Sopa entre jugadas con el Che (2)

Giraldo Mazola*.─ Fidel al crear el ICAP en 1960 avizoraba desde entonces la necesidad de prepararnos para enfrentar el aislamiento que se gestaba contra Cuba y poder divulgar nuestra realidad, tergiversada por los medios masivos de información del imperio.

Cada aniversario del 1ro de Enero, del 1ro de Mayo o del 26 de Julio, se nos unían a celebrar esas fechas cientos de visitantes extranjeros de todo el mundo, particularmente de América Latina, que después recorrían el país, conversaban con nuestros trabajadores y campesinos y se entrevistaban con nuestros dirigentes.

Todos o casi todos los asistentes -era lógico-, querían entrevistarse con nuestros líderes y organizar esos encuentros no era fácil pues además de numerosos, tenían que realizarse en un plazo muy breve de tiempo y nuestros dirigentes tenían siempre tareas apremiantes sobre sus hombros.

Fidel hacía jornadas maratónicas de entrevistas durante dos o tres días, la mayoría de ellas por la noche y la madrugada.También muchas veces se aparecía sorpresivamente durante el recorrido de una delegación en una provincia convirtiéndose en el guía de los visitantes, que podían disfrutar de primera mano, una explicación de lo que existía antes en ese sitio, lo que comenzábamos a hacer y lo que sería.

Todos salían complacidos de esos contactos en el lobby o la habitación de un hotel, en una oficina, la guardarraya de una vaquería o un plan agrícola y yo con nuevas encomiendas, pues el Comandante generalmente les preguntaba lo que habían visto y lo que tenían previsto ver y detectaba que no habíamos incluido en sus programas tal o cual sitio que les describía y recomendaba visitar.
Aprendí mucho en esos contactos, sobre todo a comprender la inteligencia y sagacidad de Fidel, su prodigiosa memoria computarizada, abordando todo tipo de temas, analizando la situación en Cuba y en nuestra región, con un lenguaje y argumentos proyectados acorde con las características de sus interlocutores.

Le escuché hacer decenas y decenas de preguntas a dirigentes de un país sobre la geografía, economía e historia de sus respectivos lugares de origen; me daba cuenta por algún imperceptible gesto o por preguntar de otra forma sobre el mismo asunto, que algo de lo que le decían, particularmente datos sobre producción agrícola, industrial, etc., no le parecían muy objetivos. Si eso ocurría, y realmente ocurría con frecuencia, seguía preguntando de otras cosas y luego volvía al dato dudoso, exagerado o impreciso y hacía sus comentarios, muy cuidadosos, con todo respeto, acompañados generalmente de un cálculo matemático mental sobre lo que la cifra dada podía significar en producción nacional de ese producto, la comparación con cifras de otros países y precios del producto en el mercado mundial. Explicaba por qué el dato parecía incorrecto, cuál le parecía el indicado y casi siempre aquello terminaba con un nuevo dato, aportado por los informantes que parecía más lógico y cercano al calculado poco antes por Fidel. No tomé nota, lamentablemente, de esos encuentros; ese hábito lo adquirí mucho después.

Las entrevistas con el Che eran igualmente maratónicas y también se efectuaban generalmente por la noche y la madrugada. Siempre protestaba y decía que tenía mucho trabajo, pero acababa recibiendo a casi todo el que solicitaba verlo.

Cuando supo que jugaba ajedrez y después que medimos nuestras fuerzas varias veces, casi me ponía como condición para recibir las delegaciones que yo personalmente las acompañara y habitualmente, terminábamos jugando unas partidas en su despacho por la madrugada.

Tampoco tomé nota de las entrevistas del Che y también lo lamento. Era un excelente expositor, de muy sólidos argumentos y hablar mesurado, con su peculiar acento. Valoraba con mucha profundidad los fundamentales hitos históricos de nuestra patria; lo subrayo, porque no era un conocimiento libresco sino una reflexión permanente de las causas políticas y económicas de ellos.

Pienso que disfrutaba los encuentros con los visitantes extranjeros y especialmente con los latinoamericanos; era como la satisfacción de contrastar con gente de otras proyecciones y medios, aunque fueran progresistas o revolucionarios, sus propias ideas sobre lo que hacíamos en Cuba, parte de su patria latinoamericana, o el íntimo goce de trasmitir los resultados de una experiencia que podía ser repetida.

Su prédica, -puedo decir que constante,- por la unidad basada en principios, por la necesidad de unir esfuerzos para enfrentar las oligarquías locales y el imperialismo, por no desgastarse en estériles pugnas secundarias entre fuerzas progresistas, eran de una fuerza demoledora y convincente, sobre todo cuando lo ilustraba con ejemplos concretos y frescos de la reciente lucha en Cuba.

Un día terminamos relativamente temprano, cerca de las 9 p.m. y me dijo que me invitaba a comer. Empezamos a jugar ajedrez sobre una pequeña mesita de cristal en su despacho, que siempre dedicó a ese propósito, y le dijo a uno de sus ayudantes que nos trajeran comida.

El Che comenzaba a jugar en aquel sitio como todo el mundo, sentado en una especie de butacón; en la medida que el juego avanzaba y la partida se volvía interesante se iba corriendo hacia adelante hasta llegar críticamente al borde y cuando parecía que iba a caerse, entonces se deslizaba lentamente y acababa sentado en el piso.

Nos trajeron la comida, que no era mala por cierto, para aquellos tiempos. Nada de platos ni servilletas: dos bandejas de comedor obrero con sus típicas escachaduras. El menú consistía en una sopa que parecía tener buen sabor y olía bien, arroz, carne rusa bien preparada con papas y un dulce en mermelada.

Movimos el tablero y un compañero puso las bandejas, se retiró y fue entonces que el Che las miró. Llamo al ayudante, que salía después de haber puesto en la mesita dos vasos de agua y regreso al instante chocando los tacones. El Che preguntó: "¿Esta es la comida que dieron hoy en el comedor?"."Sí, Comandante", respondió presuroso el grueso oficial. El Che se paró, volvió a mirar las bandejas, repitió la pregunta y obtuvo la misma respuesta. "Vamos" dijo y salió. Me pareció que era conmigo también y los seguí. Entramos en la cocina; el Che avanzó directamente hasta unas cacerolas, encima de un fogón y las revisó una a una. Yo sólo asomé la nariz en la de la sopa donde quedaba un fondito que seguía oliendo bien. No dijo nada más y volvimos a su oficina.

Nos plantamos ante nuestras respectivas bandejas y después de decirme que te aproveche, comenzamos. La sopa se había enfriado, ya no olía como antes y aunque tenía hambre la hubiera dejado si no fuera porque el Che la tomaba con satisfacción y miraba mi lentitud. Realmente me lo comí todo y él también.

Recogió él mismo las bandejas o más bien las puso a un lado una sobre otra y acercó el tablero. No habíamos cruzado una palabra; a mí me había dado cierta pena con los compañeros que nos acompañaron muy serios y después de la revisión estaban más tranquilos.

Rompió el silencio para decir: "Me toca a mí", sacó un tabaco y lo prendió. Antes de hacer su jugada, como explicación a todo lo anterior, dijo: "Algunas veces me han querido dar otra comida cuando la del comedor no esta buena y me pareció que hoy lo habían vuelto a hacer, a pesar de mis advertencias. Por eso me molesté". Y siguió pensando en la pieza que movería.

Meses después leí la extensa entrevista que le concedió al Director de la revista mejicana "Siempre", donde abordaba muchos temas de interés y le preguntaron sobre sus actividades y su vida personal.

El periodista refería que la entrevista la hizo en varias sesiones. En la primera parte le preguntó directamente si los dirigentes cubanos tenían una cuota especial de abastecimientos, superior a la establecida para la población. Categóricamente el Che respondió que no.

La entrevista prosigue con una introducción del periodista que alude al segundo encuentro, después de haber visitado algunos de los lugares que le recomendó, y refiere que cuando se vieron por segunda vez, el Che le pidió que no dejara de publicar que, en efecto, respondió que tenía los mismos abastecimientos de alimentos que los demás, pero que su pregunta le hizo revisar si realmente era así y descubrió que sus escoltas, con la mejor intención, a escondidas incluso de su esposa, le habían traído, ocasionalmente, unos pocos alimentos adicionales a sus pequeños hijos. Había sido así, pero le dijo que también publicara que esa situación había concluido ese mismo día.

No tengo la revista a mano y a pesar del tiempo transcurrido recuerdo que cuando leí aquella sincera confesión, me convencí del arraigo que tenía en sus convicciones y que la mejor predica es el propio ejemplo.

Me pareció muy propio del hombre que tenía mucho de asceta, con una permanente disposición para actuar con absoluta modestia y transparencia, con ejemplar naturalidad, y me recordó aquella sopa fría y sin olor, entre jugada y jugada de una partida de ajedrez.

*Presidente fundador del Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos (ICAP) y actual Embajador de Cuba en Namibia.

Se publica por cortesía del autor

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