Rosa Miriam Elizalde.- Este libro va a tener otras ediciones, no tengo la menor duda, y por eso me atrevo a sugerir tal título para las breves notas que abren Revolución, socialismo y periodismo: La prensa y los periodistas cubanos ante el siglo XXI, de Julio García Luis. La razón es estricta: la obra se levanta sobre una monumental investigación con la que él se graduó como Doctor en Ciencias de la Comunicación en 2004, y desde entonces no hay en la Academia quien investigue la prensa cubana del último medio siglo sin pasar primero por la “Tesis de Julio”, donde ya está dicho todo o casi todo lo que hay que saber como punto de partida.
Si el doctorado de Julio dejó al periodismo cubano el lujo de una indagación académica en la que cabe nuestro complejo universo profesional en la Revolución, este libro revisado por él poco antes del infarto que lo mató en enero de 2012, recupera además el desdeñado acento del periodista cubano y su dignidad, renueva y vigoriza las opiniones morales y políticas que nos angustian, y vuelve como reportero para situarnos ante el horizonte científico y social de una profesión sin la cual no se pueden levantar puentes hacia una idea de futuro.
En un contexto a veces ganado por lo que Ernesto Sábato llamaba “la tecnolatría”, en el que se desdibujan los referentes doctrinales y en el que impera la acumulación de saberes desordenados, Julio ayuda a marcar pautas, fijar ideas, discernir entre la verdad y la mentira, romper vana, donde los estudiantes lo bautizaron “El Dequi”, versión del cargo que ostentaba –Decano–, filtrado por profundos afectos.
En realidad, no es difícil dar fe de la excepcionalidad de su inteligencia y de su carácter. Tengo anotadas en una vieja libreta escolar apuntes de nuestro primer encuentro: “El periodismo no es un circo para exhibirse, ni un tribunal para juzgar, ni un solar, ni un puesto para ineptos o vacilantes, sino un instrumento de información, una herramienta para pensar, para crear, para ayudar al ser humano en su eterno combate por una vida más digna y menos injusta”. Esta conversación ocurrió una tarde de septiembre de 1988, cuando mi compañera de estudios Grissel Pérez y yo tocamos la puerta del despacho del entonces Presidente de la UPEC, para pedirle que fuera el tutor del Trabajo de Diploma con el que nos licenciamos un año más tarde en la entonces Facultad de Periodismo. El tema era el ejercicio de la polémica en la Isla, una tradición hacía rato extinguida, pero vivíamos tiempos de Rectificación de Errores y de distancia crítica de la Glásnost, de no pocas confusiones y esperanzadoras reformulaciones de la prensa cubana. Con el atrevimiento de los 20 años –y gracias a que Grissel ha sido siempre mucho menos tímida que yo–, lo emboscamos en la casona de 23 e I. Fue el comienzo de una amistad y los primeros pasos hacia el descubrimiento de su grandeza.
Julio fue nuestro tutor en el sentido íntegro de la palabra. Compartió sus notas personales, sus libros y hasta la única computadora de la sede de la UPEC. Cuando todos se marchaban a las cinco de la tarde, la IBM a la que había que incrustarle un floppy antidiluviano de 8 pulgadas y que en ese momento nos parecía la octava maravilla del planeta, estuvo a nuestra disposición para ir digitalizando las cuartillas que escribíamos a mano. Muchas veces, al terminar el trabajo del día después de dos o tres horas batallando con la computadora, Julio ocupaba el puesto: revisaba nuestros añadidos en pantalla o armaba sus fichas de Martí, pues en ese momento leía de modo ordenado las Obras Completas para hacer un registro exhaustivo de las ideas martianas sobre prensa y periodismo. A él no fue la primera persona que le escuchamos decir que el periodismo era un sacerdocio, una aventura de la palabra y un deber moral, pero él lo cumplía entonces y lo cumplió de manera inobjetable hasta el último minuto de su vida.
El doctor periodista, el “Dequi” de los estudiantes que fuimos o que somos, el esposo de Nadia y el padre de Laura y Beatriz, el ser humano que hizo de la ética del deber una ética de lo cotidiano, dejó como testamento en este libro la certidumbre del periodismo como servicio colectivo, espacio de dignidad y lugar para comprender al otro. Se trata de una obra mayúscula escrita para ser entendida por todos y para, entre todos, encontrar remedios a los graves problemas de la prensa en Cuba, que tienen explicaciones históricas y soluciones que no pueden seguir siendo postergadas.
Sin embargo, cuando lean estas páginas no olviden el hecho quizás más importante: se reconoce aquí un modelo de comunicación pública para Cuba, una teoría original de lo que podría ser la prensa en el socialismo, y un paradigma de periodista. Julio García Luis, por tanto, no es cualquier patrimonio en el horizonte del IX Congreso de la UPEC, que publica la primera edición de Revolución, socialismo y periodismo. Julio es un patrimonio precioso: el nuestro.
La Habana, 2 de julio de 2013
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