Rafael Plá León*.─ El Presidente Donald Trump dilató con no cierta espectacularidad el anuncio de su posición hacia Cuba. No hubo sorpresas para aquel que no se engaña con un sistema, con un país, EE.UU., que vuelve a ser el que ha sido siempre. ¿Se puede esperar buen juicio de un gobierno suicida que da la espalda a un problema tan agudo y que afecta a todos como el del cambio climático? ¿Qué le puede interesar a Trump la relación con un minúsculo país tercermundista que cometió hace más de medio siglo uno de los “crímenes” que no se le debe permitir a ningún país dependiente, el de la rebelión contra un orden injusto, el de conquistar la soberanía a expensas de los privilegios de la potencia expoliadora?
Trump no ha hecho más que poner las cosas en su lugar. Con Barack Obama vivimos un espejismo. Cierto es que la decisión de esa administración estaba a tono con los tiempos y con la historia. Habían pasado los tiempos de la Guerra Fría, pero habían pasado porque el socialismo resultó derrotado en Europa. En Cuba, donde eso no ocurrió, no tenía el imperio por qué aflojar las cuerdas con que piensa que tiene atado al país.
EE.UU. es un país imperialista. Su libertad se basa en negar la de otros. No es Cuba la única nación víctima de su política. Incluso, no es la más afectada. Otros han tenido que sufrir guerras absurdas, alentadas por pretextos ridículos que construyen libremente, apoyándose en un país donde los medios están al servicio del gobierno imperial, que pasan por encima del derecho de su pueblo a la información veraz.
Poner las cosas en su lugar tiene algo favorable. Todavía nos debatíamos en Cuba acerca de cómo enfrentar el peligro de tener de visita en nuestro país a ese sector del pueblo americano que se conoce como el “americano feo”, como nos alertaba Desiderio Navarro en la Universidad Central "Marta Abreu" de Las Villas unos meses atrás. Ni siquiera preocupaba la posibilidad de infiltración de agentes de la CIA, la cual fue tantas veces derrotada por el "G-2" cubano. La “infiltración” verdaderamente preocupante es la de esos “embajadores” del pueblo norteamericano que, haciendo alarde de su dinero exuberante, pasan por encima de valores, de decencia, de respeto.
Probablemente el “americano feo” estaba en la mente de quienes del lado imperial concibieron el restablecimiento de las relaciones con Cuba, como reserva para dar el golpe de gracia al gobierno “comunista”. Cuba había resistido el bloqueo, la agresión militar y el cerco diplomático. Habría que ver cómo resistiría el asedio del dinero y la libre circulación entre su misma población, que ya acusaba el flagelo de cierta desigualdad, cosa que en Cuba sí despierta rechazo popular.
Y, es que en ningún momento el gobierno de Barak Obama prometió a Cuba un respeto total a su soberanía. No dejó de precisar que el restablecimiento de las relaciones se proponía cambiar de método para lograr los mismos objetivos de la política imperial: revertir el sistema político que se había instaurado en Cuba, que está muy lejos de ser comunista (más comunismo tiene cualquier país desarrollado de Europa e, incluso, EE.UU.). Pero lo cierto es que el sistema cubano no se rige por lo que dicte EE.UU., ni las conversaciones caminaban por un camino de sumisión de Cuba a los dictados de ese imperio.
No es tanto el problema en Cuba, sino que si EE.UU. le acepta a Cuba su voluntad, ¿por qué no aceptar la de otros países? ¿Qué clase de imperio es ese que comparte democráticamente sus decisiones con los demás pueblos? La política de fuerza es la clave en un mundo de desigualdades y eso lo sabe cualquier político burgués.
El pueblo cubano pudo apreciar en estos casi tres años de “experimento” de relaciones con EE.UU. que el obstáculo a estas no era el gobierno de la Isla. Los pasos que se dieron ampliaron el espacio de libertad del pueblo cubano para desarrollar su vida cotidiana. Aún a expensas de afectar sensiblemente ciertos sectores desfavorecidos en esa relación (la salud y la educación conducidas por el Estado, por ejemplo). De la parte cubana se fueron desmontando medidas que, sí daban la apariencia de estar tomadas en contra de los deseos del pueblo cubano, mientras que de la otra parte lo fundamental quedó en pie.
La Revolución cubana ocurrió, como ocurrieron todas las revoluciones socialistas en el mundo del siglo XX, porque el sistema capitalista imperante no daba posibilidades reales de un desarrollo armónico para los pueblos que habían “llegado tarde” al reparto del botín, de la riqueza material que acumula este pequeño mundo que es la Tierra. El capitalismo solo juega con esas oportunidades, ofreciéndosela a todos, pero garantizándosela a muy pocos. Y se las agencia con sus medios espirituales para su bendición oportuna. Cuando el individuo se mira a sí mismo como individuo, saca sus cuentas y arriesga el futuro. Si le sale bien un año, derrocha; si le sale bien diez años, se confía. Solo cuando la crisis, que de vez en vez visita al capitalismo, le toca a sus puertas, es que se apercibe de que las cuentas no dan. Y si esto le llega a la hora de entrar en la vejez, puede darse el individuo por muerto.
La otra lógica, la del socialismo, es también arriesgada. Sobre todo porque desafía los intereses de los más poderosos. Porque ellos saben que si triunfa el socialismo no queda lugar para privilegios exclusivos, que si hay lugar para lujos, estos deben ser para espacios colectivos, para el disfrute común entre iguales, para el descanso de los trabajadores (no voy a ignorar que hay otro problema en el socialismo que es el de los privilegios de la burocracia, pero ese no es más que una variante específica de la misma lógica del capitalismo dentro del socialismo).
No sé si saben, pero el hecho de que desaparezca el lujo tiene que ver también con una distribución más realista de los recursos que posibilite el financiamiento de sectores claves para una calidad de vida general de la población como son la salud y la educación. Solo cuando el individuo se comienza a identificar con la colectividad es que desaparece el deseo de un disfrute particular y aparece el placer de compartir entre iguales lo poco o lo mucho que se tenga.
Este y no otro es el dilema del siglo XX: o se dedican las facilidades financieras a los lujos y privilegios de la burguesía o se destinan a la satisfacción de las necesidades de los pueblos para una vida más plena para todos. Esta contradicción va permeando todas las relaciones sociales y se cuela por todos los poros espirituales de la sociedad, afectando la ideología y la política de masas enteras de gente.
Es posible que en medio de esta confrontación aparezca entre los que no resistan el forcejeo la aspiración a encontrar una “tercera vía” una opción media entre los extremos. En momentos de cansancio político cobra fuerza el “tercerismo” o “centrismo” como ilusión de solución del conflicto. Acontecimientos como el de este 16 de junio en Miami, el pronunciamiento del Presidente de los Estados Unidos de América acerca del endurecimiento de su política hacia Cuba deja fuera de lugar las ilusiones terceristas en la política. Hoy de nuevo, como antes, hay que estar o con la Revolución o con el Imperio, o apostando por la felicidad compartida u optando por las salidas individuales del sálvese quien pueda.
Si esta opción lleva a un recrudecimiento de la violencia no es culpa del pueblo que opta por su felicidad colectiva, sino que se la impone el sistema burgués de salida individual para la riqueza material. En este punto sería cobarde abandonar la lucha por temor a perderlo todo. Confiamos en que el gobierno que apostó por el socialismo sepa conducir con inteligencia, como hasta ahora, la confrontación para incorporar a Donald Trump a la ya considerable lista de presidentes norteamericanos fracasados en el intento de ahogar la Revolución cubana. El pueblo, si se le juega limpio, resistirá.
*Doctor en Filosofía, profesor de la Universidad Central de Las Villas en Santa Clara, Cuba.
Publicado por Cortesía del autor para el blog Isla Mía.
1 comentario:
Muy bueno, Doctor Pla.
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