Norelys
Morales Aguilera.- El concepto de Economía Verde transcurre en
las tres últimas décadas entre libros, expertos, movimientos sociales y
organismos internacionales desde la necesidad de un desarrollo sostenible,
definido como “el desarrollo que satisface las necesidades presentes sin
comprometer la capacidad de satisfacer las necesidades de las generaciones
futuras”. [1]
Se
necesita de forma apremiante ese desarrollo sustentable cuando se ha llegado al punto de una crisis
ambiental cada vez más profunda. Pero, al “Desarrollo Sustentable” lo han acabado
rotulando como “Economía Verde” para emplear combustibles renovables pero
continuar con el mismo sistema productivo, comercial, financiero y de consumo,
que ha demostrado largamente ser insustentable.
En
la Cumbre de la Tierra, celebrada en Rio de Janeiro, Brasil, en 1992, los
gobiernos del mundo reconocieron que el planeta atravesaba una severa crisis
ambiental. Fue el momento del visionario llamado de Fidel Castro: una especie
está en riesgo de extinción.
Sin
embargo, no hubo cambios sustantivos debido al sistema capitalista y su lógica
de crecimiento inhumano. Los intereses creados fueron más fuertes y las respuestas fueron las salidas neoliberales
que han significado la mercantilización de la naturaleza. El cuadro resulta
sombrío pese a la publicidad bucólica que imponen los medios y el lucro propagandístico.
Apenas
147 empresas trasnacionales controlan el 40 por ciento del volumen total de
ventas de todas las del globo. Están estrechamente
interconectadas a través de acciones y participaciones entre ellas,
constituyendo una súper entidad global que ejerce un control enorme sobre
mercados, producción y políticas nacionales e internacionales. Las tres cuartas
partes de estas 147 súper poderosas son bancos e intermediarios financieros,
que a su vez tienen un importante porcentaje de acciones en las mayores
empresas de capital productivo. [2]
Hacia Rio+20
Bajo
estos presupuestos, de cara a la cumbre Rio+20 (20 al 22 de Junio) la principal propuesta de los países ricos es su
“economía verde” con el objetivo de crear un ambiente propicio para la inversión
privada en el agua, la biodiversidad, los océanos, los bosques, etc. Estos
incentivos a la inversión privada incluyen desde asignarle precio al agua hasta
garantizar las utilidades del inversionista privado.
Para la
“economía verde” el desequilibrio con nuestro medio ambiente se debe a que no
se trató a la naturaleza como un “capital”. Por eso pregonan un capitalismo
tridimensional que incluya no sólo a las máquinas y a los seres humanos, sino
también a la naturaleza.
La “economía
verde” lejos de generar productos reales y tangibles desarrollará un mercado
ficticio de bonos y certificados financieros que se negociaran a través de los
bancos. La gran banca que provocó la crisis financiera del 2008, y luego fue
premiada con trillones de dólares de fondos públicos, ahora tendrá a su
disposición a la Naturaleza para especular y realizar fabulosas ganancias.
Los países ricos esperan que Rio+20 le
dé un mandato a las Naciones Unidas para empezar a desarrollar un conjunto de
indicadores y mecanismos de medición que creen las bases para un mercado
mundial de servicios ambientales y de los ecosistemas, según el analista Pablo
Solón. O sea, van por un nuevo negocio con la naturaleza que los haga más
ricos.
Por su parte, los mal llamados en
desarrollo no han articulado una verdadera plataforma alternativa viable:
esencialmente están planteando propuestas ya acordadas en el marco de las
Naciones Unidas que nadie cumple y de las que los ricos se burlan.
Cambiar las reglas del juego
Urge pasar de las consideraciones a
los hechos. Se trata de forjar una articulación en todos los países.
Pronunciarse y movilizarse en contra de
la “economía verde” mercantilizadora de la naturaleza para avanzar en un camino
de articulación práctica a las propuestas que vienen desde los pueblos como son
el Acuerdo de los Pueblos de Tiquipaya y los debates del Foro Social Porto Alegre.
En 2010 Bolivia realizó la Conferencia
Mundial de los pueblos sobre cambio Climático y Derechos de la Madre Tierra en
Tiquipaya, Cochabamba. Allí, con la participación de 35000 personas de los
cuales 9000 eran delegados internacionales, se aprobó una propuesta que va
mucho más allá del desarrollo sostenible porque plantea que no sólo hay que
buscar el bienestar de las generaciones futuras sino el bienestar de la Madre
Tierra.
En ese sentido se planteó un proyecto
de Declaración Universal de Derechos de la Madre Tierra y se hizo una serie de
proposiciones para que los presupuestos militares y de defensa se destine a la
preservación de la naturaleza, para que se promueva la soberanía alimentaria en
oposición al agronegocio, para que se prohíban la geoingeniería y los
organismos genéticamente modificados, para que los servicios básicos estén bajo
control de la sociedad y no sean privatizados, para que se preserven los
derechos de los pueblos indígenas incluyendo el derecho a la consulta libre
previa e informada, para que no se mercantilicen los bosques a través de REDD
(Reducción de Emisiones por Deforestación y Degradación de Bosques), etc, etc.
Los debates del
Foro de Porto Alegre este año 2012 permitieron vislumbrar líneas de
alternativas a presentarse y sobre las que habrá que presionar para que entren
en las agendas políticas nacionales e internacionales, con la centralidad y la
defensa de los bienes comunes de la humanidad como respuesta a la
mercantilización, privatización y financierización de la vida, implícita en el
concepto de “economía verde”, según señala Boaventura de Sousa Santos.[3]
Así, también
el pasaje gradual de una civilización antropocéntrica a una civilización
biocéntrica, lo que implica reconocer los derechos de la naturaleza; redefinir
el buen vivir y la prosperidad de modo que no dependan del crecimiento
infinito, entre otros tópicos.
Nunca como
hoy hubo más conciencia de que la mercantilización neoliberal de la naturaleza
no es el camino para solucionar la crisis ambiental y salvar al planeta, pero
si verdaderamente no se obliga a los ricos a una negociación justa, frente a
sus abusos como el Protocolo de Kioto, puede ser demasiado tarde para todos. [ESPECIAL PARA CUBAHORA.CU]
Notas:
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