De 192 países que integran la ONU, sólo la república de Palau y el Estado terrorista de Israel votaron a favor del bloqueo yanqui contra Cuba en la última reunión de la Asamblea General. Dos abstenciones: Islas Marshall (52 mil habitantes) y la Federación de Micronesia (108 mil), archipiélagos independientes del Pacífico que al igual que Palau (20 mil) son candidatos a que el cambio climático de la Tierra los hunda en el mar.
Por décima octava ocasión consecutiva la votación develó que la humanidad no está dispuesta a ser borrega de la comunidad internacional. O sea, de Washington y Tel Aviv. En consecuencia, la pregunta de rigor gira en torno a la existencia de posibilidades reales para el cese de las políticas imperiales que someten a los pueblos independientes por el hambre.
El escritor portugués José Saramago se equivoca cuando despotrica contra la Biblia. Aunque algo de razón le va si se considera que las doctrinas geopolíticas de Estados Unidos e Israel se rigen por bendiciones y maldiciones. Segunda naturaleza que, en jerga aristotélica, respondería a una suerte de “ethos constitucional”. Pues si Cuba y Palestina arriasen mañana sus banderas, igual tendrían que pagar por sus pecados.
John Adams, padre fundador de la democracia esclavista y segundo presidente de Estados Unidos, planteó en junio de 1783 que las islas del Caribe constituían “… apéndices naturales del continente americano”. Cuatro años después, otro padre fundador, Alexander Hamilton, recomendó “la creación de un imperio continental americano que incorpore a la unión los demás territorios de América…”
En 1805, el senador J.C. Brackenridge manifestó en un pleno del Congreso: “… tenemos reclamaciones que presentar a España, referentes a territorios al oeste del río Norte o Bravo (léase, Texas) y mejor todavía al este… si con una mano impulsamos fuertemente estas reclamaciones, y con la otra ofrecemos un precio, seguramente obtendremos las Floridas; todo a su tiempo”. Thomas Jefferson, sucesor de Adams, manifestó en una nota enviada al embajador inglés en Washington: “… en caso de guerra entre Inglaterra y España, los Estados Unidos se apoderarían de Cuba por necesidades estratégicas para la defensa de Louisiana y de la Florida”.
La revolución liberal en España impidió la venta de Cuba, así como Francia lo hizo con Louisiana, que entonces llegaba hasta Canadá. Pero en 1823, el filósofo esclavista John C. Calhoun, líder de Carolina del Sur que sería vicepresidente de John Quincy Adams y Andrew Jackson, defendió la anexión: Confieso francamente haber sido siempre de la opinión que Cuba sería la adición más interesante que pudiera hacerse a nuestro sistema de Estados (llenando) por completo la medida de nuestro bienestar político.
En abril de 1823 nació la teoría de la fruta madura, explicada al presidente James Monroe por el secretario de Estado John Quincy Adams: “… hay leyes de gravitación política, como las hay de gravitación física. Así como una fruta separada de su árbol por la fuerza del viento no puede, aunque quiera, dejar de caer en el suelo, así Cuba, una vez separada de España y rota la conexión artificial que la liga con ella, e incapaz de sostenerse por sí sola, tiene que gravitar, necesariamente, hacia la Unión Norteamericana, y hacia ella exclusivamente, mientras que a la Unión misma, en virtud de la propia ley, le será imposible dejar de admitirla en su seno”.
Historia metapolítica, grandes relatos, dirán algunos. Quizá. ¿Pero cuán ajeno al mensaje bíblico-newtoniano de los padres fundadores estaba el simpatiquísimo John Kennedy, cuando decretó el bloqueo a Cuba en febrero de 1962? ¿Y cuánto de mitología político-religiosa subyace en el buenazo y contradictorio Barack Obama, frente a un engendro guerrerista pensado cuando el flamante premio Nobel de la Paz daba sus primeros pasos en las playas de Hawai?
Más allá de la mafia de Miami, más allá de los 100 mil millones de dólares que Cuba ha perdido desde 1962, más allá, inclusive, de lo que pase después de Fidel, el bloqueo tiene rostro. Niños como Osdenis Díaz (30 meses de nacido), Lesnier Ramírez (nueve meses), Leidy Reyes (dos años), José Luis Sanamé (13 años), Yumary Rodríguez (12 años), Pedro P. Valle (cuatro años), Osniel Pérez (cinco años) y Roilán Martínez (tres años) debieron sufrir operaciones de corazón abierto, pues se le prohíbe a Cuba la compra de catéteres, coils, guías, stents, y otros dispositivos que fabrican empresas estadunidenses para cardiopatías congénitas complejas.
En su resistencia de medio siglo al bloqueo económico, financiero y comercial, Cuba cuenta con formidables realizaciones y experiencias. Sin embargo, los fundamentalistas de Washington no levantarán el bloqueo. Su Dios les ha dicho que gracias al ejemplo de la revolución, los pueblos de América Latina han entendido la importancia de resistir, y que la teoría de la fruta madura no sólo iba con dedicación a Cuba.
José Steinsleger
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