Marta Dillon / Resumen Latinoamericano.─ No hay mejor felicidad que la que se comparte y este primer lunes del resto de nuestra vida política la felicidad colectiva se siente como corrientes de aire cálido, como cosquillas en el vientre, como una ganas de llorar de alegría y abrazarte a todas las personas que querés y a las que reconocés en la calle porque llevan esa sonrisa dibujada que sólo se consigue después de un polvo enamorado o después de sentir que el poder de transformar el escenario político y también la vida cotidiana está en nuestras manos. En las manos de quienes tenemos nombres olvidables, de quienes hacemos cuentas todo el día para sobrevivir, de quienes nos reconocemos pueblo y no “gente”.
