Norelys Morales Aguilera- Uno de cada siete estadounidenses vive por debajo del umbral de la pobreza, lo que supone algo más de un 14% de la población total (305 millones), según cifras del censo de 2009 que se acaban de hacer públicas.
El nivel es sorprendente en el país que se presenta como el más rico y mejor para vivir. No se conocía desde el año 1965, cuando decía Lyndon B. Johnson que le había declarado la guerra a la pobreza. Hubiese sido la única guerra digna de ser ganada, pero también la han perdido.
"La acción más importante contra la pobreza es conseguir que la economía crezca y garantizar que haya suficientes empleos", declaró Barack Obama hace unos días en conferencia de prensa en la Casa Blanca. El gobernante subrayó su compromiso de ayudar a que los pobres alcancen la categoría de clase media y afirmó: "Si podemos hacer que la economía crezca a un ritmo más rápido y crear más empleos, abandonaremos un terrible círculo vicioso".
Los nuevos datos cubren el primer año de Obama en el poder, cuando el desempleo alcanzó cifras récord del 10% en los meses posteriores a la peor crisis económica vivida en EE UU desde los años de la Gran Depresión.
El sueño de clase media a mediano o largo plazo podría ser frustrante. En el informe de la oficina del Censo de 2008 se indicó que un tercio de los pobres son niños y que éstos son justamente hijos de afro-americanos, hispanos u otros inmigrantes.
La tasa de pobreza infantil alcanzaba el 17,6%, o 12,9 millones de niños. De los cuales, el 28,3% pertenece a los hispanos, el 34,5% a los afro-americanos y un 10% a los blancos estadounidenses. La pobreza en Estados Unidos está enmascarada, pero está.
Las estadísticas que arroja la oficina del Censo en 2010 califican como sombrías: más de 50 millones de personas carecen en EEUU de cobertura médica.
Para saber si Obama cumple alguna de sus promesas pre electorales, el Senado de Estados Unidos, aún dominado por los demócratas, tendrá una ocasión única esta semana. Si aprueba el Dream Act, una medida que daría un camino hacia la nacionalidad para los niños y jóvenes que ingresaron de manera ilegal a Estados Unidos, podría otorgar una vida digna a personas que, abandonando su país de origen, optaron por ejercer sus saberes en territorio estadounidense.
Sería un primer paso pequeño pero fundamental para dignificar la compleja experiencia de los migrantes indocumentados. Por otro lado, negarse a aprobar la medida sería una contribución nada desdeñable a la xenofobia en el país que se precia propagandísticamente de su inmigración. [Con información de Agencias]
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