Norelys Morales Aguilera.─ Yo no sé hablar de la muerte "tan difícil y tan fácil", solo sé que Fidel Castro Ruz se muda y que nadie sabía ni cómo iba a ser esa mudanza. Ahora, apenas, estamos empezando a vislumbrarla. Lo primero fue, que tuvimos la noticia, el viernes 25 de noviembre, en la noche cuando nos preparábamos para el fin de semana.
El teléfono sonando tarde me pone los pelos de punta: trastrueca mis planes del oficio, pero era la voz dulce de la directora de mi canal, que esta vez sentí grave: "Fidel está muerto". Soy incapaz de descifrar el silencio desconocido, que gritaba para perturbar el corazón de la noche.
¿Cómo iba a sorprender si tenía 90 años? Nada, que el día 15 estaba recibiendo en su casa al presidente de Viet Nam. Y, a mí, cómo iba sorprenderme si mi santa madre siempre me decía que Fidel partiría cuando le diera la gana, cada vez que lo veía anciano, lúcido y vital.
He creído en Fidel toda mi vida, pero cuando nos preparó para su mudanza, viajando al futuro que nunca le ha sido extraño, en abril, e hizo saltar lágrimas y tristezas en aquel auditorio del 7mo Congreso del Partido, no creímos esa posibilidad cierta, o al menos, más objetivos, que sería después, siempre después. Era un deseo fuerte.
"Me voy a los 90", le dijo a Nicolás Maduro. Él también lo puso en duda, y lo dijo ahora que es cierto, irremediablemente cierto.
Después, el saber que es indudable, dolorosamente cierto, porque lo
dijo Raúl, quien leyó seguramente las letras más amargas de su vida, sin
importar que fuese quien más sabía, el primero, porque junto a Fidel
siempre fue el primero. Él que jamás lo traicionaría como al pueblo que
los engendró al infinito.
Bueno, él es un nacedor y un inmorible: se va a mudar cuando lo ha decidido, y como debe ser, rodeado de cariño y de sublime agradecimiento.
Entonces cambió Cuba. Quien caminó las calles ese sábado y domingo siguiente, lo sabe, así como los tantos días inconclusos por delante.
Fidel se muda a Oriente, a Santiago, va a ser el vecino de José Martí y del Padre de la Patria, Carlos Manuel de Céspedes, porque en La Habana se queda Antonio Maceo. Está bien, seguramente habría dicho.
Comenzó el desfile con la Plaza de la Revolución y en todas partes de la Isla. Todos juntos, todos mezclados, como dijo el poeta. Va de vuelta a Santiago.
Y, que lo vea el mundo, que se más nos junta por que nos cae una responsabilidad inmedible, y ese mundo agradecido también nos consuela.
Pero, ahora estamos partidos en dos mientras dure la mudanza y no sabemos hasta cuándo.
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