A mediados de los 80, la Casa Blanca creó Radio Martí, y en 1990 Televisión Martí, ambas a imagen y semejanza de aquella Radio Libertad. Eran tiempos de euforia: la Isla comunista del Caribe caería pronto, tras el disparo al corazón del oso soviético.
Ambas emisoras programan 1.800 horas semanales de transmisión hacia Cuba. Y han costado, en tres décadas, más de mil millones de dólares.
Es la operación más costosa, corrupta e inútil en la historia de la propaganda de estado. Porque Radio y TV Martí –gracias a las interferencias defensivas del espacio radioléctrico cubano- ni se oyen ni se ven en Cuba.
Una auditoría de la Agencia estadounidense para Medios Globales ha echado aún más sal en la herida. Concluye que ambas realizan un “mal periodismo” y son “propaganda ineficaz”, con un “enfoque retórico e ideológico sin cambios desde los días más calurosos de la Guerra Fría”.
Y uno se pregunta: teniendo todo un ejército internacional de medios corporativos, que repiten las mismas mentiras sobre Cuba que la propia Casa Blanca, ¿para qué se empeñan en mantener Radio y TV Martí?
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