Raúl Garcés*.- 1. La prensa y el socialismo. ¿Alguien sabe cómo se construye el socialismo? Y por extensión, ¿sobre qué pilares debiera erigirse la prensa socialista? Lo mejor que tiene formularnos esas preguntas hoy es que,
por lo menos, ya sabemos que no hay respuestas únicas y cerradas. El
llamado socialismo real pretendió levantarse sobre “leyes objetivas”,
normas aparentemente inviolables y manuales que presumían de preverlo
todo.
Al socialismo en el siglo XXI, en cambio, no le ha quedado más
remedio que establecerse sobre la falta de certezas y proponerse, en
consecuencia, construirlas colectivamente. La prensa socialista
tiene el desafío de arropar con ideas la nueva época, interpretar
creativamente el discurso político, alimentarlo con argumentos,
demostraciones, ejemplos concretos y un permanente debate público.
Si lo anterior es válido para la experiencia latinoamericana, lo es también –y especialmente ahora– para Cuba. La dirección de la Revolución
nos ha subido la parada con el rumbo de un socialismo próspero y
sostenible. A pesar de los bloqueos y las adversidades de las últimas
décadas, Cuba apuesta a una práctica socialista que sea fuente de
felicidad, de vida digna, de realización personal y tranquilidad
económica, de articulación entre el proyecto personal y las metas
generales de la sociedad. Pero, ¿creemos acaso que esos significados se
comprenden, procesan y comparten por igual en la cabeza de todos los
cubanos? ¿Cómo haremos para comunicarlos eficientemente? ¿Cómo les
daremos sentido y los convertiremos en hechos que se toquen, historias
que se vivan, caminos que se intuyan?
¿Cuánta importancia tiene para la batalla política del país no solo
trabajar el ámbito de la realidad, sino también el de las percepciones?
¿Cómo complementaremos, en suma, la actualización del modelo con una
percepción renovada en torno a todo lo que se está actualizando?
2. La prensa y la realidad. Parte de la opinión pública nos acusa de mirar el mundo con el mismo catalejo de la canción de Buena Fe:
somos eficientes en fotografiar lo que está lejos: lo investigamos, lo
desmenuzamos, lo descomponemos frente a los ojos de las audiencias e
incluso lo criticamos severamente. Lo que está cerca, sin embargo, suele
abordarse con timidez, o con una abstracción infinita, o con estilo
timorato, o con simplonerías. Por las razones que sean, hemos ido
conformando un modelo de construcción de la realidad que contrapone el
supuesto “infierno foráneo” al presunto “paraíso doméstico”. Hemos
suplido, frecuentemente, el juicio razonado por la propaganda, la
interpretación por las cifras, la noticia por los eventos, el argumento
por el adjetivo, la riqueza de los procesos por la síntesis
caricaturesca de sus resultados.
El problema anterior no es nuevo, pero se agudiza dentro de una
sociedad cada vez más polifónica y con una alta cultura política. Es muy
evidente el contraste entre nuestro tono monocorde y lo que pasa allá
afuera. La distancia infinita entre una cuenta bancaria de 250 mil CUC y
un salario de 250 pesos no es solo objetiva, sino también subjetiva y,
entre ambos extremos, sobrevive un espectro amplísimo de modos de pensar
y relacionarse con el país. Si el actual proceso de transformaciones ha
entrado en un periodo de mayor complejidad, deberíamos asegurarnos de
crear las condiciones para que la prensa y los periodistas contemos las
historias con mayor complejidad: no solo las certezas, sino también las
dudas; no solo las soluciones, sino también las contradicciones.
Claro que sería injusto de mi parte atribuirle únicamente a los
periodistas –atribuirnos- la responsabilidad por estos pesares. El
propio Presidente Raúl Castro, al criticar el triunfalismo, la
estridencia, el formalismo y la falta de debate público en nuestra
prensa para abordar la realidad, durante el VI Congreso del Partido,
decía: “a pesar de los acuerdos adoptados por el Partido sobre la
política informativa, la mayoría de las veces los periodistas no cuentan
con el acceso oportuno a la información ni el contacto frecuente con
los cuadros y especialistas responsabilizados de las temáticas en
cuestión”.
Aquí hay dos caminos: o resolvemos el problema entre todos de
una vez o colapsarán la credibilidad y el poder persuasivo de los
medios.
3. La prensa y la ley. Comprendo la expectativa que
ha generado en el gremio –e incluso más allá de sus fronteras- la
posibilidad de una ley de prensa. Ella dotaría de respaldo jurídico el
desempeño profesional de los periodistas, reivindicaría a la información
como derecho público y articularía de modo más orgánico las relaciones
con las fuentes, entre otras ventajas. Pero, alerto, no será la solución
de todos nuestros problemas. Varias orientaciones del Partido y el Buró
Político precedentes, que, aun sin fuerza legal, tienen la fuerza moral
de las instituciones que las originaron, han sido sometidas por las
fuentes a la vieja práctica de “se acata, pero no se cumple”.
La necesidad de comunicar no puede imponerse únicamente por decreto,
tiene que ser una fuerza natural, un movimiento, una demanda que le
nazca a la sociedad de sus entrañas.
En lo que llegan las normativas jurídicas, algunas acciones prácticas
podrían ir allanando el camino: ¿se imaginan que los ministerios del
país ofrecieran sistemáticamente conferencias de prensa? ¿se imaginan
que todas las instituciones públicas dispusieran de directivos, cuadros
intermedios o funcionarios accesibles, con información y sentido de
responsabilidad para comunicar? ¿se imaginan que pudiéramos analizar
frecuentemente, con nombres y apellidos, las fuentes aferradas al
secretismo y educarlas –educarnos- en una cultura de la información y la
transparencia? Si nos lo proponemos, lo que he dicho estará a la vuelta
de la esquina.
La guerra contra el secretismo no pertenece solo a la prensa, sino a
toda la sociedad. Hay que atajar lo mismo las consecuencias que las
causas, porque un secretista no viene al mundo genéticamente mudo.
Enmudece gradualmente, como resultado, a veces, de la desinformación, o
la falta de preparación para enfrentar los medios, o la ignorancia, o
los regaños, o la defensa enmascarada del beneficio personal, o lo que
interpreta como su sentido de la responsabilidad.
4. La prensa y los cuadros. En las semanas
precedentes hemos escuchado una y otra vez dos cifras inquietantes. Casi
el 50% de nuestros cuadros de prensa no tienen formación periodística, y
ese número supera el 60% en el caso de la radio cubana. Las cifras, más
allá de que sean exactas o no, ilustran que el problema existe y nos
ponen a las puertas de un dilema mayúsculo: ¿podríamos acometer los
cambios sin el capital humano suficiente para conducirlos y encauzarlos?
Y si un cuadro se equivoca, ¿vamos a corregir su error con más
regulaciones excesivas y prácticas verticalistas en la dirección de la
prensa? ¿No sería ese, acaso, un error mayor? ¿Cómo haremos para
asegurarnos de que los cuadros de la prensa identifiquen, organicen y
alinien una vanguardia periodística que marque el paso, abra la brecha,
perfile el camino que debería seguir nuestro sistema de medios?
En esto, como en muchas otras cosas, Ernesto Che Guevara constituye
un excelente punto de partida. Lo cito: “el denominador común es la
claridad política. Esta no consiste en el apoyo incondicional a los
postulados de la Revolución, sino en un apoyo razonado, en una gran
capacidad de sacrifico y en una capacidad dialéctica de análisis que
permita hacer continuos aportes, a todos los niveles, a la rica teoría y
práctica de la Revolución. Estos compañeros deben seleccionarse de las
masas, aplicando el principio único de que el mejor sobresalga y que al
mejor se le den las mayores oportunidades de desarrollo”.
No voy a usurpar, en la discusión sobre este tema, el lugar que
seguramente ocuparán valiosos colegas, incluso valiosos cuadros, de
muchísima más autoridad que yo para abordarlo. Permítanme solo referirme
a una verdad general, casi de perogrullo: un cuadro de la prensa
requiere conocimientos de economía, política, ciencias sociales, pero
necesita también de una fina intuición, de un sexto sentido, de una
capacidad indefinible en palabras para ver el mundo, imaginarlo y
proyectarlo a corto, mediano y largo plazo. Hablo de algo que nace de la
vida y de la relación con la práctica, que se llama liderazgo.
Necesitamos aguzar el oído y afinar el olfato para dotar a la prensa
de los mejores cuadros, comprometerlos con la tarea de dirigir, crearles
las condiciones para que dirijan con valentía y soltura, fomentar que
se conviertan en verdaderos agentes de cambio y no en poleas trasmisoras
de las orientaciones de arriba.
5. La prensa y el consenso. A lo mejor han creído
hasta aquí que estoy hablando de la prensa, pero en realidad estoy
hablando del consenso revolucionario, que ha sostenido nuestra
resistencia aún en las condiciones más adversas. ¿Cómo puede la prensa
del siglo XXI contribuir a consolidar ese consenso? ¿De la misma manera
que en el siglo XX? ¿Y si los jóvenes no leyeran los periódicos, o no
escucharan la radio, serán la radio y los periódicos los mejores
vehículos para articular en ellos el consenso? ¿Qué mecanismos tenemos a
fin de inducir y fomentar el consenso a través de las redes sociales?
¿O de los celulares, los videojuegos, la música, el cine, las
telenovelas, la producción simbólica de la sociedad?
Ya que somos marxistas, comprenderemos que los cambios económicos
implican, al mismo tiempo, profundas transformaciones en la subjetividad
social. No es posible que emerjan nuevas relaciones económicas, sin que
emerja, en una cadena simultánea de acciones y reacciones, una nueva
configuración de las relaciones sociales. Hablo de la tensión entre lo
avanzado y lo retrógrado, lo rápido y lo lento, lo recto y lo
zigzagueante, la vieja y la nueva mentalidad. O la prensa cubana se
convierte en la plaza pública por excelencia para visibilizar, dar forma
y alentar el consenso en torno al cambio de mentalidad, o asumiremos el
costo de que parte de esos consensos se articulen progresivamente al
margen de nuestros medios.
6. La prensa y la UPEC. Los periodistas nunca
quedaremos bien con todo el mundo. Estamos a medio camino entre la
opinión pública y las fuentes. Defender a una parte, casi siempre
implica cuestionar la otra. Podríamos admitir incluso que nos califiquen
como “profesionales incómodos” porque, en cierta medida, lo somos. De
un lado, nuestro compromiso con la época y el proyecto político son
irrenunciables. De otro, ese compromiso se realiza completamente si
auscultamos la sociedad con sentido crítico, si le palpamos sus
dolencias, si alertamos de los males más graves y ayudamos a sanarlos.
Allí donde la sociedad enferme y no aparezca a tiempo el diagnóstico,
será, entre otros factores, porque la prensa no ha jugado su papel.
José Martí definió nuestro encargo social en muy pocas palabras:
Permítanme recordarlas: “la prensa debe ser coqueta para seducir,
catedrática para explicar, filósofa para mejorar, pilluelo para
penetrar, guerrero para combatir. Debe ser útil, sana, elegante,
oportuna, valiente en cada artículo. Debe verse la mano enguantada que
lo escribe y los labios sin manchas que lo dictan. No hay cetro mejor
que un buen periódico”.
¿Nos hemos detenido suficientemente en esa frase de Martí”. Reitero
solo los adjetivos: coqueta, catedrática, filósofa, pilluelo, guerrero,
útil, sana, elegante, oportuna, valiente”. A mi juicio, el mayor desafío
que tendrá la UPEC, en medio de la complejidad de los próximos años,
será pelear con uñas y dientes para consagrar en el periodismo cubano
estas virtudes, que nadie nos va a regalar. Tenemos la ventaja de 8
congresos precedentes y decenas de documentos escritos con orientaciones
claras en torno a lo que, entre todos, insisto, debiéramos hacer.
7. La prensa y la profesionalidad. No hablé de
profesionalidad hasta ahora, pero ojalá nos hayamos dado cuenta de que,
en realidad, lo estoy haciendo desde el principio. La profesionalidad,
ciertamente, depende de nosotros mismos, pero depende también de un
ambiente de libertad editorial y creativa que desate la posibilidad de
ser profesionales. El periodismo no es un décalogo de reglas
instrumentales para hablar o escribir bien frente a los ojos de la
opinión pública. Al menos, no en el siglo XXI. Ser profesionales pasa
por disponer de las claves políticas, económicas y culturales para ver
el mundo complejamente y luego representarlo con belleza, con una
hondura que fluya de forma natural, como si la complejidad fuera
invisible.
Es un camino que toma toda la vida, cuyo motor de arranque podría
estar en las universidades y luego se va puliendo con el estilo, con la
fuerza de la opinión, con la osadía personal, la experimentación, la
voluntad de riesgo, y también, por supuesto, con un contexto que permita
equivocarse y sacar lecciones, porque el error, entre nosotros, no
puede ser motivo de vergüenza.
Colegas:
Estamos llamados a dar un salto definitivo y eso, a mi juicio, es
posible hoy como nunca antes: nuestro socialismo se actualiza con paso
firme, hay conciencia de que la comunicación y el Periodismo también
deben actualizarse; cientos de profesionales han salido de las aulas
universitarias listos para dar la pelea, la UPEC cumple 50 años y este
tiempo le ha servido no solo para mapear los problemas, sino para
consolidar su autoridad moral en función de discutir las soluciones; y
hemos llegado a un punto de madurez en la sociedad que nos permite ver
las cosas como son -sin eufemismos ni medias tintas.
Lo que haya que hacer, de conjunto con el Partido, las fuentes, los
investigadores, los medios, las universidades, los estudiantes de
Periodismo y los periodistas, hagámoslo. Cualquier piedra en el camino
será infinitamente menor que el precio a pagar por esperar otro medio
siglo para tener una prensa que se parezca a nosotros mismos.
*Ponencia introductoria al debate del Congreso de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC) el 13 de julio de 2013
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