Se trataba, pues, de una clásica celada. Y cabía esperar cualquier cosa: una condena al gobierno venezolano, la aplicación de sanciones, la expulsión de Venezuela o la autorización de una intervención militar, con fachada multinacional, pero bajo el comando, claro está, del ejército de Estados Unidos.
Pero el gobierno del presidente Maduro desmontó la trampa con su decisión de retirar a Venezuela de la OEA. De modo que a partir de ahora las opiniones o determinaciones de la putrefacta organización no atañen a la patria de Bolívar y de Chávez. Porque un país que no es miembro de un organismo, no está sujeto a los acuerdos de ese organismo.
La respuesta de Maduro ha sido un golpe maestro contra los afanes intervencionistas de la OEA en los asuntos internos de Venezuela. Y para aplicar el clásico uno-dos, la canciller de Venezuela, Delcy Rodríguez, solicitó convocar de manera urgente una Reunión Extraordinaria de Ministros y Ministras de Relaciones Exteriores de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac).
En la reunión extraordinaria se tratarán "las amenazas contra el orden democrático constitucional de Venezuela, así como las acciones intervencionistas contra su independencia, soberanía y autodeterminación”.
De este modo, Venezuela abandona un organismo hostil y al servicio de Estados Unidos, y se acoge a la influencia y solidaridad de una organización libre del dominio de Washington.
Porque este es el punto clave: la determinación de la Casa Blanca de derrocar al gobierno de Nicolás Maduro. Recuérdese que el ahora ex presidente Barack Obama declaró que Venezuela constituye una “amenaza inusual y extraordinaria para la seguridad nacional de Estados Unidos”.
Por eso la OEA se ha prestado para hacerle el trabajo sucio a La Casa Blanca. Y por eso la decisión venezolana de abandonar la OEA le ha arrebatado a EU un instrumento intervencionista. La ha privado del perfecto peón para socavar al gobierno de Maduro. Así pues, la puja entre la OEA y Venezuela ha terminado en una nueva victoria geopolítica y diplomática del gobierno bolivariano.
A este triunfo en el ámbito de las relaciones internacionales debe sumarse el hecho de que el gobierno de Maduro no ha perdido las calles. Cada día, a las manifestaciones violentas de la derecha financiada y teledirigida por Washington, Maduro responde con la movilización de sus decididos partidarios. ¿Hace falta recordar las multitudinarias concentraciones del chavismo, la última de las cuales sacó a la calle nada menos que a tres millones de personas?
Y en el plano de la guerra económica, a Maduro, como antes a Chávez, no han logrado doblegarlo. El gobierno bolivariano siempre encuentra respuestas adecuadas para sortear los efectos de la agresión económica. Y Washington y la derecha criolla tampoco han logrado dividir al ejército para llevar a una parte de él a una aventura golpista. La conclusión es evidente: luego de cuatro años de mandato, Washington y la oligarquía venezolana no han podido con Nicolás Maduro.
TeleSur
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