Honduras y la SIP

Atilio A. Boron

La prolongación de la crisis en Honduras no tiene un efecto neutro, pues juega a favor de los golpistas.

El repudio y el aislamiento universales no conmueven a los usurpadores.

Todo lo contrario: confirman su visión paranoica de un mundo dominado por comunistas, subversivos y revolucionarios que conspiran sin cesar para frustrar su patriótica empresa.

Tanto los militares como los civiles hondureños comparten ese delirio que sigue siendo alimentado, día a día, por el Pentágono, la CIA y buena parte del establi-shment político del imperio, para los cuales la guerra no ha terminado ni va a terminar jamás.

Guerra sobre todo contra todo ese inmenso e inesperado movimiento social que se ha puesto en marcha a partir del golpe y que rebasa amplia –y tal vez irreversiblemente– los estrechos marcos de la mal llamada democracia representativa en Honduras.

Bastó que aquél pretendiese honrar esa fórmula para que la santa alianza abandonase en tropel las cavernas y saliera a dar batalla: allí se juntaron, para unir fuerzas, los representantes militares y políticos del imperio con la corrupta oligarquía local, la perversa

jerarquía de la Iglesia Católica, las diversas fracciones del patronato y el poder mediático que este conglomerado de la riqueza y el privilegio controla a su antojo, haciendo de la libertad de prensa una broma sangrienta.

No es casualidad que el sitio web de la benemérita Sociedad Interamericana de Prensa, siempre tan atenta ante todo lo que ocurra con los medios en Cuba, Venezuela, Bolivia y Ecuador, haya ocultado arteramente lo que está aconteciendo en Honduras.

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