Foto AP/Ramon Espinosa |
Tenemos la capacidad de reconstruir un país distinto si así lo trabajamos. (Estrella Baerga Santini, El Nuevo Día, 26 de octubre de 2017)
Está por todas partes, orgullosa y bien plantada. En las casas, destartaladas o sin rasguños; en los comercios, lo mismo de comida rápida que en ferreterías o estaciones de gasolina; en los camiones que arrastran furgones o escombros, en los vehículos de la Autoridad de Energía Eléctrica y de otras empresas públicas o privadas; en los automóviles, en las solapas, en los anuncios de prensa y televisión; aquí y en la diáspora. Donde quiera que hay un boricua.
Omnipresente.
La bandera de Puerto Rico se ha convertido en la consigna que define voluntades y propósitos en esta dura coyuntura que estamos viviendo, tras el paso del huracán María y la corroboración de una infraestructura de energía-comunicación-transporte-etc., pegada con saliva.
El patriotismo convertido en sentimiento unánime es motor que mueve montañas. Puede más que cualquier gestión gubernamental, que cualquier ayuda institucional, que cualquier promesa. Se exacerba ante el desprecio o la burla de los mandamás, se estimula ante la incompetencia de los funcionarios, se enardece ante el engaño, la mentira y la corrupción que ya asoma sus fauces.
Si el país se ha ido levantando palmo a palmo, ha sido fundamentalmente gracias a ese amor a la Patria, demostrado por una población que no ha estado dispuesta a esperar con la mano estirada. Que se va organizando ella misma, aquí y allá. Que va resolviendo necesidades fundamentales de manera autogestionaria, mancomunada, solidaria.
Claro que agradecemos la ayuda que nos brinden, venga de donde venga. Claro que se supone que haya unas obligaciones del gobierno de Estados Unidos, que después de todo se apoderó y se ha beneficiado de Puerto Rico desde hace 119 años. Claro que tienen un valor extraordinario las iniciativas de nuestros compatriotas en el extranjero.
Con María, se han fundido como una sola expresión el símbolo tricolor y la realidad concreta, material. Precisamente, lo que da sentido a los símbolos, lo que imprime pertinencia a la idea de bandera-nación-país-patria es, en última instancia su materialidad posible. A nosotros nos ha repetido hasta el cansancio que somos incapaces de construir la patria material en libertad; que no nos queda otro remedio que mantenernos bajo el ala de mamá gallina y comer lo que ella nos ponga en el pico.
Con María, estamos demostrando la enorme falsedad de ese argumento perverso, de la impotencia eterna e inevitable. Cada vez que alguien levanta una bandera nacional en su casa, en su carro o en el monte más alto, le está enviando un mensaje al mundo de que nosotros y nosotras somos capaces de luchar, de construir y de prevalecer. Que no somos mendigos ni sometidos, que somos orgullosos hijos e hijas de esta tierra caribeña y latinoamericana. Que, en todo caso, nuestra guerra no es contra la naturaleza -de la que formamos parte esencial- sino contra la subordinación y el sometimiento.
Que tenemos una idea de lo que es reconstruir, que no se conforma con poner planchas de zinc o enderezar caminos. Que no tenemos mentalidad de toldos azules. Que queremos hacer un país distinto a la farsa primermundista y modernizante que María barrió de un soplido.
Queremos reconstruir en libertad y, contrario a lo que ha sucedido durante tanto tiempo, hacer las cosas bien hechas.
Para que nuestra querida bandera, que tanto nos emociona en estos días difíciles, siga flotando sola, alegre, amorosa, en toda la Nación.
*Julio A. Muriente Pérez, catedrátido de la Universidad de Puerto Rico.
Tomado de http://minhpuertorico.org
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