Frank González*.─ Los efectos del cambio climático colocan a la especie humana, una vez más, ante la disyuntiva de adaptarse a las nuevas condiciones de existencia o sencillamente desaparecer.
El aumento de la temperatura y del nivel del mar a nivel global, alteraciones en los patrones de precipitaciones y en el comportamiento de eventos meteorológicos extremos son algunas de las manifestaciones de un fenómeno cuyo impacto ambiental, económico, social y cultural varía en dependencia de diversos factores.
Según la Organización Meteorológica Mundial (OMM) la temperatura media del planeta en 2015 fue, por mucho, la más alta jamás registrada con un incremento de 0,76 grados en comparación con el período 1961-1990 y de alrededor de un grado respecto a 1850-1900.
Todos los pronósticos apuntan a un crecimiento sostenido de la temperatura media global en los próximos años, cuyos efectos pueden ser devastadores para la vida en la Tierra, a menos que se adopten medidas urgentes para detener ese proceso.
De acuerdo con el quinto y más reciente informe evaluativo del Panel Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCCpor sus siglas en inglés), las crecientes magnitudes del calentamiento aumentan la probabilidad de impactos severos e irreversibles.
En opinión de los expertos, los riesgos pueden ser considerables si el aumento de la temperatura se mantiene entre uno y dos grados respecto al período preindustrial (1750) y altos o muy altos si alcanza los cuatro grados.
Al llegar a ese punto, se producirán impactos graves y generalizados sobre sistemas únicos y amenazados, con importantes extinciones de especies y grandes riesgos para la seguridad alimentaria mundial.
Particularmente dramática es la situación de los territorios insulares condenados a desaparecer por el aumento del nivel del mar, calculado por la OMM en 3,3 milímetros, como promedio anual, entre 1993 y 2015.
Un cambio climático diferente
En diferentes momentos de su evolución, la humanidad sorteó, de una u otra forma, los retos de sucesivas mutaciones climáticas de mayor o menor magnitud.
La diferencia entre aquellas transformaciones del clima y la que se produce ahora es que se desarrollaron en períodos mucho más prolongados y por causas naturales como erupciones volcánicas y variaciones en la composición de la atmósfera, entre otras.
El cambio climático actual es resultado de la acción directa o indirecta de la actividad humana a través de la emisión descontrolada hacia la atmósfera de Gases de Efecto Invernadero (GEI), con el consecuente calentamiento de la superficie terrestre, por la ruptura del equilibrio entre el calor recibido y el liberado por la Tierra.
El vapor de agua, el dióxido de carbono, el metano, el óxido nitroso, el ozono y los clorofluorocarbones son los GEI que inciden, de una u otra manera, en la temperatura de la Tierra.
Todos ellos, existían en estado natural, en niveles más o menos estables, en la etapa preindustrial formando un manto regulador del clima del Planeta, excepto los clorofluorocarbones, producidos posteriormente por el hombre.
La quema de combustibles fósiles como el petróleo, el gas natural y el carbón, junto a la tala indiscriminada de los bosques fueron las dos causas antropogénicas principales del incremento sostenido de la concentración de GEI en la atmósfera a partir de mediados del siglo XVIII con el inicio de la Revolución Industrial.
Aunque son varios los GEI antropógenos de larga permanencia, la atención principal se centra en las emisiones de dióxido de carbono, las cuales representan más del 75 por ciento del total.
El Acuerdo de París
Al margen de la heterogeneidad y asimetría del impacto sobre unos sistemas en comparación con otros, el cambio climático es una amenaza imposible de ignorar.
La gravedad del problema fue reconocida por el Acuerdo de París, el cual consideró la adaptación como un desafío mundial, "que incumbe a todos" con dimensiones desde locales hasta internacionales.
El documento aprobado en diciembre último por 195 países miembros de la Organización de las Naciones Unidas para enfrentar el cambio climático, prestó atención especial a este asunto.
La adaptación -señala- es un componente fundamental de la respuesta mundial a largo plazo frente al cambio climático, cuyo fin es proteger a las personas, los medios de vida y los ecosistemas, teniendo en cuenta las necesidades urgentes e inmediatas de los países en desarrollo, particularmente vulnerables a los efectos adversos del cambio climático.
La cumbre parisina se pronunció a favor de mantener el aumento de la temperatura media mundial "muy por debajo" de dos grados respecto a los niveles preindustriales y continuar los esfuerzos para limitar ese incremento a 1.5 grados.
Los flujos financieros y la transferencia de tecnología, teniendo en cuenta las necesidades de los países en desarrollo fue otro de los aspectos contenidos en el documento para que su aplicación "refleje la equidad y el principio de las responsabilidades comunes pero diferenciadas y las capacidades respectivas, a la luz de las diferentes circunstancias nacionales".
La edición 21 de la Conferencia Internacional sobre Cambio Climático (COP21) representó un paso de avance en el reconocimiento del problema y la urgencia de soluciones a través de la mitigación del fenómeno, la reducción de las vulnerabilidades y la adaptación de los sistemas a sus efectos adversos.
Sin embargo, como indicó la ministra cubana de Ciencia Tecnología y Medio Ambiente (Citma), Elba Rosa Pérez, en la ceremonia especial de la firma del Acuerdo el 22 de abril último en Nueva York, "en Paris alcanzamos resultados importantes, pero quedan retos igualmente grandes".
Las paradojas del cambio climático
La adaptación - según el IPCC- implica ajustes en los sistemas humanos o naturales para responder a estímulos climáticos potenciales o reales, o sus efectos, con el objetivo de moderar el daño o aprovechar sus aspectos beneficiosos.
La adaptación, como la mitigación, son procesos complejos en cualquiera de sus espacios debido a la pluralidad de actores e intereses que intervienen en ellos, en contextos políticos, económicos y sociales diferentes y a la resiliencia de los sistemas amenazados.
Una cosa es la adaptación en los países desarrollados donde se realizan inversiones en infraestructura y otras acciones para la protección de sus ciudadanos, y otra en las naciones más pobres, carentes de recursos para satisfacer las necesidades básicas de los suyos.
La vulnerabilidad y sus componentes asociados como la exposición, la sensibilidad, la capacidad de adaptación y la resiliencia constituyen los elementos fundamentales en la determinación de los efectos y riesgos provocados por el cambio climático.
Las diferencias en la vulnerabilidad y la exposición, como plantea el IPCC, se derivan de factores distintos al clima como la desigualdad, la pobreza y la exclusión social.
El grupo de expertos atribuye esa mayor vulnerabilidad a procesos sociales interrelacionados que se traducen en desigualdades socioeconómicas y en los ingresos, incluyendo la discriminación por motivo de género, clase, etnicidad, edad y discapacidad.
La ecuación es simple, a mayor subdesarrollo, marginalidad, pobreza y escasa disponibilidad de recursos financieros, tecnológicos y humanos, menor será la capacidad para enfrentar el cambio climático.
El Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) describe la situación de una manera muy gráfica en su Informe sobre Desarrollo Humano 2007-2008 dedicado al enfrentamiento al cambio climático.
Para la parte más desarrollada del mundo -señala el texto- la adaptación implica levantar infraestructuras elaboradas de protección contra el clima y construir casas flotantes. Para la otra parte, significa que la propia gente debe aprender a flotar en caso de una inundación.
Además, en el contexto actual muchos de los países menos desarrollados carecen no sólo de recursos financieros para adaptar obras de infraestructura a las nuevas condiciones, sino incluso de capacidad y medios para evaluar los riesgos climáticos.
Como expresó el arzobispo emérito de Ciudad del Cabo, Desmond Tutu, la adaptación se convirtió en un eufemismo de injusticia social a nivel mundial.
Para decirlo sin rodeos -puntualizó el clérigo- las personas pobres del mundo están sufriendo los daños de un problema que no crearon. La huella del agricultor de Malawi o del habitante de un barrio marginal de Haití apenas se nota en la atmósfera terrestre.
Esta es una de las paradojas del cambio climático y seguirá siendo así mientras persistan los modelos de producción y consumo que lo provocaron, basados en la explotación ilimitada de los recursos naturales y en la maximización de las ganancias, con daños irreparables a las condiciones de vida de la inmensa mayoría de los habitantes del Planeta.
*El autor es colaborador de Prensa Latina.
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