Marcelo Colussi.─ (...) El único bastión que reivindica claramente el socialismo y se mantiene como país socialista con innumerables logros a la vista es Cuba. De más está enumerarlos aquí, porque no es ese el sentido del presente escrito. Solo a título de ejemplo demostrativo: más allá de todas las insolentes críticas que la derecha hace de continuo, la isla es la única nación de toda Latinoamérica libre de desnutrición infantil y de analfabetismo, presentando índices de desarrollo humano similares (o superiores) a muchas de las potencias capitalistas. “Hay 200 millones de niños de la calle en el mundo”, pudo decir orgulloso Fidel Castro: “Ninguno de ellos vive en Cuba”.
¿Por qué, mientras los progresismos de América Latina caen o languidecen, o se transforman en experiencias impresentables, como Nicaragua, Cuba se mantiene firme? Por dos motivos: 1) tiene una población realmente socialista, y 2) tiene unas fuerzas armadas realmente alineadas con la revolución.
He ahí los dos elementos vitales, básicos, indispensables para construir el socialismo. O, si se quiere, para transformar efectivamente una sociedad capitalista. He ahí, entonces, el mensaje que todas las fuerzas de izquierda deben visualizar y valorar en profundidad. Si no se dan, no es posible mantener efectivamente un proceso de transformación real, de beneficio efectivo y sostenible para la población. Es, como dijera Rosa Luxemburgo analizando la revolución bolchevique de 1917: “No se puede mantener el “justo medio” en ninguna revolución. La ley de su naturaleza exige una decisión rápida: o la locomotora avanza a todo vapor hasta la cima de la montaña de la historia, o cae arrastrada por su propio peso nuevamente al punto de partida. Y arrollará en su caída a aquellos que quieren, con sus débiles fuerzas, mantenerla a mitad de camino, arrojándolos al abismo”.
En otros términos: los procesos a medias, reformistas, que tocan lo superficial pero no cambian la raíz del asunto, están condenados al fracaso. La experiencia lo demuestra. ¿Qué es el socialismo? El producto de una transformación radical que tiene como presupuesto a la gente, la población de a pie, el pobrerío en su conjunto (trabajadores varios, obreros, campesinos, amas de casa, estudiantes, desocupados, intelectuales y artistas comprometidos con el proceso de cambio) “haciendo fuerza” en la calle. O, lo que podría decirse de otro modo: poder popular, real y efectivo poder popular, emanado de la gente de carne y hueso, y no de acuerdos cupulares, de “buenas intenciones” de autoridades con mayor o menor dosis de mesianismo.
Ningún proceso popular de cambio puede darse sin la población. Por eso, los progresismos que aparecen como producto de una elección en los marcos de la democracia fijada por el sistema capitalista no pueden ir más allá. Guatemala en los años 1940/50 con un interesante proceso nacionalista modernizador, Chile en la década de 1970 con importantes avances político-sociales hacia la izquierda, cuando intentaron tensar/romper el marco capitalista en que se movían, aún con grandes avances sociales para sus respectivas clases trabajadoras, fueron detenidos sangrientamente (cruentos golpes de Estado al viejo estilo, con tanques de guerra, muertos y mucha sangre). Otro tanto puede decirse del MAS en Bolivia actualmente (con un golpe de Estado con técnicas más sofisticadas, pero que no deja de apelar a la fuerza bruta cuando las clases dominantes y el imperialismo lo necesitan). Si no se cuenta con la fuerza de las armas, no es posible el cambio. “El poder nace del fusil”, expresó acertadamente Mao Tse Tung. La experiencia lo evidencia.
Y si el cambio se da, no se puede mantener si no es con ambas cosas mencionadas: con unas fuerzas armadas realmente alineadas con la revolución, como pasa en Venezuela y en Cuba, y con una población efectivamente preparada en la ética socialista (como solo Cuba la tiene). Por eso, el único país que combina ambos factores es Cuba; de ahí que puede seguir victorioso.
Prepararse para el socialismo significa impulsar una fuerte, muy fuerte concientización ideológico-cultural novedosa, que rompa los esquemas capitalistas (consumistas, individualistas, no-solidarios, entronizadores de la banalidad). Es fomentar nuevos valores, una nueva ética, una nueva manera de entender y construir el mundo. Ningún progresismo de los que se han visto estos últimos años puso especial énfasis en eso: sin tocar hondamente la efectiva propiedad de los medios de producción, se siguió apelando al consumismo, no se atacó en profundidad todo el legado histórico de una ideología individualista y patriarcal (en Venezuela todavía se ponderan las Miss Universo, por ejemplo, o se vanagloria la renta petrolera; o en Argentina el próximo mandatario Alberto Fernández pide no salir a la calle a manifestar (¿el voto alcanza para la protesta?), mientras Juan Domingo Perón, figura intocable del progresismo del país, pedía en su momento ir “De la casa al trabajo y del trabajo a su casa”).
¿Por qué Cuba, pese a décadas de agresiones infinitas y bloqueo inmisericorde, se mantiene y su población realmente obtiene beneficios del socialismo? Porque se cumplen ambas condiciones: defensa del proceso asegurada con las armas (fuerzas armadas y población en su conjunto) y ética revolucionaria con población siempre movilizada en todo sentido. Si no, la caída de las experiencias reformadoras está asegurada.
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