Fue el último adiós a José Saramago, "hombre valiente" y "gran escritor" que provocó que una multitud dolida, pero al mismo tiempo serena, lo despidiera con palabras combativas –"la lucha sigue"–, con gestos de agradecimiento– “o brigado”– y con violetas y claveles rojos que rememoraban aquella revolución de los claveles que tan hondo marcó el alma y la trayectoria del Nobel de Literatura.
Miles de personas con flores, libros suyos o fotografías con su rostro se agolparon en las calles de la vieja Lisboa, inundaron la ciudad que mira de frente al Tajo con un homenaje espontáneo y sentido. Su viuda, Pilar del Río, emocionada balbuceó en los instantes previos a su partida: "Sólo deben llorar hoy quienes no lo conocieron".
Saramago era poeta, pero, de alguna forma, nunca fue un poeta del pueblo. Sus primeros escritos fueron poemas, pero alcanzó la plenitud de su estilo y lenguaje literario con la narrativa y el ensayo, con la construcción de esas novelas ya clásicas que lo catapultaron hasta conseguir el primer Nobel en la historia de Portugal. Sus libros más importantes fueron, según dijo en muchas ocasiones, los que lo llevaron a convertirse en autor de culto durante la década de los 80 del siglo pasado, especialmente Memorial del convento, que incluso lo acompañó en su último trayecto, antes de convertirse en cenizas.
Su deseo y el de su viuda y traductora era que fuera incinerado con un ejemplar de esa novela, con la que descubrió el alma femenina mediante Blimunda.
Así fue, pero antes, el "comunista libertario" que apoyó con fidelidad la lucha indígena de México fue despedido en su tierra por la gente de Portugal, que le regaló tantos escenarios y personajes literarios, como un poeta del pueblo. Pero también como luchador infatigable contra las injusticias. Como novelista que descubrió nuevas formas para hacer "sonar las cuerdas del alma". Como hombre generoso y esposo, padre y abuelo al que despedían también con resignación y dolor su esposa; su hija, Violante, y sus dos nietos. Como "comunista hormonal", que criticó hasta el final de sus días lo que a su juicio eran los principales males de la humanidad: la desigualdad, la guerra, el capitalismo depredador, el dogmatismo religioso, en especial el de la Iglesia católica de Roma, la misma que ayer mismo lo criticó con dureza.
Pero el pueblo despidió a su poeta, a su "comunista libertario" y a su Nobel con loas y gestos de cariño y agradecimiento. Quizá la palabra que más se escuchó en el recorrido entre el ayuntamiento de Lisboa y el cementerio del Alto de San Juan –donde fue incinerado– fue la de “o brigado (gracias en portugués). En ese recorrido histórico, más de 20 mil personas se entregaron a un homenaje espontáneo y emotivo; algunos con el puño en alto y el rostro firme, fija la mirada en el paso del féretro cubierto con la bandera portuguesa, recordaban con un clavel rojo en la mano la histórica revolución de los claveles, que acabó con la dictadura más longeva de Europa, la de Salazar, y en la que Saramago también participó como miembro clandestino del Partido Comunista portugués. Otras levantaban a su paso, conscientes de que era el último adiós, algunos de sus libros. Otras personas simplemente expresaron su duelo con una presencia callada, si acaso rota por gritos de agradecimiento y de consignas que fueron el sino de la vida del autor, como aquel de "la lucha sigue", que tantas veces pronunció en sus actos políticos, como en México, durante su visita para conocer el movimiento zapatista.
Una vez que la comitiva llegó al cementerio, antes de llevarlo al horno crematorio, Pilar del Río afirmó que había muerto "un hombre bueno, una excelente persona y un magnífico escritor"; por eso –añadió– "nos deja tal huella en nuestros corazones, que sólo deben llorar hoy quienes no le conocieron". Agregó: "Somos felices de haberlo conocido; somos privilegiados por haber compartido con él nuestro tiempo. Se va un héroe del siglo XXI".
Un "héroe del siglo XXI" que congregó en su último adiós a decenas de miles de lisboetas y de gente que viajó de otros países, sobre todo de España, para rendirle homenaje. Como lo hicieron también numerosos políticos, como los ex presidentes portugueses Mario Soares y Jorge Sampaio, o la vicepresidenta del gobierno español, María Teresa Fernández de la Vega, quien afirmó: "hay personas que mueven a las ideas e ideas que cristalizan en personas; de esas personas que saben hacer sonar las cuerdas del alma, una es, sin duda, quien ahora nos abandona". Añadió que el pasado 18 de junio "a millones de personas se nos ensombreció la mirada y el corazón, huérfanos de quien tantas veces fue nuestra voz, la más humana y la más digna. Nunca, nunca olvidaremos al compañero y al amigo". Escritores e intelectuales portugueses exaltaban su literatura y recordaban que él, con su peculiar narrativa, se había convertido en un grande de las letras de Portugal, en un autor sólo comparable "a Camões o Pessoa".
También habló el alcalde de Lisboa, Antonio Costa, quien informó que las cenizas de Saramago se quedarán en la capital portuguesa, en la sede de su fundación, y no como se había dicho, que se esparciría en su pueblo natal, Azinhaga, y en un viejo olivo que tenía en su casa de Lanzarote.
El último adiós a Saramago también tuvo música, en la parte final de la despedida, cuando irrumpió el sonido de un violonchelo interpretando una de las piezas más queridas del propio Saramago, las sonatas de Bach. Pues, como decía Saramago: "La música es un gran consuelo. Creo que todo es música, pero tal vez sólo el silencio exista verdaderamente".
Fuente: La Jornada, México
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