Jorge Ángel Hernández.─ Hay dos patrones constantes de la guerra cultural que en Cuba se convierten casi en requisito: disfrazar el sectarismo ideológico de fondo con lugares comunes de pluralidad democrática y convertirse en pólipos de contaminación y saqueo del trabajo institucional y la obra de artistas de reconocimiento curricular, casi siempre en función de alimentar el mercado, disminuyendo de paso los costos de producción correspondientes. Estas premisas han sido un punto de partida esencial para el proyecto Havana Art Weekend, clara operación de marketing liderada por la joven curadora cubana Direlia Lazo, discípula de Tania Bruguera y residente hace varios años entre Barcelona y Miami.
Anunciado como un “programa de cuatro días que incluye inauguraciones de exposiciones, performances, proyectos site-specific, intervenciones en estudios de artistas y otros espacios de la ciudad durante el fin de semana del 30 de Nov al 3 de Dic, 2017”, no tuvo escrúpulos en el uso de la apropiación; no la apropiación que la posmodernidad ha puesto en paralaje en las artes, sino la apropiación que usurpa y roba esfuerzo ajeno, talento de artista e, incluso, trabajo institucional con recursos financieros incluidos.
La revisión de su programa permite constatar que varias de las acciones propuestas, sobre todo las de abierta participación pública, pertenecen en verdad a instituciones cubanas que, a pesar de las crisis y los cambios en las relaciones económicas –que siguen bajo las férreas leyes del Bloqueo– mantienen sus partidas presupuestarias y su política cultural de amplias oportunidades. Dicho en otras palabras, nuestra entusiasta comisaria se apropia nada menos que de las exposiciones producidas y disponibles al público desde mucho antes de su inauguración, en espacios de alta jerarquía como la Galería Habana, el Centro de Desarrollo de las Artes Visuales y en Museo Nacional de Bellas Artes.
Interesa especialmente el modo en que tales pólipos de contaminación operan en función de socavar, en el ámbito de la conciencia social, la validez del trabajo de las instituciones. Y no es cosa que este autor presuma en el caso que nos ocupa, sino que lo expresa el mismo documento antes citado, al referir que “el programa pretende generar sinergias entre las diferentes plataformas ya existentes y convertirse en una cita anual que apoye y promocione la producción actual del arte cubano en su contexto de origen”.
Dos cláusulas de redacción lo subdividen: generar “sinergias” entre las “plataformas ya existentes”, que en este caso equivale a subvertir los objetivos de instituciones que el estado cubano ha financiado contra viento y marea, y sistematizar su acción sinérgica, es decir, apropiarse de la legitimación de que goza el trabajo ajeno y autoconstruirse por esta vía un perfil atractivo para eventuales operaciones posteriores, lucro mediante. Visto así, el término sinergia recuerda la aserción de Umberto Eco acerca de la evasión como descargo del no tener nada que decir.
Havana Art Weekend no solo arrastra ese tufo ideológico que busca convertirse en acto usurpador, despiadado y cínico, sino además, y acaso por lo apresurado de su planteamiento, suelta a su paso una inevitable hediondez a timo. El primer timo se extiende a la ciudadanía, sobre todo a la ciudadanía que es usuaria de la información y no participante en las acciones; el segundo timo proviene del uso del financiamiento recaudado mediante la plataforma gofundme.com, con la venia de donantes que no parecen haberse tomado el trabajo de seguir el rastro a sus respectivos aportes. Bastaría asomarse a la web o al muro de Facebook creados con la identidad del evento para comprobar que ambos están completamente en blanco, práctica muy alejada de lo que habitualmente ocurre habitualmente con el llamado crowfunding o micromecenazgo.
El tercer timo muerde a las instituciones cubanas y sus irresponsables funcionarios, pues las implican con cuartos de verdades y tergiversaciones de propósitos. El cuarto timo, a mi modo de ver el más imperdonable, es la apropiación del trabajo y el prestigio de los artistas incluidos en la muestra, algunos de ellos muy notables, que se formaron en escuelas cubanas, han desarrollado su obra en Cuba y han conquistado el suficiente reconocimiento social como para disponer de talleres propios con plena autonomía para la exhibición y venta de sus obras. Quien lea sobre el tratamiento de jardín florido conque la plataforma Havana Art Weekend nos presenta estos espacios, termina pensando que nada tuvo que ver la gestión y el prestigio institucionales con la gestión y concreción de los mismos.
Vivimos un universo de superpoblación de creadores, resultado de las políticas culturales y educacionales de la revolución cubana, no importa si con errores en la marcha. De esas dinámicas proceden las organizadoras del programa, cuyo escaso currículo depende de la propia formación dispensada por las políticas que pretenden enmendar. Y en ese ámbito de superpoblación no es tan difícil colarse, introducirse artera y subrepticiamente, sobre todo si se derrocha en gastos y se desarrolla cierta habilidad en hacer creer que vendrán jugosas oportunidades de mercado.
Dudo que este, o cualquier otro programa de envergadura real y propia, pueda abrogarse el derecho de usar como colateral de sí mismo el trabajo de las más importantes Galerías de Arte de New York, Londres, París o Ámsterdam, para tomar pocos ejemplos tópicos. Pero Havana Art Weekend lo hace sin pudor. Desconozco si su Comisaria consiguió el permiso legal para tal cosa, pero sí sé que se viola la Carta de existencia legal de Génesis al incumplirse la prioridad 21 de su compromiso con el Ministerio de Cultura de la República de Cuba, la cual establece que “Las empresas del sistema de la Cultura, tanto las nacionales como las provinciales, no pueden violar la política cultural de la Revolución. Deben negarse a “mercantilizar” los bienes y servicios culturales. Tienen el reto específico de comercializar nuestro arte sin traicionar sus esencias, su autenticidad ni su mensaje”. Y así también sucedió con Factoría Habana y la Fábrica de Arte Cubano, mencionadas en el programa con pobres enunciados hipócritas. Y aunque no conozco interiormente las normas de la Universidad de la Habana, en especial de la Facultad de Artes y Letras, dudo también que no haya sido usada con alevosía al incluirla en el grupo de patrocinadores.
Tal proyecto de subversión ideológica por cuenta propia y casi sin arte propio, gozó de una discretísima cobertura de prensa, bien por lo burdo de su planteamiento, o simplemente por no llamar demasiado la atención sobre su probable afán de lucro, según se infiere de su escaso interés por revelar el destino de los ingresos recibidos. Por otra parte y si de inclusividad se trata, habría que pensar en las treinta personas (2 grupos de 15), a las que estaba limitada la acción programada para el cementerio de Colón, las cuales debían solicitar su inclusión a través de un teléfono celular en Cuba. Nada se aclara sobre los requisitos a cumplir por los solicitantes y mucho menos sobre las condiciones que se les impondría una vez manifestado su interés mediante la llamada telefónica que (otra vez el costo transferido), habrían de financiar los propios interesados. Algo se encuentra en la red, no obstante, sobre este misterioso performance que consistía en un recorrido por las tumbas de cubanos de brillante ejecutoria antes de 1959. Algo que, con solo ponerlo en stand up comedy puede augurar su garantía de risas.
¿Es esta farsa solo un ridículo acto de usurpar currículo? No sería, en todo caso, el primer traspié de nuestra “Comisaria” en este sentido, pues se nos presenta en su nota curricular como curadora de la XII Bienal de La Habana, cuando realmente su vínculo laboral con el centro Wilfredo Lam, entidad que organiza el evento, se remonta a los años 2006 y 2007, en tanto la XII Bienal tuvo lugar en 2009. Demasiados elementos remiten a las estrategias de guerra cultural como para dejar pasar sus intenciones
Las violaciones legales son estrategias de provocación que, si se juzgan como establece la ley, serán manipuladas por la propaganda como ejercicio de censura. La implicación alevosa de las instituciones del estado –siempre a través de irresponsables o ingenuos funcionarios– es también una práctica que se ha experimentado desde la misma mitad del siglo XX en el contexto del socialismo europeo. Y en este caso solo hay breves ajustes de manual. El uso de artistas auténticos a quienes no se les declara las intenciones de la promoción que les proponen, se halla también en el modus operandi de esa segunda mitad del siglo XX en guerra fría y es parte del proceder del más común de los estafadores.
Si a la postre no hubiera sido tan soso y poco relevante, Havana Art Weekend merecería ser tópico de estudio en ese ámbito, donde tal vez algunas instituciones podrían ponerse a tono y elevar sus sistemas de evaluación e información sociosemiótica. Vale, no obstante, como ejemplo de timo, como muestra de un suceso que, sin escrúpulos, roba, usurpa y desmagnetiza las tarjetas que anunciaban la ruta del mercado.
Fuente: La Jiribilla
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