La murmuración y el diablo de Hans Weiditz (1488-1534) |
El caso en cuestión está dado por la aviesa práctica del chisme, el brete, el chanchullo sustentado, como es su naturaleza, por la falta de valor personal. Uno de los presentes en una reunión a la que asistí, pidió la palabra y dijo: “Una persona que por ética no puedo decir me planteó que…” y ahí mismo soltó un rosario de señalamientos críticos contra la administración del centro y el sindicato. Lo triste del caso es que los señalamientos quedaron despersonalizados; “esa etérea persona” a la que inicialmente hizo referencia el expositor parecía alguien omnipresente y con el don de la oblicuidad; parecía haber sido testigo en todos y cada uno de los casos expuestos aún cuando distaban unos de otros en tiempo y espacio. Lo inaudito es que los participantes en la reunión asumimos (yo entre ellos) el “supuesto testimonio” de ese alguien como algo preocupante que debía urgentemente analizarse.
Luego, como por arte de magia aquellos criterios de ese alguien se corrieron como pólvora encendida con las consabidas alteraciones producto de la famosa Teoría del Rumor. No es menos cierto que en algunos casos hay reales aristas de actitudes y procedimientos negativos por quienes son objeto de los señalamientos pero cuando nos dedicamos a reflexionar nos percatamos de una intencionalidad evasiva al sincero enfrentamiento a los errores, o sea falta de valor personal y político.
Tengo un compañero de trabajo al que sus más cercanos afectos le llamamos LEOPARDO, y a quien “esos que gustan de la miel en los oídos” tildan de conflictivo por decir sin ambages lo que tiene que decir en el lugar que tiene que decirlo. En una de esas ocasiones en que tomé mi adarga e hice una serie de señalamientos a la administración, él sin temor alguno, mientras el resto de los presentes callaba aún cuando sabían que era cierto lo que expresé, me apoyó abiertamente ampliando e incluso siendo más específico. Le felicité por su sinceridad, valor y dignidad. Él me respondió. “Esa es mi divisa; para la dignidad no uso moneda nacional”. Me marché entonces y pensé: ¡Qué bueno sería que llegáramos todos a unificar definitivamente “la moneda” de la dignidad y enfrentar con ella a lo mal hecho!
Pero bien, aquí podría terminar este trabajo, sin embargo, como en el titulo dice Taparse con la Sábana de Otro y…otros demonios; entre esos otros demonios está una práctica y mucho “más” cobarde como es el caso de los anónimos donde para evitar que el sujeto que lo envía sea identificado inventa un seudónimo o simplemente omite la autoría. Esa sábana que tapa a otros demonios es mucho más grande y perniciosa pues genera dudas, cuestionamientos en detrimento del aludido o aludidos y hasta el gasto de neuronas y tiempo en quienes se ven obligados a asumir la tarea de investigar la veracidad de lo escrito. Claro, todo ésto conlleva a una pregunta: ¿por qué la práctica de ambas “modalidades” de Taparse con la Sábana de Otro”?
La respuesta suele buscarse en la falta de democracia en el ámbito en que ocurre; la reacción furibunda y prepotente del jefe, su poder para aplastar y quebrar el índice que lo señala, “hacerle la guerra” incluso cercenarlo, arrancarlo de raíz. Es cierto, ahí puede encontrarse parte de la génesis de la evasiva de la responsabilidad con lo que se dice, pero el mayor peso está, y una vez más lo expreso, en la falta de valor personal y político de quienes temen exponer y mantener hasta las últimas consecuencias sus criterios porque “no quieren buscarse problemas” y para ésto se Tapan con la Sábana de Otro o utilizan… “la moneda nacional de la crítica”; la despersonalización o el anonimato. /Cortesía del autor con el blog Isla Mía
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