La condena a la medida coercitiva es desde hace mucho una tradición en la instancia multilateral. Y lo es también la prepotencia de la potencia agresora, que ha ignorado el reclamo de la gran mayoría de los países del mundo.
El bloqueo (el embargo, como eufemísticamente es también conocido) es una de las políticas menos populares en el concierto de las naciones. Y aunque el gobierno estadounidense insiste en que se trata de un asunto bilateral, en realidad es extraterritorial y violatoria del derecho internacional.
Pero lo peor es el daño que ha causado a una nación y sus ciudadanos, hasta el punto de que ha sido calificada de genocida. Más allá de la retórica de las sucesivas administraciones de los Estados Unidos, el objetivo del bloqueo es rendir por hambre y carencias a un pueblo, presionarlo para que derribe a su gobierno, para que desmonte su sistema político y social.
Seis décadas tendrían que ser suficientes para demostrar el fracaso de esa política. Cuba sigue en pie. Pero el costo para generaciones completas de cubanos ha sido inmenso. En cifras significa miles de millones de dólares de pérdidas anuales.
Sería difícil para cualquier economía de cualquier país enfrentar, incluso sobrevivir, un bloqueo tan intenso y tan prolongado. Cuba lo ha hecho.
Y a pesar de tantas agresiones ha logrado no pocos éxitos en varios ámbitos del desarrollo humano y social. La efectividad de los candidatos vacunales contra la Covid-19 es un ejemplo reciente. Que lo haya logrado un país bloqueado no es un milagro: es la voluntad y el esfuerzo cotidiano de un pueblo que confía en su proyecto de sociedad. Que lo sueña y lo construye.
Editorial CubaSí
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