Esta postura vasalla, propia de un candidato electoral al candidato del Partido Republicano, resultó costosa, desde el punto de vista diplomático, y para los intereses comerciales del país. Además de profundizar la ruptura con la trayectoria soberana de la diplomacia brasileña, Bolsonaro dañó la agroindustria brasileña, eximió al etanol estadounidense para ayudar a Trump a ganar votos del sector rural de Estados Unidos.
Por votos a Trump, esta vez de los latinos de Florida, el presidente y su canciller dieron la bienvenida al secretario de Estado de Estados Unidos, Mike Pompeo, y montaron un escenario de preparación para la guerra contra Venezuela, en Roraima. Incluso después de las elecciones, Bolsonaro y su clan, ajenos a los intereses de Brasil, mantuvieron su discurso de lealtad a Trump, respaldando el discurso de que hubo fraude.
La aprensión que golpea a Bolsonaro sobre la posibilidad de la derrota de Donald Trump proviene de que de confirmarse este resultado, los exponentes de extrema derecha y neofascistas de todo el mundo perderán un ancla importante: el apoyo de la Presidencia de la mayor potencia del mundo.
Las bases sociales para la proliferación de esta política de extrema derecha existen precisamente a raíz de la grave crisis económica, que se acentuó en el post-quiebre de Wall Street en 2008, proceso iniciado en 2007. Con la llegada de la pandemia, su potencial destructivo alcanzó proporciones cuyas consecuencias son imponderables. El escenario propicia el advenimiento de aventureros, que prometen soluciones fáciles, generalmente acompañadas de propósitos autoritarios.
La lealtad de Bolsonaro a Trump, retrato de su falso patriotismo, dañino para los intereses nacionales, indigno de un presidente de un país soberano, requiere un firme repudio a las fuerzas democráticas del país.
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