Y aquel mediodía de mayo llegó de inmediato a La Habana Vieja, del barrio Husillo en Marianao fue para las inmediaciones del Hotel Saratoga, a los hospitales varias veces: lloró, abrazó, se lamentó, calmó, se recuerda en Facebook.
La madrugada más caliente de agosto en Matanzas apareció como Fidel en Girón para dirigir el combate contra las llamas.
Los vientos de Ian todavía derribaban casas en Pinar del Río y ya él andaba en la calle.
No lo detiene el bloqueo para soñar con transformación digital, con ciencias ómicas, energías renovables, con un verdadero poder popular, economía circular, sistemas empresariales locales, soberanía alimentaria.
Cuando le agradecen las madres y sus hijos, los campesinos, los obreros, pobladores, pioneros, enseguida corrige: no me agradezcan a mi, es a la Revolución.
Ha estado en el barrio, el campo, los centrales, las termoeléctricas, las universidades, las fábricas, los laboratorios, los hospitales alentando a todos sobre el talento y capacidad que tenemos.
Se baja del avión y no va a descansar, por su mente no se asoma la idea de que se ha entregado demasiado y está justificado el descanso, ni siquiera va a vanagloriarse por lo exitoso de su gira, acude al encuentro directo con sus compañeros del Partido.
Ni la luz solar, ni la sucesión de las noches marcan su horario, posee un sistema de trabajo organizado, distinguido por el seguimiento, conoce, busca en sus anotaciones, increpa si una cifra no coincide, escucha a todos para tomar decisiones.
Hoy Díaz-Canel dijo que está insatisfecho por no lograr, desde la conducción del país, los resultados para la necesaria prosperidad del pueblo.
Ningún Presidente tiene su vergüenza, muy pocos reconocen las insatisfacciones como personales y las satisfacciones de modo colectivo.
Si él, que trabaja descomunalmente por Cuba está insatisfecho, es hora de la vergüenza y la acción.
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