Construir a América Latina y el Caribe como comunidad de presente y futuro, y como actor vital en un mundo configurado por bloques, es una tarea de enorme envergadura histórico-política.
Requiere establecer puentes entre las distintas subregiones y países, México, Centroamérica, el Caribe y Sudamérica, haciendo compatibles y asociables los distintos proyectos y la diversidad de enfoques, tanto en lo que se refiere al modelo interno de las naciones como a su grado y forma de inserción en la
economía internacional. Hay que considerar que continúan siendo muchos y muy fuertes los intereses de quienes apuestan a la fragmentación, al status quo, a propagandizar y fomentar proyectos que, en cambio de considerarlos agregativos, tienden a sectorizar o confrontar debilitando las posibilidades de avanzar en la convergencia y la integración.
En términos del paisaje geopolítico mundial actual, la crisis de credibilidad de Estados Unidos, la declinación europea, el cambio de modelo económico de China y la persistencia de un sistema económico mundial concentrador y generador de desigualdades, interpelan la voluntad política, la imaginación y la persistencia de los latinoamericanos y caribeños a conformar un espacio común constituido con base en un sustantivo aumento de los intercambios y el comercio intrarregional, mejores infraestructuras; políticas productivas, industriales y tecnológicas compartidas y complementarias, y planes educativos, sociales, ambientales y culturales que puedan ser proyectados en clave comunitaria y que demuestren que es posible comenzar a desarrollar políticas públicas regionales.
La interdependencia mundial, lejos de disolvernos como identidad, nos desafía a perfilar más nítidamente nuestra singularidad articulando, con mucho empeño, paciencia estratégica y sentido de pertenencia y del porvenir, realidades y subregiones muy distintas y hasta en muchos casos divorciadas entre sí. Esto para desarrollarnos y defendernos juntos frente a las incertidumbres de una globalización desbocada, sin controles ni gobierno, para poner en valor comunitario las inmensas riquezas que poseen cada uno de nuestros países y para coprotagonizar un cambio de paradigma frente a un modelo civilizatorio en decadencia y crisis. Un continente que debe pelear junto contra las propias desigualdades como ante las injusticias de un capitalismo adicto al dinero fácil, especulativo, concentrador de riqueza y promotor de asimetrías inaceptables.
Para estas tareas que trascienden las posibilidades nacionales e incluso subregionales es que se necesita afirmar el proyecto de la CELAC, buscando coincidencias, coordinando los esfuerzos de los diferentes organismos subregionales y actualizando y renovando la arquitectura institucional —un poco errática que se viene construyendo en América Latina y el Caribe hace ya más de 50 años.
Es un enorme esfuerzo, una tarea que a veces se piensa o se quiere ver, por las diferencias y las heterogeneidades, como imposible o inviable, pero que sigue desafiándonos no solo desde el eco de nuestra historia compartida, sino como el reto definitorio para reconocer y diferenciar si América Latina vive una importante época de cambios o va a ser protagonista y actor colectivo de un cambio de época. /La Jornada
*Secretario general de la Asociación Latinoamericana de Integración
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