Foto: Calixto N. Llanes |
Más allá del emocionado tributo a los Héroes, ese gesto diáfano, que solo saben hacer los agradecidos, de reconocer nuestra solidaridad y amistad, conmovió a los verdaderos revolucionarios y les causó, a no dudarlo, una mueca a nuestros enemigos.
Cada cual hilvanó un discurso a su manera, significando lo que representó el Moncada y recordando los valores que sembró la Revolución, mientras en sus rostros asomaban esos semblantes en los que uno descubre la sinceridad en palabras salidas del alma y el corazón.
¡Qué orgullo escucharlos hablar con esa admiración de Fidel! y más que de él mismo, de su obra, que trasciende al mundo y que a estas alturas, cada vez en mayor medida, alumbra y compulsa a los desposeídos.
En sus discursos brotaron las esencias que germinaron y se expandieron gracias a la Revolución, como la de no tener miedo y mostrar coraje, como el hecho de que el poder no importa, sino los principios y la disposición de lucha.
Fue expresado todo en un lenguaje respetuoso, pero viril, que fustigó el cruel e injusto bloqueo de los Estados Unidos contra Cuba, y reconocieron el gesto altruista de derramar la sangre de sus hijos para ayudar a la liberación de otros pueblos, de tender la mano a cualquier país ante una catástrofe y esa virtud sublime de compartir lo que tenemos y no lo que sobra.
Tampoco olvidaron a Hugo Chávez, quien ayudó a recorrer y ampliar el camino de que Cuba fue iniciadora, ese de la independencia y la unión de los pueblos de nuestra América.
Los mandatarios y el canciller hablaron dignamente y nos emocionaron, porque sus palabras nos hicieron sentirnos más orgullosos, si cabe, de la grandeza de esta Revolución. Gracias, entonces, por ese amor hacia Cuba, que es decir a Fidel.
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