Alfredo Serrano Mancilla(Celag).─ América Latina continúa en disputa geopolítica. El Grupo de Lima es resultado de ello. La conformación de este bloque de 12 países americanos (Argentina, Brasil, Canadá, Chile, Colombia, Costa Rica, Guatemala, Honduras, México, Panamá, Paraguay y Perú) tuvo lugar el pasado 8 de agosto de 2017. La razón de ser de este nuevo grupo es el intento de acabar con otros dos espacios en la región: UNASUR y CELAC. Frente a una agonizante OEA y una Alianza del Pacífico que no logra despegar, el Grupo de Lima es la fórmula elegida como instancia política regional para reinstaurar el orden conservador.
La Historia se repite. El gen de nacimiento de este nuevo espacio geopolítico es el intento de aislar a Venezuela de la misma manera que en su momento la OEA lo hiciera con Cuba. El Grupo de Lima nace para adherirse a los Estados Unidos y Europa en su cruzada anti Venezuela. Es decir, la región americana necesitaba tener su propia arma para destruir a Venezuela, de la misma manera que lo están intentando los otros dos bloques occidentales. La OEA no lo logró porque viene deslegitimándose desde hace años, y porque ni siquiera cuenta con los votos suficientes para obtener ningún resultado efectivo. En consecuencia, se crea este nuevo espacio sin sostén legal de ningún tipo, pero que sí parte de una sólida coincidencia: procurar conseguir desde afuera aquello que no se puede alcanzar por la vía interna democrática.
De la misma forma que ocurrió con la Alianza del Pacífico, Estados Unidos tampoco aparece como miembro explícito en el Grupo de Lima. Esta es una modalidad diferente empleada en el siglo XXI para crear nuevos espacios supranacionales en América latina tutelados desde el Norte. La creciente imagen negativa que Estados Unidos ha ganado entre la ciudadanía latinoamericana durante los últimos años, les obliga a evitar salir en la foto. Son nuevos tiempos, pero con las mismas viejas intenciones.
El objetivo más concreto del Grupo de Lima es poner punto y final al Gobierno chavista en Venezuela por la vía no democrática. La forma directa será el desconocimiento como presidente de Nicolás Maduro si éste resulta vencedor en las próximas elecciones del 20 de mayo. Esto implica, en un sentido estricto, desconocer la democracia de un país miembro latinoamericano y su soberanía. Y, por tanto, se inaugura así una peligrosa disputa abierta en la región sobre lo que significa la democracia. Y esta es la verdadera meta-objetivo del Grupo de Lima: ser juez y parte en la región, siendo notario de lo ajeno en función de sus propios criterios e intereses. Así, pueden pontificar lo que es democracia y lo que no lo es. Y a partir de ahí, llevar a cabo su presión, su ruptura de relaciones diplomáticas y mayor bloqueo comercial y financiero. Todo con la única intención de alterar el orden político por la vía no democrática, no electoral.
Otra buena pista para conocer al Grupo de Lima es su silencio frente al actual encarcelamiento de Lula para sacarlo de la carrera electoral por métodos no democráticos. No ha habido respuesta ni la habrá. En el caso de Brasil, el grado de su democracia se mide por otro rasero. Poco importa que el actual representante de Brasil, Temer, no haya sido electo. O que el nuevo presidente peruano, Vizcarra, tampoco haya tenido que pasar por las urnas. El sentido de la democracia para este Grupo es tan “light” que no existe preocupación alguna por este dato: el porcentaje promedio de respaldo en las urnas de los presidentes miembros es únicamente del 16,47%. O sea, solo 16 de cada 100 posibles electores en cada país eligieron a los que hoy comandan un Grupo que da lecciones de democracia.
En definitiva, este nuevo bloque responde a una nueva fase histórica del intento de restauración conservadora. Lo que no se obtiene por las urnas, se procura conseguir por otras vías. El Grupo de Lima expresa, de esta manera, otro paradigma extremadamente peligroso de relaciones exteriores para la región, que se basa en estar en contra de los principios internacionales del reconocimiento a la libre autodeterminación de los pueblos. La injerencia no democrática es el camino elegido por parte de estos nuevos gobernantes en detrimento del fomento al diálogo. Esto supone un gran retroceso para la integración regional que rememora a aquellas tristes huellas del pasado más lúgubre. ¿Quién nos asegura que el Grupo de Lima no busque otra fórmula para desconocer la próxima presidencia de Evo si vuelve a ganar en Bolivia? ¿Señaló algo el Grupo de Lima acerca de la inconstitucionalidad de la consulta que tuvo lugar en Ecuador? ¿Interpuso alguna reclamación ante la falta de papeletas en las últimas elecciones en Colombia? ¿Se pronunciará el Grupo de Lima si se efectúa otro fraude electoral en México contra López Obrador? Seguramente no. Seguramente la democracia les importa bien poco cuando la propuesta es otra.
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