No queda más remedio que hablar del ególatra y genocida de Donal Trump. Así lo confirma el editorial de La Jornada de México.
El presidente Donald Trump pronunció ayer un discurso a la nación en el que, según se anticipaba, anunciaría su plan definitivo para deponer a su homólogo Nicolás Maduro y establecer un régimen títere en Venezuela. Sin embargo, no hizo ninguna referencia al bloqueo militar que mantiene sobre la nación caribeña: dedicó su inusualmente breve alocución al autoelogio por sus primeros 11 meses de gobierno, durante los cuales, aseguró, salvó a Estados Unidos de la catástrofe económica, de la “invasión” de migrantes y lo puso en la ruta hacia “un auge económico como el mundo nunca ha visto”, por lo que “todos y cada uno de los líderes extranjeros con quienes habla” le dicen que ahora tiene “el país más sexy del mundo”.
Dejando de lado las dificultades de imaginar a varios circunspectos mandatarios usando el término “sexy” para hablar de la superpotencia, el mensaje del magnate estuvo plagado de mentiras y autobombo. En cuanto a su silencio en torno al tema que genera mayor expectación en el hemisferio, es posible que considerase el asunto zanjado tras haber declarado, horas antes, que el objetivo del bloqueo naval estadunidense a Caracas es “recuperar nuestro petróleo”. Interrogado acerca del sentido de sus palabras, reiteró que “tomaron nuestros derechos de petróleo, teníamos mucho crudo ahí. Echaron a nuestras empresas y lo queremos de regreso”. No se sabe quiénes “tomaron” los presuntos derechos; de qué derechos habla ni por qué piensa que Washington tenía petróleo en Venezuela. Lo que está claro es que ya ningún supuesto adalid de la democracia y los derechos humanos puede pretender que las agresiones contra Venezuela tienen una motivación distinta al saqueo neocolonial.
Al contrario de lo que ha ocurrido con otras acciones militares estadunidenses guiadas por la sed de hidrocarburos, en esta ocasión parece que las transnacionales del sector no tienen ningún papel en azuzar la violencia: de acuerdo con el medio estadunidense Politico, la Casa Blanca sólo ha obtenido negativas al sondear a las empresas sobre su interés de volver a establecerse en Venezuela tras un eventual derrocamiento de Maduro.
Los motivos son fáciles de entender, pues el crudo venezolano es del tipo extrapesado, lo cual implica que es más costoso extraerlo y comercializarlo. Además, inyectar más petróleo en un mercado ya saturado por la superabundancia de proveedores como Rusia y Arabia Saudita no haría más que empeorar la caída de los precios que preocupa a la industria. De hecho, los precios actuales ya han vuelto inviables muchas de las operaciones de fracking promovidas por el magnate, y la Agencia Internacional de Energía prevé una caída en la demanda global conforme avanza la transición energética.
En suma, Trump ha enviado a la tercera parte de toda su fuerza naval a acosar a una nación soberana sin otros móviles aparentes que su obsesión personal con revertir todo esfuerzo de contención del cambio climático y obligar al planeta a mantener una economía organizada alrededor del petróleo, así como dar gusto al anticomunismo trasnochado del ala de su gobierno encabezada por el secretario de Estado, Marco Rubio. Envalentonada por el apoyo de sus pares en la ultraderecha latinoamericana, la Casa Blanca sólo puede ser disuadida de consumar su asalto contra Venezuela si la comunidad internacional envía una señal contundente de que la soberanía y la autodeterminación de los pueblos son líneas inviolables; lamentablemente, el contexto actual se presenta poco propicio para una defensa de la legalidad de la envergadura que se requiere.
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