Koldo Campos Sagaseta.─ Decía el escritor cubano José Martí, uno de los forjadores de la independencia de Cuba, que toda la grandeza del mundo cabe en un grano de maíz.
Yo ignoro de cuantas mazorcas estaba hecho Fidel pero sí sé que es uno de los seres humanos más lúcidos y hermosos del siglo por venir.
Hay muertes que, de vivas, nos dan las buenas horas, nos lustran la sonrisa, nos coronan de rosas. Los sueños que bregamos, nos llevan de la mano en el beso que hubo, en el parto que fuimos y en la huella que andamos, ilustran el camino, nos atan los zapatos.
Hay muertes que, de vivas, abonan la conciencia para que nuestros gritos sigan urdiendo auroras, para que las sonrisas, las mismas que hemos ido tejiendo a contrapié, también a contramano, del tiempo y la amenaza que imponen los mercados, no terminen rindiendo la flor de sus envidos, la razón de sus vidas, sus pétalos humanos, ni amargue el desaliento los sueños compartidos, aquellos sin permiso que hoy seguimos nombrando.
Hay muertes que, de vivas, no van a abandonarnos. Son muertes tan poco moribundas que siempre están naciendo y así no tengan visa para el cielo o el aval de un mentor para la historia van a seguir estando con nosotros, memoria que respira y pan que se comparte, dichosamente vivas.
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