Una mujer entre los señores de la guerra.


No estoy segura de cuántos días más seguiré en vida,” dice tranquilamente Malalai Joya. Los señores de la guerra que componen el nuevo gobierno “democrático” en Afganistán han estado enviando balas y bombas durante años para tratar de matar a esta pequeña mujer de 30 años proveniente de los campos de refugiados – y parecen aproximarse más con cada intento. Sus enemigos la llaman una “muerta andante.” “Pero no temo a la muerte, temo guardar silencio ante la injusticia,” dice simplemente.



Agustín Prieto


El martes 24 de noviembre asistí a la conferencia de Malalai Joya en Montreal, organizada por el Colectivo Jaque a la Guerra y la Federación de Mujeres de Quebec.

La historia de esta ex diputada afgana de 31 años es tan increíble como su coraje. A los 19 alfafabetizaba clandestinamente a mujeres. Poco después dirigió un centro de salud y un orfanato.

Su libro, A Woman Among Warlords (Una mujer entre los señores de la guerra) relata su vida durante los últimos treinta años de guerra. Ella explica su oposición a la guerra de la 0TAN, al tiempo que propone soluciones para erigir una nación independiente y democrática. Asegura que la obra, además, desmonta «la montaña de desinformación que circula sobre Afganistán».

En 2003, al permitírsele hablar en la asamblea tradicional afgana, la Loya Jirga, denunció y exigió juicio a los señores de la guerra. La asamblea se volvió entonces un caos. Algunos intentaron agredirla mientras ella insistía en que los criminales debían ser juzgados. «¡Muerte a los comunistas!» «¡Puta!», gritaban los delegados mientras Malalai era sacada del recinto.

Por esta conducta insólita en una sociedad donde la mujer vale menos que un mulo, Malalai fue insultada, amenazada de muerte y de violación. Como ella había ganado el reconocimiento de su provincia, Fará, sus habitantes la eligieron como diputada en las elecciones de 2005. En la Cámara Baja tuvo el coraje de volver a denunciar a los señores de la guerra de su país, lo que le valió la expulsión.

Han intentado asesinarla cinco veces. Condenada a muerte por criminales y traficantes de opio, hoy debe desplazarse en su país con guardaespaldas y vivir bajo un burka, la prenda afgana que cubre por completo a las mujeres. No tiene domicilio fijo y no duerme dos días seguidos en el mismo lugar. Hasta sus desplazamientos en el extranjero exigen férreas medidas de seguridad.

Malalai Joya habla por su pueblo sin voz, ubicado en una zona estratégica para EEUU: desde Afganistán, la Casa Blanca puede controlar a sus rivales asiáticos y el negocio del opio, cuya proliferación se disparó (93 % de toda la producción mundial http://www.ledevoir.com/2007/04/14/139409.html) a partir de la agresión de 2001. El diario The New York Times acaba de informar que Ahmed Wali Karzai, hermano del presidente Hamid Karzai, es un narcotraficante que trabaja para la CIA. Por su parte, Mike Whitney ha escrito en Counterpunch que EEUU procura estabilizar Afganistán para que las bases que construye siguiendo los corredores de los oleoductos brinden una ruta segura hacia los mercados del Lejano Oriente. Ah: casualmente, el presidente Karzai fue funcionario de Unocol, la petrolera que construirá el oleoducto que lleve petróleo de la cuenca del Mar Caspio al Golfo Pérsico (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=70076).

Esta mujer menuda que no representa el coraje que prodiga denuncia con fervor la situación de las mujeres en su país, empeorada por los agresores que invadieron Afganistán con el pretexto de liberarlas. Agrega que el mundo ha sido engañado, pues aumenta el número de violaciones, de crímenes y de mujeres que se suicidan para no ser vendidas o violadas.

«La situación de la mujer es un infierno», precisa, y asegura en que un hospital de su país, entre 2008 y 2008, se ha informado de más de 600 intentos de suicidio de los cuales la mayoría fueron mujeres.

Este año se aprobó una ley que permite que los hombres chiíes le nieguen el alimento a sus esposas si éstas no se prestan a sus requerimientos sexuales. Pero la primera versión de esta ley permitía que las mujeres fuesen directamente violadas. Las protestas provenientes de todo el mundo forzaron la primera variante.

Al referirse a los bombardeos estadounidenses y de la 0TAN, afirma que el gobierno del presidente Barak 0bama también ha empeorado la situación.

Recordemos que se han bombardeado funerales o bodas que han causado cientos de víctimas. A estas acciones se las llama «errores». No hay investigación ni juicio ni responsable, sólo explicaciones absurdas.

Sin pelos en la lengua, durante su reciente gira por España aseguró que el presidente del Ejecutivo, José Luis Rodríguez Zapatero «es, ha sido, y sigue siendo responsable de crímenes de guerra en Afganistán» por su respaldo a Estados Unidos. «España apoya a los señores de la guerra, a los traficantes y a los criminales en Afganistán». Añade que es «ridículo» y «parece una broma» que a 0bama se le otorgue el Nobel de la Paz.

La complicidad canadiense también recibió sus palos. Ottawa vuelve a cumplir en Afganistán un papel testaferro al secundar política y militarmente a Washington, como lo ha hecho en Somalia, Vietnám, Haití, Corea o Kosovo (http://www.argenpress.info/nota.asp?num=041623&Parte=0).

Al respecto, Jules Dufour, profesor emérito de Ciencias Humanas, también ha sido claro en el país del eufemismo: «Canadá está en Afganistán por razones políticas y económicas, para conformarse a los diktats de Washington y para servir a los intereses de las industrias de la muerte.» (http://www.mondialisation.ca/index.php?context=viewArticle&code=DUF20070410&articleId=5340)

El gobierno conservador del primer ministro Stephen Harper, ignorando la opinión mayoritaria de su población está profundamente implicado en Afganistán desde 2001.

En su detallado expediente Canadá en la guerra de Afganistán, el Colectivo Jaque a la Guerra detalla así las últimas aventuras bélicas de Ottawa:

• participación casi secreta de la aviación canadiense en las dos últimas semanas de bombardeos de la «Guerra del Golfo» en 1991;

• participación abierta de la marina canadiense en el bloqueo marítimo de Iraq;

• participación en la intervención en Somalia, en la que soldados canadienses torturaron hasta la muerte a un joven somalí;

• participación de la aviación canadiense en los 78 días de bombardeos de la 0TAN contra Yugoslavia en 1999;

• participación en los bombardeos y en las fuerzas de invasión terrestre de Afganistán en 2001.
La gira de Malalai Joya por Estados Unidos y Canadá se efectúa mientras el presidente 0bama se dispone a anunciar un aumento de alrededor de 30.000 soldados en Afganistán y la administración Harper se parte la cabeza buscando una justificación para extender la participación canadiense más allá de julio de 2011.

Luego del testimonio de la ex diputada, se abrió un espacio de preguntas. Bien ubicada en el ambiente ONG y de fuerte tendencia ni ni que dominaba el recinto de la Universidad de Quebec en Montreal, satisfizo todas las inquietudes que le fueron planteadas.

Fuente: ARGENPRESS

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1 comentario:

Anónimo dijo...

Bello testimonio de una mujer Afgana.Cuanta guerra sucia , cuanta miseria humana.
Lindo post
Gracias
Marcela

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