En todo caso, hay una percepción de que el decreto de Trump constituye una segunda declaración Balfour, aquella que en 1917 emitió el canciller británico, Arthur Balfour, para dar cabida a los judíos en Palestina.
El presidente norteamericano ordena la mudanza del estatus de la ciudad santa para cristianos, musulmanes y judíos, en un momento en que, de acuerdo con los analistas, por sus divisiones, de la cohesión del mundo islámico solo queda el nombre.
De alguna manera, Trump revivió la causa del pueblo palestino que permanecía opacada con motivo de negociaciones de paz que nunca veían su final y de enfrentamientos internos por diferir del método para alcanzar la independencia.
La decisión del magnate republicano de reconocer a Jerusalén o Al Quds capital de Israel, es el golpe más duro contra el pueblo palestino y, en consecuencia, contra todos los musulmanes.
Esa medida multiplicó una ola de protestas generada en el Medio Oriente y más allá, incluido el Consejo de Seguridad de la ONU que la condenó, solo con la excepción, por supuesto, de Estados Unidos.
Empero, las condenas, manifestaciones y rechazos de gobiernos, parlamentos y personalidades influyentes, no pueden hacer mucho.
El decreto de Trump ha reforzado la alianza con los sionistas y un claro desafío a Rusia que comenzó a cobrar protagonismo en la región, tras su ayuda a Damasco para expulsar al Estado Islámico y otros terroristas.
La creación y financiamiento del terrorismo en Medio Oriente significó un alto costo para el mundo islámico.
Con anterioridad, la liberación de Palestina resultaba un objetivo común para todos los árabes y musulmanes, ya fueran chíitas o sunitas.
Pero al surgir el grupo radical y extremista, la causa palestina cayó a un plano menor y se desvió la atención de la resistencia, sobre todo del mundo sunita, encabezado por Arabia Saudita, que se decantó por sacar del poder al presidente sirio, Bashar Al Assad.
El reino saudita y Turquía apostaron por una campaña anti-siria, y al fallar los cálculos y deseos, cambia la mirilla de Riad hacia Yemen.
En combatir a los chíitas con puntos religiosos, consistió y consiste la política saudita.
De manera que en ese contexto polémico, hablar sobre el mundo islámico y esperar una reacción coordinada contra la decisión de Trump carece de una base coherente y práctica.
Dada esa debilidad por las divisiones, el mundo árabe no tiene posibilidades de imponer criterios a Occidente como ocurrió en la década de los años 70 del siglo pasado con un embargo petrolero que surtió efecto.
Casi todos los países occidentales condenaron la decisión de Trump, aunque con menos vehemencia que los Estados musulmanes y en previsión de una represalia de un timorato mundo árabe con excepciones.
La única voz demandante de medidas más enérgicas emergió del canciller libanés, Gebrán Bassil, quien ante el plenario de una cita extraordinaria de la Liga Árabe en Egipto, reclamó sanciones económicas contra Estados Unidos.
Ninguno de los otros Estados presentes asumió esa posición y solo hubo una declaración final de condena y rechazo sobre el tema de Jerusalén y en bajo perfil la defensa al pueblo palestino que sueña con hacer, de esa ciudad, su futura capital en un Estado independiente.
Ni la Liga Árabe, ni la Organización de Cooperación Islámica, ni el Movimiento de Países No Alineados, ni siquiera los palestinos, pueden tomar una medida práctica para obligar a Trump a retroceder en su decisión, según estiman los observadores.
Deben tomarse medidas políticas para que al menos el magnate neoyorquino cargue con la conciencia de que ha desdeñado los anhelos de un pueblo ancestral, refieren analistas.
El gruppo terrorista Estado Islámico se las arregló para convertirse en un mecanismo de choque entre chiítas y sunitas con intercambios de acusaciones, algunas sin base.
Se dice que el ganador con las acciones de Daesh o Estado Islámico, ya en sus estertores, es Israel, al que Estados Unidos premió con una infamia.
*Corresponsal de Prensa Latina en El Líbano.
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