Atilio A. Boron
Con tal de crear las condiciones para producir un “golpe de estado institucional” como el que derrocara a Mel Zelaya en Honduras, el Congreso paraguayo parece dispuesto a convertirse en el hazmerreír de América al responsabilizar al Ministro de Defensa Luis Bareiro Spaini por la desaparición de ¡tres fusiles en el cuartel del Comando de Estado Mayor del Ejército en Campo Grande! La acusación y el eventual juicio político, que tendrá que ser aprobado por la Cámara de Senadores donde ya fue girado, ignora olímpicamente algo que los señores diputados deberían saber: en Paraguay el Ministro de Defensa no tiene mando de tropa, de modo que no tiene injerencia alguna en los cuarteles o destacamentos militares. Lo que en ellos ocurra es algo que excede sus atribuciones.
Pero esta nimiedad no disuadió a los conspiradores que necesitan valerse de cualquier pretexto para despojar al Presidente Fernando Lugo de uno de sus más leales colaboradores y, de ese modo, abrir la puerta para declarar su inhabilitación y, en caso de que el ex -obispo católico se resistiera, apelar a las fuerzas armadas para hacer cumplir la resolución del Congreso y rematar su ofensiva destituyente . En otras palabras, re-editar el libreto preparado por Washington y exitosamente aplicado en Tegucigalpa y dar un paso más en la “normalización” de la situación política en las díscolas comarcas al Sur del Río Grande.
Pese a las incoherencias y vacilaciones de la gestión del Presidente Lugo, su sola presencia producto de una inédita movilización popular en repudio al sofocante legado del strossnismo- es un inaceptable estorbo para los designios estadounidenses en la región. Si bien hasta el momento Lugo se ha cuidado de mantener muy cordiales relaciones con la Casa Blanca y consentido el irritante protagonismo de la Embajada en los asuntos internos del Paraguay, un amplio espectro del establishment norteamericano lo percibe con mucha aprensión y lo sataniza como el peligroso bienhechor que, a pesar suyo, puede convertirse en el catalizador de procesos políticos mucho más radicales, al estilo de los que existen en la vecina Bolivia o en el más lejano Ecuador.
En las afiebradas alucinaciones de los halcones del Pentágono y el Departamento de Estado, Lugo aparece como una suerte de Kerensky tropical que al igual que su predecesor ruso terminará abriendo la puerta a una insurgencia plebeya de incalculables proyecciones y grávida de serias repercusiones en la geopolítica regional. Esto es así porque Paraguay ocupa un lugar privilegiado para cerrar, desde el Sur, el anillo de bases militares que rodea la gran cuenca amazónica, fuente de toda clase de recursos energéticos, biodiversidad, minerales estratégicos y agua, sobre todo agua. Esa es la razón por la que aprovechando la increíble distracción de la cancillería y el alto mando militar brasileño, dos bases ya se han instalado en ese país, en Pedro Juan Caballero y en Mariscal Estigarribia. Si algo sobra en Paraguay es agua, el “oro azul” cada vez más escaso y que según los expertos será causante de las principales guerras que habrán de librarse en el presente siglo. Y no sólo el agua que fluye por la superficie sino también el que lo hace bajo tierra, en el imponente acuífero Guaraní.
Si a esto se le suman las buenas relaciones que Lugo mantiene con Chávez, Morales y Correa; el papel de algunos proyectos conjuntos de cooperación internacional que irritan de sobremanera al imperio, como por ejemplo el ALBA Cultural, o el intercambio de petróleo por alimentos entre PDVSA y el Paraguay; su colaboración con otros gobiernos progresistas de la región y su apoyo a la Unasur, se comprende la urgencia de Washington y sus peones narcofascistas paraguayos en desprenderse cuanto antes de su indeseable presencia.
El eventual juicio político a Bareiro Spaini será la antesala de la destitución de Lugo. Por eso es necesario unir fuerzas en toda América Latina para frustrar los planes golpistas del imperialismo y sus aliados. Si el modelo destituyente instalado en Honduras se reitera una vez más, el futuro de los gobiernos democráticos y populares de la región se verá muy seriamente comprometido. Destituir a Lugo, aún con las argucias leguleyas con que se lo intentará, es un ataque no sólo al pueblo paraguayo que lo eligió como presidente sino a todos los gobiernos de la región, cuya activa solidaridad con el Paraguay es hoy más urgente que nunca.
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