Trump sufre una humillación de proporciones presidenciales

La retirada del proyecto, ─ para sustituir la ley de salud de Barack Obama ─ aunque al final no se votara, es la derrota más humillante para Trump desde su llegada a la Casa Blanca. No es la primera, pero sí la que deja en evidencia lo difícil que va a tener aprobar un texto legislativo que no sea un decreto presidencial. Su veto inmigratorio fue bloqueado por la justicia. La segunda versión de ese veto ha vuelto a ser anulada por dos jueces federales. Tuvo que prescindir de su consejero de Seguridad Nacional, Michael Flynn. No ha conseguido eliminar del debate político el asunto de la interferencia rusa en la campaña electoral ni las relaciones de gente de su entorno con Rusia.

Todo eso ha reducido su popularidad, pero él cree que tiene armas para contrarrestarlo (por ejemplo, su cuenta de Twitter) y le es útil para sostener que hay una conspiración de políticos y medios de comunicación decidida a impedir que cumpla su programa electoral.

El fracaso de la contrarreforma sanitaria es mucho más grave. Permite confirmar que ni siquiera con una mayoría republicana en ambas Cámaras puede cumplir lo que prometió una y otra vez en la campaña. Demuestra que es incapaz de levantar las coaliciones necesarias dentro de su propio partido –por no hablar de sus rivales demócratas– para aprobar leyes. Queda claro que no tiene autoridad sobre los mismos congresistas republicanos que celebraron su victoria. Ha demostrado que puede ganar elecciones, pero que aún no sabe gobernar.

La constante retórica de Trump sobre su supuesta fama de conseguir victorias en todo lo que se propone, con el correspondiente desprecio por los “perdedores”, queda ahora borrada por la realidad. Construir leyes en EEUU es más difícil que construir rascacielos.

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