El domingo 11 de julio de 2021 Cuba estuvo en los titulares de buena parte de los medios de comunicación del mundo. Estallido social, revuelta antigubernamental, manifestaciones contra el sistema: fueron algunos de los términos que se utilizaron para describir los hechos. En varias ciudades del país, casi al unísono (lo que más que de espontaneidad, como sostienen algunos, habla de articulación premeditada) cientos de personas, miles en algunos lugares, salieron a las calles a manifestarse ante los rigores de la crisis. Pero lo que pudiera parecer una protesta legítima devino acción desestabilizadora, violenta, vandálica.
Hay que insistir: puede que una parte de los que se manifestaron lo hicieran a partir del agobio de una crisis económica ahondada por el impacto de una pandemia y el efecto indudable de las sanciones impuestas por los Estados Unidos. Eso lo han reconocido las propias autoridades. Pero algo resulta evidente: el interés de los organizadores y de los que los auspiciaron iban mucho más allá de una simple protesta: querían derrocar un gobierno, ponerlo contra las cuerdas, forzarlo a tomar medidas represivas para dejarlo en evidencia ante la comunidad internacional.
Fue un guion bien escrito. Enseguida afloró una narrativa: las fuerzas del orden reprimieron violentamente al pueblo indefenso y pacífico. Se ignoraron con toda intención los ataques a policías e instituciones, la irrupción y robos en centros comerciales, la violencia de muchos de los protagonistas...
En los espacios informativos de muchos medios de comunicación internacionales, y en los libelos de la "oposición" interna, se habló de "respuesta desproporcionada" de las fuerzas policiales ante la "resistencia pacífica de un pueblo".
Llama la atención también la utilización de ese término: pueblo. Era como si toda la ciudadanía apoyara las protestas: un país entero contra el gobierno, contra un sistema. Llama la atención que los ciudadanos que acudieron espontáneamente, o ante el llamado del presidente de la República, a defender en las calles a la Revolución (miles también, en todo el país) no fueran considerados parte de ese pueblo. Para ciertos "observadores imparciales" eran agentes gubernamentales, tropas de represión... y estaban tan bien infiltrados que reputados periódicos internacionales los confundieron con los manifestantes "pacíficos" contra el gobierno.
El doble rasero. Abundan las escenas de abusos policiales contra manifestantes en el mundo, abundan las 'respuestas desproporcionadas' en muchos países. En algunos lugares, de hecho, son tan habituales que prácticamente se han naturalizado. Y los medios no suelen cuestionar la legitimidad de una respuesta policial ante hechos de violencia (o incluso, cuando no ha mediado la violencia en la manifestación puntual). Pero la imagen que se presentó de Cuba fue la del imperio de la represión sanguinaria... aunque no salieran los tanques a la calle, aunque no hubiera masacres, aunque no se instaurara una ola de terror.
Eso es lo que pretendían algunos... muchas veces instalados en la comodidad de sus casas, muchas veces en el extranjero, lejos del escenario de los hechos. Ciertos sectores alientan el enfrentamiento entre cubanos, lo conciben como parte de una estrategia. Echan leña al fuego.
Pero vencieron la prudencia y la legalidad.
Las autoridades actuaron en el marco de la ley. Las irregularidades puntuales en el comportamiento policial fueron investigadas. No hubo, como se especuló, desaparecidos ni ejecuciones. Se identificaron individuos responsables de hechos delictivos, perfectamente probados, y se pusieron a disposición de los tribunales, ofreciendo todas las garantías. Se analizó caso por caso. Se impusieron las correspondientes sanciones.
Es lo que se supone que suceda en cualquier país del mundo. Pero en Cuba, cuando sucede, es medido por otra vara. Una vez más la maquinaria mediática sobredimensionó el hecho noticioso, una vez más los comentaristas señalaron supuestas irregularidades. Las campañas contra Cuba están articuladas desde la lógica de la guerra no convencional.
Muchos de los que acusan deberían atender sus propias demandas. ¿Con qué moral juzga y condena, por ejemplo, el gobierno de los Estados Unidos? Sus fuerzas policiales no tienen precisamente un historial limpio: constantemente se denuncian abusos y violaciones de la ley. Y suceden en el país que se autoproclama paladín universal de los derechos humanos.
A un año de los hechos del 11 de julio, la maquinaria del odio y la confrontación redobla sus empeños. Las redes sociales son el ámbito idóneo para los llamamientos a la desobediencia, para la provocación grosera. Se pretende atentar contra la paz ciudadana, en momentos particularmente difíciles para el país.
Por supuesto que se enfrenta una crisis, por supuesto que hay insatisfacciones, por supuesto que la ciudadanía tiene derecho a pronunciarse al respecto. El gobierno tiene la responsabilidad de atender esas demandas. Y se trabaja, con rigor y en medio de carencias.
Pero Cuba no es el estado fallido que han querido presentar. Hay una Cuba que no suele aparecer en las portadas internacionales: el país que enfrentó con eficiencia la pandemia, que produjo sus propias vacunas, que está en la vanguardia en la aplicación de dosis de refuerzo a su población. El país que ha mantenido, contra todas las presiones, sus servicios básicos, que apuesta por una distribución equitativa de los pocos recursos. La Cuba que resiste. La Cuba que crea.
Al derecho de consolidar una sociedad independiente, próspera y sustentable, se opone la prepotencia y la soberbia de los que odian. No buscan el diálogo. La suya es la política del chantaje.
Este 11 de julio, como dijera en el Consejo Nacional de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba el presidente de la República Miguel Díaz-Canel, Cuba celebrará el triunfo de la Revolución y el socialismo ante el intento de un golpe de Estado vandálico. No es el triunfo de un gobierno. Es el triunfo de un pueblo.
Editorial CubaSí.cu
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