Norelys Morales Aguilera.─ Con qué satisfacción el colombiano Gabriel García Márquez expresaba “Soy Caribe” en una oportunidad, y en otra, “Me siento extranjero en todas partes menos en el Caribe”.
En ningún otra zona del planeta, el verso del cubano Nicolás Guillén “todos juntos, todos mezclados”, podría ser asumido por una mayoría de 250 millones de personas en más de 20 estados, que se han dado una original organización.
Negros, blancos, mestizos de las más diversas procedencias con la vista en un mar inigualable, del paraíso, si se quiere, con sabores, olores, ritmos, cadencias, gestualidad y la alegría para afrontar adversidades.
Nunca son pocas. Si en un isleño o costero soplan los vientos del huracán y las aguas son incontrolables o la tierra tiembla, se siente al lado. Rodeados de mar parecen pequeños.
Sin embargo, todavía nadie logró testimoniar a ciencia cierta, cuánto de unos hay en los otros, y cuantas huellas dejaron a su paso. Si solo pensáramos en Cuba, hay familias, negocios, cátedras, saberes que alguno plantó entre una y otra orilla. ¿Y cuántos llegaron acá e hicieron crecer sus saberes y amores?
Ha sido un proceso largo, doloroso, insondable con deudas terribles como los horrores de la esclavitud, que aún nos deben, que fue la amarga caldera donde se dignificaron las consonancias y las similitudes. Al fin, hablando lenguas distintas hablamos igual.
Hay que ver la dignidad de esos que parecen tan pequeños que un solo volcán los puede desaparecer, pero que pueden levantar su voz a alturas no imaginadas y con sonoridades de mayorías.
Tal sucedió cuando cuatro países (Barbados, Jamaica, Guyana y Trinidad y Tobago), en 1972, decidieron establecer relaciones diplomáticas con Cuba, frente al dictamen de aislamiento impuesto por Estados Unidos, aun siendo colonias europeas. Nunca se podría olvidar.
En aquel paso estaba la raíz de una singular comunidad, que no le ha fallado a Cuba por justicia y por dignidad, tanto en la ONU, como en otros organismos globales, mientras la Isla Mayor, tampoco, multiplicando la colaboración en diversas áreas. Habría que ver, por ejemplo, a un joven jamaicano, que saliera de su país en camilla y volviera con sus familiares, bajando por la escalerilla del avión por sus propios pies. De tales momentos se habla muy poco.
Hoy, de México a Guyana pasando por el arco de Las Antillas, menores y mayores, 25 estados integran la Asociación de Estados del Caribe. Cuando en algún encuentro de las artes, las personas de esta región se encuentran, la identificación es total, a la vez que diversa y sorprendente.
Sin embargo, dada esa herencia cultural que les acompaña, los desafíos son tan grandes como la complejidad de un mundo atravesado de crisis y desigualdades. Unirse, integrarse hasta donde se requiere, es la alternativa y la salvación, si se piensa en términos de cambio climático que afectaría de forma dramática la cuenca caribeña, o algunos aspectos económicos.
Es un contrasentido que sea más fácil viajar al continente que entre algunas islas, cuya extensión no les permite contar con aeródromos o puertos para transportes grandes, como es la tendencia mundial, que de no ser contrarrestada en la sub región, dejaría a esos estados fuera del comercio mundial, que también debe ser visto hacia el vecino cercano.
Ha llegado la hora definitiva del desarrollo, del ejercicio soberano y el futuro de la imagen potenciada de Calibán:
"Esto es algo que vemos con particular nitidez los mestizos que habitamos estas mismas islas donde vivió Calibán: -según Roberto Fernández Retamar- Próspero invadió las islas, mató a nuestros ancestros, esclavizó a Calibán y le enseñó su idioma para entenderse con él: ¿Qué otra cosa puede hacer Calibán sino utilizar ese mismo idioma para maldecir, para desear que caiga sobre él la "roja plaga"? No conozco otra metáfora más acertada de nuestra situación cultural, de nuestra realidad (…), ¿qué es nuestra historia, que es nuestra cultura, sino la historia, sino la cultura de Calibán?".
Cubahora.cu
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