Foto: HÉCTOR GUERRERO/EL País de España |
La victoria de Morena-López Obrador es una rebelión en las entrañas de una estructura democrática severamente dañada por el corporativismo bipartidista (PRI-PAN) y por una lista inmensa de vicios y corruptelas que llevaron a la bancarrota institucional a todo el aparato político. Una rebelión asediada por la violencia macabra desatada por una falsa guerra contra el “crimen organizado” que en la práctica no ha sido más que la militarización “encubierta” de todo el territorio para poner las riquezas nacionales al servicio de las empresas trasnacionales y sus cómplices locales. Una rebelión que ha debido sortear miles de trampas y emboscadas en todos los repertorios odiosos de la depauperación económica y de las guerras mediático-psicológicas.
México padece la virulencia del neoliberalismo y los embates coloniales del imperio yanqui. Es un país secuestrado por gerentes -impuestos por la vía del fraude- para entregar recursos naturales, para regalar la mano de obra. En México hasta hoy nadie puede garantizar al pueblo la defensa del territorio y la defensa de los recursos naturales. Nadie ha podido garantizar el ejercicio independiente de la justicia. Nadie ha podido frenar al crimen organizado y su metástasis en todas las estructuras sociales y culturales del país. Nadie ha podido ejercer rectoría alguna en materia de democracia comunicacional. Nadie ha podido garantizar el derecho a la educación, el derecho al trabajo, el derecho a la salud, el derecho a la alimentación… Nadie ha podido asegurar dignidad a las personas porque una moral entreguista y rastrera, adoradora del imperio yanqui, sirve de las maneras más ignominiosas a la opresión. En ese contexto gana las elecciones López Obrador.
Ahora comienza lo difícil. López Obrador se propone pacificar al país; terminar con la corrupción y recomponer la economía con dignificación laboral y salarial. Lograr la inclusión de los más postergados y la distribución equitativa del presupuesto federal. Eso implica derrotar a las mafias que secuestraron al Gobierno y al Estado, para hacer justicia, por ejemplo, a los estudiantes de Ayotzinapa, a los pueblos originarios y asegurarse perdurabilidad de las acciones para ampliar la participación social en el gobierno movilizado como organizador capaz de sumar fuerza que pueda ofrecer soluciones a la fuerza popular que alcanzó el triunfo.
Los desafíos son muchos y son enormes en un país que tiene desgarrado hondamente el tejido social pero que, a pesar de los pesares, se rebeló contra el establishment para hacer visible su multiculturalidad y su plurinacionalidad unidas a las “clases medias” para sumar la mayor votación que presidente alguno haya recibido en México y que líder de izquierda alguno haya logrado.
México enfrenta su futuro inmediato movilizado como nunca con las plazas llenas, con las calles tomadas, con una movilización magnífica que incuba ideas emancipatorias. Contra el fraude, contra el saqueo y contra la explotación históricos… es una identidad nueva, una fiesta desde abajo una situación social inédita. Bien puede ser que el nacimiento un nuevo México, esta vez decidido por su pueblo, con las armas de su democracia en reparación, con una moral renovada y mucha claridad en los retos, pueda prepararse para derrotar cualquier intento de regresión. Por lo pronto México hoy es un punto de inflexión, un desafío a nuestra capacidad de lucha y unidad dentro y fuera del país… Punto de inflexión para que nos reconozcamos hacia la toma del poder impulsados con nuestras propias fuerzas populares en los trabajadores del campo y la ciudad… para cambiar el sistema y cambiar la vida.
* Director del Instituto de Cultura y Comunicación, Universidad Nacional de Lanús.
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