El País tóxico
Rosa Miriam Elizalde
A propósito de un “Almuerzo con…” el diario madrileño.
Estaba curiosa de lo que publicaran, porque sabía que poco o nada serio podría salir de aquel almuerzo con el periodista que confundió a Ricardo Alarcón, presidente del Parlamento cubano, con el ex vicepresidente Carlos Lage; que no se acordaba bien del nombre de la bloguera a quien Prisa le concediera con suma prisa el Premio Ortega y Gasset; que tenía una vaga idea de cierto episodio con un estudiante en Cuba, del cual tampoco recordaba cómo se llama -Eliécer Ávila- y daba por hecho que había sido expulsado de la universidad. Un viaje a la Isla con un novia en tiempos remotos, donde “la pasé bien”, y algunos chistes envenenados que le escuchó al corresponsal de su diario en La Habana. Esa era toda la información sobre Cuba con la que se sentó Ramón Lobo a la mesa del Café de Oriente, en Madrid.
El océano que le faltaba, Lobo lo llenó con sus prejuicios y su imaginación. Me presentaría luego a los lectores como directora de Cubadebate -el director es Randy Alonso- y describió como comisario político a Jorge Ángel Hernández, uno de los escritores más interesantes de su generación, que no es ni militante del Partido, a quien ignoró soberanamente en todo el almuerzo sobre una mesa para tres. Por supuesto, jamás le preguntó su nombre, porque la historia estaba hecha antes de que me sirvieran aquel pescado que parecía de goma.
Sin embargo, excuso a Lobo de la responsabilidad de este nueva emboscada de El País contra Cuba. Sus editores probablemente eligieron al más ignorante y al más dócil de todos para hacer pasar por entrevista lo que fue otra planeada operación de propaganda negra del diario, con su catecismo de esteriotipos y abstracciones, de fórmulas -”dictadura”, “embargo”, “web oficial”, “libertad”…-, que usan como comodines para explicar las cosas más contradictorias. Como no pudieron manipular mis palabras, manosearon el almuerzo e intoxicaron a los lectores con un plagio mediocre de Archipiélago GULAG.
No es accidental que en los últimos años, y particularmente en los últimos meses, El País no haya generado una sola nota sobre Cuba digna de memoria y sí, en cambio, un gigantesco basural de palabrería conservadora y autoritaria sin contacto con la realidad de los problemas cubanos. Como prueba esta entrevista que no fue y esta Cuba que no existe en “Almuerzo con…”, que publicara el periódico el jueves.
Este nuevo portento anticubano del diario madrileño es tan absurdo, que justamente por eso debería interpretarse como grave. Si El País intoxica de tal manera a sus lectores a costa de papelazos periodísticos impensables para cualquier otro tema internacional o de política interna, quiere decir que, detrás, hay algo más que paranoias ridículas.
Comisario a mi pesar.
Jorge Angel Hernández
Me parecía poco probable que, luego de que nuestra conversación con el periodista Ramón Lobo, mientras almorzábamos en Madrid en el Café de Oriente, el viernes 14 de mayo, le diera pocas oportunidades de corroborar sus prejuicios políticos y su incapacidad democrática, el diario que lo emplea, El País, publicase nada de lo que allí se habló. El austero costo del almuerzo podía incluso justificar la decisión. Fue una de las inmediatas impresiones con las que Rosa Míriam Elizalde y yo bromeamos, además de con la desesperación del periodista porque jamás apareció el fotógrafo.
En principio, me resultó incómodo descubrir que ni conocía ni anotó mi nombre, aunque basta colocarlo en la barra de cualquier buscador para llevarse al menos una idea. Luego, al escucharlo equivocarse con otros personajes de mucha mayor repercusión mediática, se hizo evidente que estaba tan desinformado, que dependía apenas de clichés al uso, que ni siquiera entró en temas considerados “difíciles” para quienes, según la norma de la galopante contrarrevolución, trabajamos por guión. Y era evidente, como la propia Rosa Míriam lo anota, que el guión de rigor estaba previamente escrito para una publicación en la cual fines predeterminados justifican cualquier tipo de medio. Que tuviésemos diferente criterio, y que al mismo tiempo no repitiésemos la línea de consignas oficiales (o sea, que tuviésemos opinión propia, diferente a la que decía tener) parecía un poco más de lo que estaban dispuestos a admitir.
A pesar incluso de que se le dieron datos, elementos, impresiones, razonamientos que daban testimonio -testimonio, insisto- del ejercicio de la crítica y las transformaciones internas cubanas, el señor Lobo prefirió convertirlas en un acto de “marketing político” y dio por sentado, además, que repetíamos un discurso oficialmente planeado. Le hablé de la publicación que edito -Hacerse el cuerdo-, que se coloca en web, para que comprobara el tono de las críticas que, dentro, se llevaban a efecto. Se mostró, en los pocos cruces de opiniones que intentó sostener, incapaz de demostrar sus criterios, desde luego contrarios a los que sostuvimos. MÁS
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