El pavo de los anexionistas

Salvador Capote.─ Tengo ante mi la descolorida ilustración de un viejo diario anexionista de fecha 22 de noviembre de 1924. En ella se ve al Tío Sam sosteniendo una bandeja con un suculento pavo que tiene por nombre Isla de Pinos. El pie de grabado dice lo siguiente: “En este Día de Acción de Gracias de 1924, estamos profundamente agradecidos a la Divina Providencia por la brillante perspectiva de que la anexión se logre antes de que finalice el año”. Los anexionistas de entonces no pudieron cumplir su deseo: Estados Unidos, después de obligar a los cubanos a una espera humillante de 21 años, se vio obligado a ratificar, en 1925, el Tratado Hay-Quesada que -¡ya era hora!- reconocía la soberanía de Cuba sobre la Isla del Tesoro, no sin antes añadir dos enmiendas vejaminosas y quedarse, de paso, con la Base Naval de Guantánamo. Algún día, Estados Unidos también tendrá que devolvernos el territorio de la Base, o sea, tendrá que devolvernos lo que nunca dejó de ser nuestro. 

El anexionismo ha tenido siempre un fuerte contenido racista. Los anexionistas cubanos del siglo XIX se hubieran conformado con ver a Cuba convertida en un cayo más de la Florida, con tal de conservar a sus esclavos. Los de la república mediatizada –avergonzados de su origen étnico- pues siempre surgía algún detalle que revelaba al abuelo congo o carabalí, hubieran sacrificado su brazo derecho por una cabellera rubia; por ojos azules, ambos brazos; y por tener, además, la piel  blanca… bueno, no puedo imaginar lo que hubieran dado. Pero estoy hablando de una isla con población numerosa de origen africano. En otras naciones de América Latina la situación es diferente pero igualmente racista. Allí, salvo excepciones, las oligarquías son prácticamente etnias blancas, tan ignorantes que desprecian su rica herencia cultural, en países compuestos mayoritariamente por indios y cholos. Con frecuencia –para mortificación de estas élites- algún que otro detalle anatómico delata el ascendiente indígena. Los hay que, por más que tratan, no pueden esconder, debajo del esmoquin, el sarape multicolor. ¡Y qué desilusión cuando, al llegar al país del Norte, estos discriminadores son discriminados, y se ven reducidos a la ambigua categoría racial de hispanos¡. 

Los neo-anexionistas, por último, forman el último escalón en la escala de la desvergüenza, pues su única motivación es el dinero que reciben de agencias del gobierno estadounidense; algunos, como los que integran grupúsculos disidentes dentro de la Isla, se venden por las migajas que reciben de Miami; son los mercenarios más baratos del mundo. 

Del intento de anexión de Isla de Pinos, llamada hoy Isla de la Juventud, porque decenas de miles de jóvenes de todo el mundo han estudiado en sus escuelas secundarias, en sus preuniversitarios y en sus politécnicos, ha transcurrido ya casi un siglo. Sin embargo, los plattistas cubanos de Miami, émulos de la Malinche- al igual que en aquel lejano Día de Acción de Gracias de 1924, continúan con sus delirios anexionistas y, como la isla rebelde no se rinde ante las amenazas ni ante la asfixia económica impuesta, le piden al Señor que se produzca, antes de que finalice el año, una invasión a Cuba por los marines. ¡Miserables!.

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