Stella Calloni.- Las recientes declaraciones del secretario de Estado norteamericano, John Kerry, considerando a Latinoamérica como el “patio trasero” de Estados Unidos, y su propuesta ante la Cámara de Representantes para avanzar en un “acercamiento vigoroso”, aludiendo a la Doctrina Monroe del año 1823, debiera sacudir la modorra intelectual y política del continente.
Cada vez que algunos nos referíamos al proyecto recolonizador que aparece delineado en numerosos documentos de política exterior estadounidense, se nos adjudicaba una enorme capacidad de imaginación, acusándonos con desdeño como “conspiradores”. Hablar de “patio trasero” o “Doctrina Monroe” era mencionar fantasmas inexistentes. ¿Qué dirán ahora de esta confesión a cielo abierto del señor Kerry, nada menos?
Su propuesta sobre un “acercamiento vigoroso” recuerda aquel enunciado de “Habla suavemente pero lleva un gran garrote y llegarás lejos” (“speak softly and carry a big stick, you will go far”). Esta frase, acuñada por Theodoro Roosevelt, quien gobernó Estados Unidos entre 1901 y 1909, introdujo la doctrina del Gran Garrote (Big Stick) para aplicar en su política exterior.
Destinada a defender los intereses de Estados Unidos y avanzar en la eterna política de expansión y control hacia América Latina, bajo el esquema de la Doctrina Monroe, la doctrina del Big Stick fue también clave durante la Guerra Fría, en la que nuestra región quedó atrapada, con intervenciones militares, injerencias que perduran hasta hoy y dictaduras, que a lo largo del siglo XX configuraron un genocidio latinoamericano.
En marco de la Guerra Fría, se nos impuso la red de dictaduras de la Doctrina de Seguridad Nacional, cuyos efectos persisten hasta hoy en los proyectos hegemónicos de “lenguaje suave y gran garrote”. Lo estamos viendo en esta evidente reacción ante la unidad que han logrado los pueblos latinoamericanos en su integración emancipadora.
Washington interpreta esta unidad como “un peligro” para su seguridad y sus intereses, cuando es nada más y nada menos que un ejercicio de soberanía de los países de un continente rico, con sociedades empobrecidas que merecen un siglo XXI independiente y justo.
Esta unidad de América Latina ayudó a detener más de un golpe de Estado propiciado por Washington en la región en este siglo, el último -aún no desmontado del todo- en Venezuela, con el desarrollo del plan que se puso en marcha, sin ninguna espontaneidad, desde el momento en que se conoció el triunfo irreversible de Nicolás Maduro, sucesor del presidente Hugo Chávez Frías en Venezuela, por escaso margen.
Los grupos de choque opositores que actuaron tenían direcciones precisas de los Centros de Diagnóstico que están en centenares de barrios en el país y que colaboran a convertir la salud pública en uno de los mayores legados del gobierno de Chávez, varios de los cuales incendiaron.
También fueron a casas de funcionarios, militantes, periodistas, oficinas importantes y sedes del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), de los mercados populares (Mercal) y otros y, por supuesto, televisoras y medios estatales, y amenazaron con extrema violencia.
La movida golpista no fue improvisada, como no lo fue el intento de atacar a los médicos cubanos que trabajan en Venezuela, en un extemporáneo ejercicio de Guerra Fría.
Mientras creaban una histeria golpista a través de los medios, nunca presentaron una impugnación como indica la ley cuando un sector político en una elección presidencial tiene dudas.
Henrique Capriles Radonski, quien en todo momento montó un violento escenario mediático anti-fraude, es el mismo “democrático” participante del golpe de Estado contra Chávez en abril de 2002, tan activo que con una pistola en mano intentó asaltar entonces la embajada de Cuba en Caracas.
Pero luego se presenta como víctima, desconoce la violencia de sus seguidores, confiado en el amparo de Washington que trata de mantener activada la presión y amenaza sobre Venezuela.
En las primeras horas el golpismo provocó la muerte de ocho militantes chavistas en distintos lugares, ya sea fusilados, atropellados premeditadamente por un camión y hasta una persona quemada viva, produciendo más de un centenar de heridos.
Los grandes titulares de los medios privados se cuidaron de definir a que sector pertenecían las víctimas y quiénes eran los victimarios. Y no es casual que la ONG Provea se excuse de “desconocer” los actos de violencia porque no “aparecen” en algunos diarios, que fueron también cómplices evidentes de estos hechos e incitadores en casos comprobados.
Ante las llamas de aquellos dos días de furia opositora, estos medios actuaron como instigadores en una abierta guerra psicológica. El esquema desinformativo y manipulador es ejercido mediante la apropiación antidemocrática del control de más del 90 por ciento de los medios escritos, radiales y televisivos, por parte del poder hegemónico.
“La rápida movilidad de los gobiernos de UNASUR para reconocer a Maduro, cuyo triunfo fue sustentado por los observadores internacionales, hicieron retroceder a la OEA en su intento de desconocerlo.”
Hay que decir que el proyecto desestabilizador nunca dejó de actuar en Venezuela desde el golpe de Estado de abril de 2002, derrotado por el pueblo y militares patriotas y los sucesivos intentos de golpes “suaves”, paros patronales, paro petrolero y sabotajes de fines de 2002 y principios de 2003 y otros, entre ellos frustrados intentos de magnicidio y seguiría con las eternas denuncias sobre fraudes en cada una de las 16 elecciones que ganó Chávez entre 1998 y 2012. Pero el golpismo tomó renovado impulso desde que se conoció la enfermedad de Chávez en 2011, cuya muerte se produciría el 5 de marzo pasado, tratando de aprovechar el desconcierto con intentos divisionistas, ataques económicos, sabotajes eléctricos, cortes de agua, acciones terroristas, que dejaron víctimas, desabastecimiento, en un plan similar al usado contra el presidente Salvador Allende en Chile en 1973.
Más de 60 millones de dólares invirtió Washington en los últimos tiempos para la campaña, intentando derrotar a Maduro, tratando de infiltrarse en las Fuerzas Armadas, de propiciar guerras de “escorpiones” entre los partidarios del chavismo para dividirlos y reinar.
No se pudo y todavía queda mucho por investigar sobre el masivo ataque informático contra el Consejo Nacional Electoral, y otras oficinas gubernamentales, incluyendo el hackeo de varias cuentas, como las del propio presidente Maduro. Hubo daños y alteraciones, que aún no se han podido evaluar, pero es necesario investigar a fondo por las implicancias que pudo haber en el propio proceso, dado el poder tecnológico de EE.UU.
La rápida movilidad de los gobiernos de UNASUR para reconocer a Maduro, cuyo triunfo fue sustentado por los observadores internacionales, hicieron retroceder a la Organización de Estados Americanos (OEA) en su intento de desconocerlo bajo la presión de Estados Unidos.
Más allá de previsibles desgastes, de burocratismos denunciados por el propio Chávez, y de la brutal campaña opositora del golpismo y el miedo, Maduro no solo venció a Capriles y con él al conjunto de todos los partidos políticos de Venezuela, (derechas y sectores de izquierda decadentes), sino a Estados Unidos, la mayor potencia en la historia, en el preciso momento en que esta avanza en el control del mundo con aggiornadas doctrinas de expansión colonial y una renovada contrainsurgencia.
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