Desde los atentados en París, los políticos estadunidenses se han dedicado a alimentar lo mejor de lo peor: más temor, más guerra, más vigilancia, más xenofobia y, por supuesto, un nuevo enemigo externo.
Para los inmigrantes, esto entorpece cualquier mejoría en sus vidas, y para las comunidades musulmanas –las estadunidenses y las extranjeras– es una pesadilla parecida a los tiempos poco después de los atentados del 11-S.
El temor sembrado por los políticos ha tenido resultados casi instantáneos: una nueva encuesta del Washington Post/ABC News registra que 83 por ciento de votantes empadronados creen que un gran atentado terrorista es probable en el futuro cercano (por lo menos 10 puntos más que una encuesta separada a principios de mes), y que la mayoría se opone a permitir el ingreso de refugiados de Siria y otros países de Medio Oriente.
Políticos de ambos partidos, pero sobre todo de la derecha, han detonado una ola xenofóbica, más bien islamofóbica. La semana pasada, la cámara baja del Congreso aprobó por 289 votos contra 137 (casi todos los republicanos más 50 demócratas) un proyecto de ley para restringir el ingreso al país de refugiados de Siria e Irak. La mayoría de los gobernadores (por lo menos 31) han impulsado medidas con la intención de prohibir el ingreso de estos refugiados a sus estados.
Todo esto acompañado de los precandidatos presidenciales republicanos, que abogan por una guerra religiosa. Donald Trump sugirió un programa para registrar a todo musulmán en el país (algo que líderes musulmanes y políticos de ambos partidos repudiaron; algunos compararon esa idea con el registro de judíos por los nazis). Poco antes, después de que un par de familias sirias se entregaron a las autoridades de migración en la frontera con México, afirmó que esto demuestra aún más la necesidad de construir un muro grande y bello a lo largo de la frontera.
Jeb Bush y Ted Cruz, entre otros, proponen aplicar un examen religioso a refugiados y permitir sólo el ingreso de cristianos. Ben Carson llegó a comparar a refugiados sirios con un perro rabioso corriendo por tu barrio.
Líderes musulmanes, algunos políticos, intelectuales, artistas, editorialistas y hasta el presidente condenan esta retórica de odio que, afirman, viola los valores estadunidenses más básicos. Esto es más que terrorífico, comentó Nihad Awad, director de la agrupación nacional musulmana de abogacía más grande, el Consejo sobre Relaciones Americanas-Islámicas (CAIR). Agrupaciones de defensa de derechos civiles alertan que ya se han registrado múltiples incidentes de amenazas y actos de odio contra musulmanes en varios puntos del país.
Cuando Bush fue cuestionado por un reportero cómo determinaría quién entre los refugiados es cristiano o no, el precandidato titubeó y comentó: “puedes comprobar que eres cristiano… Creo que lo puedes comprobar…” Tal vez el comentario más elegante y devastador fue el de Stephen Colbert, anfitrión del programa de televisión nacional The Tonight Show, quien sugirió cuál podría ser el examen: “si quieres saber si alguien es cristiano, simplemente pídele que complete esta frase de lo que dijo Jesucristo: ‘tenía hambre, tú me diste algo que comer; estaba sediento, me diste algo que beber; yo era un extranjero y tú…’ Y si no dice ‘me diste la bienvenida’, entonces es un terrorista o está contendiendo para presidente”.
No es la primera vez que cunden la xenofobia y la locura antimigrante (locura, justo por ser un país fundado y poblado por inmigrantes). Vale recordar que en los años 30, durante el inicio de la gran depresión, Estados Unidos acorraló, expulsó y deportó (en algunos casos, en trenes de ganado) a casi 2 millones de inmigrantes mexicanos, y tal vez la mitad eran ciudadanos estadunidenses.
En años anteriores, poco después de la Primera Guerra Mundial, el gobierno lanzó cacerías y deportaciones de rojos, acusó a inmigrantes –sobre todo anarquistas– de importar ideas antiestadunidenses que ponían en peligro al Estado. Durante los primeros años de la Segunda Guerra Mundial, rehúso permitir que un buque lleno de refugiados judíos que huía de los nazis entrara a un puerto y lo obligó a regresar a Europa, y entre las justificaciones mencionó que entre los judíos podría haber comunistas (varios de esos refugiados acabaron muriendo en campos de concentración). En otro episodio, poco después del bombardeo de Pearl Habor por los japoneses, el presidente Franklin D. Roosevelt ordenó internar aproximadamente a 120 mil japoneses-estadunidenses (incluso niños) en campos de concentración en el oeste de Estados Unidos.
Algunos comentaristas señalan que hay cierta ironía en estas fechas, al aproximarse el Día de Acción de Gracias (el próximo jueves), en el que se conmemora cómo sobrevivieron los refugiados ingleses que llegaron a estas costas gracias a los indígenas americanos. En la redes sociales ahora se difunde un cartón con un indígena americano declarando a uno de estos puritanos recién llegados: perdón, pero no aceptamos refugiados.
El poema de la Estatua de la Libertad, grabado en una placa en su pedestal (escrito por Emma Lazarus a finales del siglo XIX), incluye una afirmación de que ésta “es un mujer de gran fuerza con una linterna… y su nombre es Madre de Exiliados”, que da la bienvenida a los jodidos del mundo. Vale recordar que la estatua fue construida en París y fue un regalo de Francia a Estados Unidos. Ahora lo ocurrido en París es usado para traicionar su mensaje.
Tal vez la madre de exiliados tendrá que huir de este país y sumarse a los 60 millones de desplazados y refugiados del planeta, si aquí logran extinguir su antorcha cada vez más opacada.
http://www.jornada.unam.mx/2015/11/23/opinion/035o1mun
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