El fantasma del Foro de São Paulo

Virgilio Álvarez Aragón.─ En una de sus últimas prédicas neoliberales, el magnate guatemalteco Dionisio Gutiérrez se hizo eco de la falsa acusación contra el Foro de São Paulo, al cual responsabilizó de los destrozos sucedidos en Chile y Colombia. Para el multiempresario, basta con que alguno de sus gurúes se lo diga para salir, por todos los medios a su alcance, lanzando acusaciones a diestra y siniestra.

Para la ultraderecha latinoamericana, de la neoliberal dogmática a la neofascista, las movilizaciones en el sur del continente no tienen más explicación que la acción concertada y malintencionada de supuestos subversivos y terroristas aleccionados desde Venezuela y Cuba. Así lo dicen los golpistas bolivianos, cuyo terrorismo de Estado no es siquiera comentado por los supuestos defensores de la libertad.

Para ellos no son necesarias evidencias. Su imaginación vuela alto cuando de justificar lo injustificable se trata. Mientras que el autoritarismo cuasifascista de la autoproclamada presidenta de Bolivia o los vínculos con el narcotráfico colombiano del también autoproclamado presidente de Venezuela no les merece un mínimo de atención, magnifican las acciones violentas de algunos manifestantes chilenos o colombianos.

La estrechez ideológica de este tipo de analistas y predicadores no les permite ampliar su espacio analítico para encontrar explicaciones serias y confiables al malestar social, así hayan obtenido su diploma de doctorado en alguna universidad española de prestigio, como es el caso del señor Gutiérrez. La evidencia empírica para ellos es innecesaria cuando de pronunciar una acusación contra su enemigo ideológico se trata.

Como cualquier lector apenas informado sabe, el multiacusado foro no es más que eso: un espacio de debate y diálogo de algunos partidos de izquierda de la región. No es, para nada, una superestructura partidaria que defina estrategias de participación internacional. Y es más: no hay una sola evidencia que permita al menos suponer que los partidos chilenos o colombianos participantes en dicho foro estén involucrados directa o indirectamente en las acciones violentas suscitadas en ambos países, como tampoco lo ha podido demostrar el Gobierno ecuatoriano con relación a los destrozos ocasionados por grupos violentos en Ecuador.

Como sucedió con el juez que sin pruebas consistentes condenó al expresidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, los predicadores neoliberales, autoproclamados demócratas, hacen de sus intuiciones y prejuicios suficientes causas para juzgar y condenar al opositor.

Las activas, organizadas y pacíficas movilizaciones que en Chile y Colombia han convocado a miles de personas son producto del nivel de hartazgo y de malestar que en la mayoría de sus ciudadanos existe con relación a las políticas económicas impuestas. En Chile, la educación superior pública exige el pago de cuotas altas a los estudiantes, quienes para acceder a ella deben endeudarse con los bancos. Y estos, a pesar de gozar de estímulos monetarios del Estado, les imponen altas tasas de interés que en muchísimos de los casos resultan impagables. La privatización de las jubilaciones, ahora que las primeras cohortes de usuarios comienzan a necesitarlas, ha resultado un fiasco en el que solo los banqueros obtienen ganancias mientras los ahorrantes apenas reciben mínimos pagos.

Que, según las últimas encuestas, el presidente Duque y su creador, el ahora senador Uribe, tengan bajísima aprobación, 24 y 26 % respectivamente, no es consecuencia de ninguna manipulación del Foro. Es producto simple y claro del rechazo de la población a la manera como ellos han gestionado el país, imponiendo una agenda neoliberal evidentemente dañina a la mayoría de la población.

Poco les importa a un chileno y a un colombiano comunes y corrientes que sus economías sean ejemplares a niveles macro si a ellos apenas les alcanza para llegar a final de mes. Ha sido esa satisfacción de los que más tienen la que, proclamada como satisfacción de todos, ha llevado a estos países al nivel de agitación social en que ahora se encuentran. Y en eso nada ha tenido que ver el multiacusado foro.

En Chile, la insatisfacción viene de larga data, y los gobiernos de la Concertación y del Partido Socialista apenas si consiguieron posponer la crisis, pues el marco constitucional es absolutamente privatizador. Los que protestan, pacífica y hasta violentamente, son esos miles que no se sienten representados por los partidos y que han dejado de participar en las elecciones para hacer de Chile el país donde la abstención electoral es de las más altas en la región.

En lugar de buscar falsos culpables, los magnates y predicadores neoliberales chapines deberían hacer todo lo posible por que los escasos beneficios de la falsa estabilidad económica lleguen, efectivamente, a los sectores más necesitados, pues, de no suceder en el corto plazo, las reacciones violentas y desesperadas de la población pueden llegar a ser mucho más dolorosas que las vistas en aquellos países.

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