M. H. Lagarde.─ Si se tiene en cuenta las últimas medidas tomadas por el gobierno de Estados Unidos contra Cuba, cualquiera pensaría que la pequeña Isla del Caribe tiene un papel prioritario en la política exterior de la, a punto de finalizar, administración norteamericana.
El pasado 31 de diciembre, en vísperas de la celebración del 62 aniversario del triunfo de la Revolución cubana el Secretario de Estado, Mike Pompeo aseguró que tiene tres semanas, casi lo que queda de vida al actual gobierno, para decidir si incluye nuevamente a la isla en la lista de países patrocinadores del terrorismo.
El mismo primero de enero, y cuando el pueblo cubano celebraba haber vencido exitosamente a la fatídica pandemia mundial, sobrevivido a cientos de oportunistas medidas del gobierno de Estados Unidos para incrementar el bloqueo y hasta un fallido intento de un golpe blando, el Departamento de Estado norteamericano anunció la inclusión al Banco Financiero Internacional S.A. (BFI), en la "lista negra" de empresas cubanas con las que los estadounidenses tienen prohibido llevar a cabo transacciones.
Como bien señaló el canciller cubano Bruno Rodríguez Parrilla en su cuenta de Twitter, además de pretender reforzar un cerco económico que no ha podido destruir la Revolución Cubana en 62 años, tales medidas buscan complacer a la minoría anticubana en la Florida que por lo visto no puede soportar la derrota en las pasadas elecciones del actual presidente Donald Trump.
Para reelegir al todavía actual mandatario la mafia anticubana de Miami, encabezada por el arquitecto de las medidas contra Cuba, el senador Marco Rubio, desató una mentirosa campaña en la que acusó al partido demócrata de comunista y de presunto aliado de países como Venezuela, Cuba y Nicaragua.
El propio presidente Trump viajó a Miami y en una entrevista, con un vocero de esa mafia en youtube, aseguró que sería él quien acabaría con la revolución cubana.
Pero ni Trump ganó las elecciones, ni escaramuzas de lumpens mercenarios, ni sabotajes y actos terroristas, acabaron con la Revolución cubana, algo que sin dudas ha herido en los más profundo de su orgullo a la mafia anticubana de Miami si se tiene en cuenta que un ridículo de 62 años debe resultar, hasta para el más desvergonzado, algo realmente insoportable.
Más que la sobrevivencia de la Revolución cubana -gracias a la cual viven. dilapidando el dinero del contribuyente estadounidense, sus más a acérrimos enemigos en Florida-, a la mafia anticubana de Miami les duele su sempiterno fracaso. En su batallar contra una Cuba, más soberana que nunca, cada año que pasa, sus líderes solo han conseguido reafirmar su condición de fracasados estafadores.
De ahí que, ciegos de frustración y de odio, no les quede más recurso que el pataleo y los estertores de quienes se han ahorcado con su propia soga.
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