Natasha Vázquez.-- Han pasado 34 años, pero Arnaldo Tamayo Méndez aún sueña con la imagen de Cuba desde el cosmos. Lo ha contado varias veces, entre ellas al diario Juventud Rebelde en el 2010. “Ahora mismo la estoy viendo como entonces, una vez de día, dos de noche, pero igual de hermosa, distante y muy cerca a la vez, porque yo sentía que iba conmigo, que todos estaban conmigo”, aseguró. “Es algo indescriptible, y sin importar el tiempo sigo viendo y sintiendo exactamente lo mismo”.
No podía ser de otra manera, para alguien que por estos días de septiembre de 1980 no solo se convertía en el primer cosmonauta cubano, sino además en el primer negro y el primer latinoamericano e hispanohablante en llegar al espacio.
Junto al piloto-cosmonauta ruso Yuri Romanenko, despegó a bordo de la nave Soyuz 38 desde el cosmódromo de Baikonur, hacia el complejo orbital Saliut 6.
Ocho días en el cosmos según horario de Moscú –de ellos tres le tomó a su cuerpo adaptarse a la ingravidez– en los que completaron 128 órbitas circunterrestres.
Pero en la Estacion Orbital, las noches duraban aproximadamente 37 minutos y el día, unos 45. Un paraíso para el Principito de Saint Exupery y sus amadas puestas de sol, aunque Tamayo prefería el momento del alba.
“Recuerdo cada detalle. Dormí poco, quería verlo todo y el escaso tiempo que me dejaban los experimentos lo empleaba en observar a nuestro planeta. ¡Cuánta maravilla! El amanecer, por ejemplo, es un instante mágico, el Sol asomando siempre en compañía de un arcoíris perfecto”, contó décadas después.
Es que, aunque parezca un viaje placentero, lo cierto es que los cosmonautas deben cumplir un apretado programa de trabajo. Más de 20 experimentos médico-biológicos, físico-técnicos y de teledetección de recursos naturales fueron realizados en esos días. Parte de ellos preparados por la Academia de Ciencias de Cuba, como el cultivo de los primeros monocristales orgánicos en microgravedad, utilizando azúcar cubano o la exploración de la isla desde el espacio en búsqueda de minerales y posibles yacimientos petrolíferos.
“Algunos eran relativamente fáciles y hasta gratos, como Soporte, una especie de sandalias diseñadas para su uso en condiciones de ingravidez y que te devuelven la sensación de tener piernas y de ejercer presión con los pies, y otros bastante incómodos, como Cortex, porque aquel casco para realizar el primer electroencefalograma a humanos en el cosmos tenía unos receptores como pinchos”, rememoró Tamayo.
El resto del tiempo, las rutinas se parecían a las de cualquier día terrestre, con comidas a sus horas, algo de ejercicio y hasta afeitado incluido.
Una de las experiencias que vivió el astronauta cubano fue que creció centímetro y medio –en apenas una semana–, debido a la ingravidez, “un proceso normal, pero doloroso”, recuerda.
Por muy emocionante que sea el cosmos, Tamayo guarda entre sus tesoros más preciados el regreso a la patria, donde le esperaban millones de cubanos. Junto a Romanenko, fueron los primeros en recibir el título de Héroe de la República de Cuba, un honor que jamás habría imaginado el niño “Arnaldito” cuando limpiaba botas o aprendía carpintería en su natal Guantánamo.
“Yo viajé, pero miles de cubanos y soviéticos trabajaron duro para hacer posible ese viaje. No olvido eso, como tampoco al Tamayo de los primeros 16 años”, dijo.
“A menudo sueño con el cosmos y el aire, e igual despierto hago mi vuelo mental a cada rato”. A sus muy bien conservados 72 años, Tamayo sigue volando, pero con los pies en suelo firme, en este planeta que considera su mejor nave espacial.
“Tuve el privilegio de visitar el espacio y observar la Tierra, y estoy convencido de que cuanto hagamos (por conservarla) será siempre poco”, dijo este hombre, padre de cinco hijos, defensor de causas ecologistas, general de brigada y presidente de la Asociación de Amistad Cuba-Rusia.
“Soy un hombre feliz y afortunado”, aseguró, y su amplia sonrisa de siempre le da la razón./RIA NOVOSTI
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