y las mentiras bien montadas edifican un mundo virtual/real en el que nos movemos sin aparente posibilidad de salida. La opinión política, el análisis pormenorizado, la reflexión profunda se ven reemplazadas por un tuit de 280 caracteres.
A la ideología capitalista neoliberal dominante todo esto le es perfectamente funcional. Cuanto menos se piense, cuanto menos se critique: mejor. Las nuevas generaciones han sido moldeadas en esa matriz: pareciera que los poderes se encargaran de hacer creer que la verdad sobra. No hay verdad, todo se esfuma, se diluye. La pregunta que persiste es: ¿así será el futuro? Mejor si construimos un futuro donde la verdad cuente.
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